Luis Martín:
Buenas noches, profesor Rivas. Es un placer volver a charlar con usted.
David M. Rivas:
Buenas noches, amigo Luis. Lo mismo le digo. Hace ya meses que no hablamos. ¿Ya
está al pie del cañón en Madrid sin haber acabado agosto?
L.M.: Sí, sí, aquí
estoy. Con mucho calor. Usted estará a mejor temperatura.
D.M.R.: Frejquito,
frejquito…
L.M.: Jajajá…
David Rivas, estimados oyentes, es profesor de estructura económica en la
Universidad Autónoma de Madrid. Lo del chiste del “frejquito” es porque está en
su casa de Asturias, en una aldea… un privilegio. Nos acercamos a octubre, al 1-O
catalán. ¿Qué cree que va a pasar?
D.M.R.: Todo es
muy confuso. Siempre creí que no habría referéndum y que se convocarían
elecciones pero ya no sé qué pensar. Es posible que salgamos de esta con un
pacto que lleve al PSOE al gobierno de España y a ERC al de Cataluña, dejando
el pleito secesionista aparcado para un par de décadas. A mí me parece, pero es
pura intuición, que Junqueras e Iglesias tienen pactada una moción de censura a
Rajoy, con el PNV consentidor y expectante y Sánchez de beneficiario. En ese
acuerdo, en el que sí estaría Iceta, se iría a un tripartito en Cataluña,
dejando colgados a los de la antigua CIU y a los de la CUP. Todos los partidos
están a la espera de ver lo que pasa el primero de octubre, Día del Caudillo
cuando yo era niño. Además los atentados de la semana pasada añadieron más
incertidumbre.
L.M.: ¿Reforzaron
o debilitaron al secesionismo?
D.M.R.: No lo sé. Por
una parte, el gobierno catalán ha transmitido su capacidad de acción y ha
jugado ante la opinión pública, sobre todo ante la catalana, como si fuera un
estado. No obstante, tanta glorificación de la acción de la policía catalana no
sé dónde acabará parando. Me temo que según vayamos sabiendo más cosas
aparecerán bastantes disfunciones, empezando por la primera: ninguno de los
implicados directos salió con vida, aunque iban desarmados o, a lo sumo, con un
cuchillo de cocina. Por otra parte se ve que frente al terrorismo de nueva
factura y tremendamente globalizado una unidad de acción lo más amplia posible es
la única garantía. Hay opiniones para todos los gustos y yo, la verdad, no lo
tengo muy claro. Me parece que los atentados debilitan a los nacionalistas
porque los ciudadanos son conscientes de la vulnerabilidad de una Cataluña
aislada, pero no lo sé. El gobierno catalán insiste en que nunca la Unión
Europea expulsaría a Cataluña tras una declaración de independencia y creo que
tiene razón. Bruselas no va a permitir un Kosovo en el corazón de Europa,
lindando al norte con Francia y al oeste y al sur con España. Mi hija mayor
vive en Barcelona desde hace bastantes años y mi yerno es catalán. Cuando los
atentados estaba en casa, en Asturias, y tampoco lo tenía claro y eso que
conoce muy bien la sociedad catalana. Es economista y se dedica al teatro,
tanto en el escenario como dando clase. Vive de eso, aunque con los problemas
de casi todos los cómicos. Conmigo habla en asturiano, con su madre en español
y su lengua habitual es el catalán. También habla inglés y estudió en Suecia.
Con esto le quiero decir que es la típica persona en la treintena de fácil
integración en cualquier comunidad y respetuosa con las identidades culturales.
Su grupo se llama Orbayu Teatre, mezcla de asturiano y catalán. Pero no podríamos
definirla estrictamente como nacionalista, aunque, en cierto modo, sí está más
cerca del nacionalismo asturiano porque aquí tenemos una lengua y una cultura
oprimidas, mientras que allí los elementos nacionales no están oprimidos y en
algunas ocasiones son dominantes. A través de sus ojos yo veo bastante bien lo
que pasa en Cataluña porque conoce muy bien la vida cotidiana, mientras que yo
me quedo en el análisis político, ideológico y económico.
L.M.: Usted sí es
nacionalista pero, ya lo hablamos en otras ocasiones, no cree en la independencia
ni en la soberanía.
D.M.R.: Es que no
es cuestión de creer. La independencia y la soberanía son conceptos del siglo
XIX. Yo puedo ir a un mitin y gritar por la soberanía. De hecho lo hice muchas
veces. Y los que estamos allí nos entendemos pero nada más. En el mundo del
presente no son soberanos ni los Estados Unidos. España es el único lugar de
Europa en el que todos creen, los españolistas y los secesionistas, que a toda
nación le corresponde un estado con poder soberano. Eso es un error. Se da como
cifra aproximada que en el mundo hay unas tres mil naciones. Sólo hay
doscientos y pico estados. Es evidente que nunca llegará a haber tres mil
estados y, a la vez, que hay una cantidad enorme de estados que son
plurinacionales. En nuestro caso tenemos un marco como la Unión Europea que,
con todos sus defectos, que son muchos, es un oasis de libertades. Por eso el
gobierno catalán insiste en su europeidad, porque no se pueden ver los
catalanes fuera de la unión. Lo que hay que hacer es avanzar a la unión
completa, con defensa, asuntos exteriores, sistema policial, justicia, fiscalidad
y modelo laboral, que son las cosas que aún no tenemos. Una vez conseguido esto
debemos liquidar los estados-nación. Bruselas por arriba, Oviedo por abajo;
Bruselas por arriba, Dublín por abajo; Bruselas por arriba, Munich por abajo;
Bruselas por arriba, Ajaccio por abajo. Y si Arán se quiere separar de
Cataluña, que lo haga; y si Euskadi y Navarra se quieren unir, que lo hagan.
L.M.: La nación,
¿tiene más de pasión que de racionalidad?
D.M.R.: Tiene
componentes de ambas cosas. Es verdad que lo dominante es la pasión pero debe
racionalizarse para no caer en aberraciones. La pasión, la pasión nacional,
tiene una virtud, la de despertar energías asombrosas. Pero también tiene un
defecto: puede anular la libertad individual. Podemos acabar pensando que la
nación es una realidad natural y no un constructo político y que el pueblo es una
persona y no un colectivo social. La identidad nacional es una construcción
histórica, no es algo providencial o misterioso. Tampoco es un espíritu
colectivo, un “volksgeit”. No podemos compartir al Heidegger más irracional con
aquello de que el espíritu del pueblo no es la superestructura de una cultura,
sino el poder de la profunda preservación de la sangre y la tierra, un
planteamiento que llevó a los alemanes a donde los llevó. Eso vale también para
España. No es cierto ese cuento de que los reyes católicos crearon una
identidad sobre un espíritu racial y místico, sino que eran dos feudales que
trataban de tener el mayor número de reinos posible, compitiendo entre ellos
además. Cinco siglos después, sigue habiendo tensiones territoriales, lo que
prueba el carácter plurinacional de España. Podemos discutir acerca de
conceptos pero el conflicto muestra que la cuestión no está resuelta.
L.M.: Tal vez el
principal conflicto no es ese sino el interno en cada comunidad, el que existe
entre los nacionalistas y los no nacionalistas.
D.M.R.: Ese es un
problema grave y particularmente grave en los países donde no se puede hacer
una lectura dividiendo la sociedad entre inmigrantes más o menos recientes y
naturales de generaciones. Le voy a hablar de mi mismo pueblo, en un mundo
rural en el que no hay nadie que no pertenezca a familias que llevan
generaciones, siglos, en el mismo sitio. Yo soy nacionalista, ¿de acuerdo?,
pero mi vecino no lo es. Mi vecino no cree que Asturias sea una nación e
incluso se siente español, y, como diría Rajoy “muy español y mucho español”.
Yo debo entenderlo y comprenderlo y, si puedo, convencerlo, pero lo que nunca
le podré negar es su condición de asturiano. Es igual que yo, de mi nación,
aunque él lo vea de otra manera. Si algo debe evitar un nacionalismo sano es,
una vez determinado el enemigo exterior, empezar a buscar enemigos interiores.
Pasó varias veces en muchos lugares, aunque en otros muchos no llegó a darse
esa polarización. De suceder esto y si vamos al enfrentamiento interior, ¿qué hago con mi vecino?, ¿lo fusilo, lo meto
en un campo, lo envío a Valladolid? Eso si gano yo, porque si pierdo, ¿qué va a
hacer él conmigo?
L.M.: Pero, aún
admitiendo lo que usted dice, lo cierto es que Cataluña sigue dando pasos hacia
la independencia, hacia una república catalana.
D.M.R.: El proceso
catalán es, precisamente, un ejemplo de la confusión conceptual que existe. Aún
suponiendo que todo salga como los secesionistas desean y que alcancen su
objetivo de tener una república, ya anuncian que los catalanes conservarán la
nacionalidad española, que no tendrán ejército, que seguirán en la Unión
Europea y que su moneda seguirá siendo el euro. Nacionalidad, defensa y
política monetaria, tres elementos básicos del concepto de “soberanía” para
cualquier teórico nacionalista desde la paz de Westfalia. Todas las demás
políticas ya son propias ahora mismo. El único punto importante que podemos
considerar como de ampliación de poder es la creación de un tribunal supremo.
También está su posible negativa a pagar las deudas, cosa que tiene más que ver
con la irresponsabilidad frente a tus actos que con la independencia nacional.
A mí me extraña particularmente la alegría con la que algunos nacionalistas de
otros países saludan esta decisión. Cataluña debe al reino mucho, en el cálculo
más pacato 70.000 millones de euros. Si no los pagaran veríamos recortes en
Asturias, en Galicia, en Canarias, en Valencia. Hablo de estas comunidades
porque son, en mi opinión, nacionalidades, pero también lo sufrirían Murcia y
La Rioja. Una secesión catalana sin hacer frente a sus deudas y con un PP en el
gobierno nos llevaría a recortes en donde siempre se recorta. Yo a eso me
opongo. Que sean independientes si quieren, pero que paguen a los asturianos lo
que nos deben. A los asturianos y a los demás. Ese no es el problema de Euskadi
ni de la españolísima Navarra, no, porque tienen haciendas confederadas y
siempre han cobrado pero nunca contribuido. Navarra nunca contribuyó desde
1939, lo mismo que Álava. Son las únicas leyes fiscales franquistas que siguen
vigentes. En fín, que hay nacionalistas gallegos, canarios o asturianos que
están dispuestos a que su ciudadanía pague la independencia de otros. Es lo
nunca visto. En este proceso hay cosas en las que nadie repara pero que son
vitales para la gente. Por ejemplo, no es ilegal que Cataluña cree una agencia
tributaria y que cobre los impuestos a través de ella. Lo puede hacer sin
ningún problema. Pero el caso es que es imposible gestionar de aquí a octubre
la fiscalidad del veinte por ciento de la actual economía española. Además, la
ley actual, la que emana, entre otras cosas, de directrices europeas, obliga al
contribuyente europeo a tributar en el estado correspondiente. Y resulta que,
si no se cumple ese mandato, el responsable es el contribuyente, la persona o
la empresa, no el gobierno catalán. Si se llega a ese punto, ¿qué sucederá?
Porque la deuda existe y es perseguible con la legislación europea. De otro
lado, la deuda también incluye partidas con la Unión Europea distribuidas desde
Madrid y no pagar no parece la mejor estrategia para negociar. Si no, mire
usted como el Reino Unido renunció al “brexit” duro. Tanto los conservadores
como los laboristas están pidiendo a Bruselas largos períodos transitorios y
ahora se enfrentan a un problema con el que no contaban: el parlamento europeo
dice que no negocia sobre “fantasías”.
L.M.: Me recuerda
esto a la pregunta que Patxi López le hizo a Pedro Sánchez: “¿tú sabes lo que
es una nación?”.
D.M.R.: Tampoco
estoy muy seguro de que López lo sepa, aunque, posiblemente, esté mucho más
avezado a esa discusión por ser vasco, por ser de un país donde este asunto
está muy vivo. Sánchez, como también Pablo Iglesias, no pasan de la M30,
desconocen todas estas cuestiones y se recrean en lugares comunes y pijadas de
sociología barata. La pregunta era buena y pertinente y Sánchez, como era de
esperar, no supo qué decir. Pero es que tampoco los nacionalistas, incluso los
más inteligentes, responderían correctamente a esa pregunta. Todos dirían: “sí,
mi país es una nación”. Y argumentarían con gran aplomo y contundencia. En
general siempre se argumenta en base a cuestiones culturales, como la lengua,
el folclore, determinados rasgos del carácter, algunos episodios históricos,
generalmente medievales… Cuando hay religiones distintas, como pasa entre
Irlanda e Inglaterra, también aparecen en el argumentario. En condiciones de
colonialismo clásico se contempla la estructura económica. Pero es que casi
todas esos problemas están resueltos en los regímenes democráticos. Por eso, si
no vamos por el mundo con pegatinas en vez de con ideas y tratamos de
comprender las cosas sabremos que todo es más complejo. De mano hay una enorme
confusión entre nación, estado, pueblo, raza… Históricamente la concepción de
la nación tuvo dos tradiciones: la germánica y la francesa. La germánica, más
idealista, descansa en la historia, en el pasado, en lo que Fichte llamó “la
sangre y los muertos”. La francesa, más política, descansa en la idea de la
república, en lo que Renan resumiera como “un plebiscito cotidiano”. En España
los nacionalismos del norte, los de Galicia, Asturias y País Vasco, con una
cierta base carlista, siempre miraron más hacia el fundamento germánico,
mientras que el catalán siempre fue más de inspiración francesa. Curiosamente,
ahora parece que han cambiado las cosas. Más tarde apareció el nacionalismo de
los pobres, el de los países europeos sometidos a otros y el de las colonias
pertenecientes a imperios. Algunos de estos movimientos confluyeron con el
socialismo y dieron lugar a los nacionalismos revolucionarios, muy
ejemplarizables en Cuba, Vietnam o Argelia.
L.M.: Y usted,
¿tiene una percepción de la nación más al estilo germánico o al estilo francés?
D.M.R.: Pues
comparto las dos visiones. Para mí la nación es como un árbol. Hunde sus raíces
en la historia, en la tradición, en aquella sangre y aquellos muertos de
Fichte. Su tronco es la república, la que dota a la nación de racionalidad y
estructura política. Y sus ramas y frutos son la enorme diversidad de una
sociedad que ya no es homogénea étnica ni culturalmente.
L.M.: Me gusta ese
símil. Decía antes que había mucha confusión en torno al concepto de “nación” pero,
¿desde el principio o ahora, en el presente?
D.M.R.: La
confusión ha existido siempre y sigue existiendo. El concepto de “nación” es
muy espinoso y muy complicado porque en esa conceptualización se cruzan muchas
cuestiones, epistemas muy diferentes. Los comunistas y los fascistas, hijos de
Hegel, hablan de la nación pero, realmente, se refieren al estado. El
nacionalismo de base hegeliana es el mejor construido porque remite a una
entidad política, no a una entidad ideal, es realmente un estatismo. Es algo
material. Por su parte Herder glorifica la nación y no cree en el estado, con
lo que priva a la misma nación de su viabilidad política. Fichte remata con una
mezcla de nación y estado que se articulan en función de distintos niveles. Tal
vez Fichte sea el más original pero es contradictorio. Además, como buen
francmasón, idealiza demasiado el espíritu de pacto y el cumplimiento de lo
pactado. El mismo Rousseau habla de la comunidad pero no repara ni en el estado
ni en la nación, Gobineau se mete en el asunto de la raza y Hobbes lo mezcla
todo y no hay forma de saber qué cosa es qué cosa. Con todo esto los nacionalistas
tiran, o tiramos, de lo que podemos en según qué debates y en según qué
momentos.
L.M.: Luego quedan
los asuntos económicos. Que si España nos roba, que si la Unión Europea nos
saquea, que si Estados Unidos nos coloniza… Ese argumento también es
recurrente.
D.M.R.: Algunos
dicen que los argumentos económicos para sentar las bases de un nacionalismo o
de un secesionismo son falsos o peligrosos. Yo creo que son estúpidos.
Evidentemente, por ejemplo, la Argelia colonizada por Francia tenía sobrados
motivos, entre ellos los económicos, para luchar por su independencia. Lo mismo
podemos decir de Washington, de Bolívar o de Sucre frente a Inglaterra y
España. Pero en una sociedad democrática las cosas no son así. No sé si se acordará
usted de cuando hablamos de las balanzas fiscales, hará de esto un año. Las
cifras mostraban que Cataluña salía un poco desfavorecida pero no mucho y menos
que Madrid, Valencia y Baleares. Pero, aunque las cosas fueran mucho más
graves, recurrir al argumento económico como base de la reivindicación nacional
es un error. Por ejemplo, Barcelona aporta a la hacienda catalana una magnitud
de 40 y recibe una magnitud de 75. ¿Qué opinan en Tarragona? En una sociedad
democrática tributan los individuos, no los territorios; y reciben servicios
los individuos, no los territorios. Lo mismo pasa por el otro extremo:
Andalucía, receptora neta de renta, da servicios que los madrileños o los
baleares, donantes, no pueden dar. Los escolares andaluces tienen mejores
dotaciones que los madrileños: tienen más ordenadores por aula y dentista
gratis. Eso no es redistribución, sino expropiación y expolio. Si el
nacionalismo se basara en lo económico como razón fundamental ya estaríamos
viendo a Cristina Cifuentes pidiendo la independencia.
L.M.: ¿Es el
nacionalismo cosa de pobres o de ricos? ¿Exigen la secesión las comunidades más
acomodadas o la exigen las que se consideran explotadas?
D.M.R.:
Hay de todo como en botica, que decía mi abuela. Hay dos casos muy
significativos que yo analicé dos veces desde hace ya unos años, durante mi
doctorado en economía y tiempo después en el de antropología: el de Suiza y el
de Bélgica. El cantón más secesionista de Suiza siempre fue el del Jura. Era,
hablo del siglo XIX, un cantón francófono, pobre y católico. Además tenía una
potente presencia anarquista. ¿A qué componente atribuimos su nacionalismo?
Pues es difícil. Si aplicáramos una metodología materialista, la marxista por
ejemplo, la clave sería la pobreza. Puede ser, pero yo creo que es más determinante
el catolicismo. Al final el Jura se ubicó cómodamente y la confederación
helvética siguió adelante. Lo de Bélgica fue de otra manera. El nacionalismo
más potente era el valón, un país rico, urbano, católico y con toda la cultura
francesa como respaldo. Flandes era pobre, rural, protestante y con una lengua
minorizada y dialectizada. Hoy Flandes es más rica que Valonia y mucho más
nacionalista. Hay casos también más recientes: Eslovaquia se separó de Chequia
siendo bastante más pobre pero lo hizo muy bien. Era evidente que las dos
naciones iban a ingresar en la Unión Europea y que Eslovaquia, por su baja
renta, iba a recibir paladas de fondos, como le pasó a Grecia, a Portugal y a
España unos años antes. Cataluña es el caso contrario. Hoy Europa vive una
eclosión de nacionalismos de los ricos, en el que el argumento viene a ser que
con la independencia sus ciudadanos vivirían mejor porque no tendrían que transferir
rentas a otras comunidades más pobres que, evidentemente, se dice, son pobres
por su carácter, por su mal hacer o por taras históricas. En nuestro caso, creen
los gobernantes catalanes que pierden dinero perteneciendo al reino de España.
Yo no lo tengo claro. A mí me parece que Cataluña es una de las comunidades más
beneficiadas. El cálculo no es sumar lo que entra y restar lo que sale. Las
cosas no funcionan así. Las balanzas fiscales de las que antes hablábamos no
son operaciones aritméticas, sino verdaderos algoritmos muy complejos. Además
una Cataluña sola pero dentro de la Unión Europea subiría en la escala de renta
per cápita, mientras que España bajaría, lo que modificaría el flujo de fondos
europeos, perjudicando a Cataluña. Haciendo un análisis de base estructural me
atrevo a afirmar que las comunidades más dañadas en el modelo actual son
Castilla y León, Galicia y Asturias.
L.M.: Algún dato
me podrá dar. Yo me fío de su intuición y ya me demostró bastantes veces que
acierta en sus diagnósticos pero tampoco va a ser cuestión de fe.
D.M.R.: El primer
activo de un país es la población y los datos demográficos del noroeste son
aterradores. El hombre, lo decía san Agustín, es la medida de todas las cosas y
en esas tres comunidades mueren diez y nace uno. La Coruña, Vigo, Gijón,
Oviedo, Burgos, Valladolid, León… sobreviven, pero viaje a cincuenta kilómetros
de estas ciudades… Además la renta per cápita va cayendo, especialmente a
medida que van muriendo los pensionistas de la reconversión, que son los
obreros navales, los siderúrgicos y los mineros de Galicia y de Asturias.
También tienen un complicado horizonte en el campo, sobre todo en el sector
lácteo. Y del turismo no pueden vivir sin destrozar su medio ambiente, salvo
las rías bajas gallegas, ya muy deterioradas.
L.M.: El nuevo
PSOE, el impulsado por Pedro Sánchez, está tratando de resolver las cosas por
la vía del cierre federal de la constitución y poniendo sobre la mesa la
plurinacionalidad.
D.M.R.: El PSOE se
encuentra en una ceremonia de la confusión porque tiene como jefe a un tipo que
tiene obsesión por no quedar mal con nadie al que vea cercano. Por eso es capaz
de decir una cosa y la contraria en la misma frase. La presidenta, el
secretario y la número tres dicen que la plurinacionalidad es un hecho, que
está consagrada en los acuerdos internos y que el modelo es un federalismo
igualitario. Están tratando de resolver un problema complejísimo con una simple
declaración de un congreso o de un comité federal. Pero, a la vez, federaciones
de la importancia de la andaluza y del valor simbólico de la asturiana eluden
el término “plurinacionalidad” y hablan de solidaridad y cooperación. Por otra
parte, ¿cuántas naciones hay?, ¿tres, España, Cataluña y Euskadi?, ¿una nación,
España, con cinco o seis en su seno? Además, como vimos cuando la pregunta de
López a Sánchez, éste salió con el lugar común de la “nación cultural”, cuando
la nación es un concepto político. Cuando yo planteo que Asturias sea
reconocida como nación no estoy pidiendo que se reconozcan los bailes o la
gastronomía, sino obtener mayores cuotas de autogobierno.
L.M.: Y, para
usted, ¿cuántas naciones hay?
D.M.R.: Pues,
conforme a lo que venimos hablando, la respuesta no es fácil. Hay dos que se
definen como tales y donde, además, hay una voluntad política desde hace mucho
tiempo. Creo que otras seis comunidades se definen como nacionalidades, aunque
su voluntad y sus preferencias electorales son muy distintas. Después algunos
grupos muy presentes y muy respaldados electoralmente hablan de unificación con
otras comunidades. Total, que a la vuelta de unos años podrían declarase como
nacionalidad las dos o tres que queden y estaríamos de nuevo en el mismo punto:
todas las comunidades definiéndose de la misma forma.
L.M.: Ese es el
trasfondo sobre el que se desenvuelve la discusión sobre la reforma de la
constitución. Muchos, con el PSOE al frente, creen que la solución es dar un
cierre federal al modelo autonómico. Pero también la mayoría de los expertos
dice que no es conveniente hacerlo ahora porque la situación es muy delicada,
entre la crisis económica aún no superada y la cuestión catalana muy
encanallada. También hablan de un federalismo asimétrico, donde unas
comunidades tendrían más competencias y beneficios que otras. Incluso algunos plantean
que diecisiete comunidades son demasiadas.
D.M.R.: Son muchas
cosas las que me plantea. Lo de España es sorprendente: si no hay problemas
dicen que no hay porqué tocar la constitución y si los hay dicen que no es
conveniente tocar la constitución. Total, que nunca se toca, aunque Zapatero y
Rajoy, sin discusión y sin consulta popular, la reformaron para introducir los
austeros topes de gasto en su día. Pero todo el mundo sabe que esta
constitución está envejecida y bastante caduca. Pero hay más cosas. Ningún
estado federal del mundo otorga más competencias a las partes que las que
existen en el reino de España. Regiones nada nacionalistas como Murcia o
Extremadura tienen más competencias que California o que Baviera y están a años
luz de Bretaña o del Véneto. Proponer un régimen federal es mero nominalismo.
Es más, Navarra y Euskadi son prácticamente estados confederados, salvo que no
tienen ejército propio ni ministerio de exteriores. Ningún estado de los
Estados Unidos ni ningún land de Alemania tiene la independencia fiscal que
tienen los vascos y los navarros, salvo Delaware, que es un paraíso fiscal. Es
más, esa realidad confederal demuestra que es posible convivir compartiendo
soberanías. Y, ¿qué es eso del federalismo asimétrico? Todos los federalismos
son asimétricos porque las competencias están vinculadas a la voluntad política
de los ciudadanos. ¿Cómo va a tener el mismo estatus Cataluña que La Rioja o
que Castilla la Mancha si estas dos no manifiestan voluntad nacional? ¿Que
habrá comunidades de primera y de segunda? Pues claro: dos quieren ser de
primera, las demás de segunda y algunas de tercera. No es el País Vasco o
Cataluña quienes imponen sus criterios, sino Asturias o Aragón quienes no
quieren ser naciones, con unos ciudadanos a los que les da igual ser inferiores
en competencias pero que, como niños envidiosos, les molesta que otros quieran
más libertad y capacidad de decisión. Y eso de que diecisiete comunidades son
muchas tiene fácil arreglo: que se agrupen en una Cataluña, Valencia y
Baleares, en otra el País Vasco y Navarra. Sólo con eso pasamos de diecisiete a
catorce. Que unifiquen todas las
Castillas y ya pasamos a nueve. Y, si me apuran, podemos unir el viejo reino de
Asturias, con las actuales Asturias y Cantabria y las tierras de León y Zamora.
Total: siete comunidades autónomas. Pero me temo que al españolismo esta
solución no le va a gustar ni mucho ni poco.
L.M.: Eso es
ingeniería política.
D.M.R.: No, no, si
yo no defiendo ninguna posición concreta sobre este asunto. Sólamente digo que
de la ingeniería de 1978 puede pasarse a otra. Le voy a contar un par de cosas
que, por su juventud, tal vez no sepa. ¿Sabe usted por qué Madrid es una
comunidad autónoma? Pues porque los caciques de la Mancha tenían miedo al
cinturón rojo de la periferia madrileña, veían a los de Vallecas, Villaverde,
Carabanchel y Getafe entrando en Toledo y en Ciudad Real con las banderas de la
hoz y el martillo. Y resulta que hoy Madrid lleva años con el PP y Castilla la
Mancha con el PSOE y hasta con Podemos desde hace dos meses. ¿Sabe por qué
unieron a Castilla con León? Por dos razones. De una parte para crear una
región enorme que coincidiera con la base fundacional del estado español. De
otra para contentar a la oligarquía dominante: si León y Castilla hubieran sido
comunidades distintas sus capitales hubieran sido León y Burgos, mientras que
la unificación daba la ventaja a Valladolid. ¿Me hablaba de ingeniería?
L.M.: ¿Qué piensa
de la ley de transitoriedad catalana?
D.M.R.: Desde un
punto de vista de derecho político poco puedo decir porque soy, si no lego,
bastante ignorante. Sí puedo opinar de algo: ¡menudo palabro ese de la
“transitoriedad”! Creo que el gobierno catalán está en su derecho de proponer a
su parlamento cualquier ley, por mucho que el gobierno español patalee. Pero lo
que me parece llamativo es que antes de consultar a los ciudadanos hayan
redactado esa ley. El Reino Unido, por poner un ejemplo cercano en el tiempo,
inició los pasos legales después de que los británicos decidieran en referéndum
el abandono de la Unión Europea. Por su parte, los nacionalistas escoceses
crearon una comisión constitucional que nunca inició sus trabajos porque
perdieron el referéndum. Entre unos casos y el otro dista bastante trecho y
bastante tradición democrática.
L.M.: Todo esto se
mezcló con los atentados de Barcelona y se multiplicó tras la manifestación
contra el terrorismo, donde bastantes ciudadanos pitaron al rey y al presidente
del gobierno.
D.M.R.: A mí esas
cosas no me gustan, aunque las entiendo. Felipe VI no es culpable de que España
arme a los sátrapas árabes de Asia pero es la cabeza visible de esa perversión
y su padre nunca se cansó de llamar “hermanos” a estos tiranos. Pero todo es
confusión. Coger el rábano por las hojas es mala práctica. A los asesinos de
Barcelona no los armaron desde Arabia Saudita ni desde Qatar, sino que
compraron bombonas de butano, explosivos y cuchillos en tiendas de la zona y
alquilaron furgonetas a una empresa local. Tampoco vivían en barrios
marginales, hijos de la pobreza y la exclusión, sino que eran personas como las
demás hasta hace unos meses. Es necesario revisar la política internacional de
la Unión Europea y sus relaciones comerciales, cierto, pero si un tarado
convence a unos chavales de Ripoll de que son soldados de Alá, no sé qué
explicaciones le vamos a pedir a Rajoy, a Merkel o a Tsipras. Además, bastantes
de los manifestantes antiborbónicos y antisaudíes son los mismos que quieren
tirar al mar a los israelíes y, de hecho, hubo incidentes en Barcelona cuando
varias personas se manifestaban con banderas de Israel. También apoyan a los
milicianos kurdos y, a un tiempo, critican el endurecimiento de la política
europea frente a Turquía. Y no olvidemos que el gobierno catalán lleva años
siguiendo una política de acercamiento de las empresas catalanas a los
inversores saudíes, qataríes y de los emiratos. A mí no me parece una mera
anécdota que el Barça lleve años dentro del entramado financiero de Qatar. Y
también hay que recordar que casi la tercera parte de las exportaciones de
armas españolas salen de empresas catalanas. Todo es más complicado de lo que
creen algunos y llega a ser delirante, se lo digo de verdad.
L.M.: También hubo
críticas sobre la decisión de celebrar una misa como homenaje a las víctimas.
D.M.R.: Aquí puede
que se equivocaran, pero no por lo que normalmente entendemos. No comprendo cómo
puede haber gente anclada en los años treinta. Sufrimos desde hace siglos un
clericalismo autoritario, feroz, intolerante, que nos ha marcado a fuego y que
es responsable de muchos de nuestros traumas y nuestras miserias. Luego hubo
una respuesta pendular, con un anticlericalismo feroz que derivó en ocasiones
en un odio a la religión y a los creyentes. Afortunadamente han desaparecido
los dos movimientos pero, de vez en cuando, se abre la tapa de la alcantarilla.
Yo soy laico y bastante laicista pero voy a los funerales católicos de las
personas a las que quiero y que mueren en el seno de una iglesia a la que
pertenecen. Un estado debe ser laico, totalmente laico, como la república
francesa. Ese es mi criterio. España no es un estado laico, sino aconfesional,
que es distinto. Pero, sea laico o aconfesional, no tiene porqué ser
antirreligioso. Es normal que los países celebren como propios ritos que
constituyen su “vinculum societatis”: anglicano en Inglaterra, sintoísta en
Japón, luterano en Alemania… A mí eso no me molesta. Ahora bien, en este caso,
cuando los asesinos perpetran sus crímenes en el nombre de una religión,
deberían haber sido más cautos y prudentes. Aún así, en la catedral se pudo ver
a bastantes musulmanes, cosa que respalda mi opinión.
L.M.: Lo
importante es, como rezaba la consigna de Cataluña, no tener miedo.
D.M.R.: Ya sé que
soy un aguafiestas pero esa consigna es una chorrada. Yo tengo miedo. El miedo
es una estrategia de supervivencia. No tener miedo es algo irracional e
infatiloide. Yo temo a los yihadistas, al cáncer, a las drogas, al tráfico, al
infarto, al cambio climático… Otra cosa es que eso me impida beber, coger el
coche, pasear por la ciudad… Hago mi vida con normalidad pero temo a algunas
cosas. El día siguiente de los atentados se acuñó esa consigna pero, cuando la
policía cargó contra una manifestación xenófoba, la gente salió corriendo en
todas las direcciones y se refugió en bares y comercios. Un montón de
ciudadanos repitió lo que había hecho el día anterior. ¿Cómo que no había
miedo? Yo comprendo la reacción sentimental de la población porque, ante una
tragedia como la que vivió Barcelona, las emociones afloran. Pero afloran todas
las emociones: el buenismo de una mayoría pero también la demonización de una
minoría. La gente abrazaba a los musulmanes pero también había pintadas
xenófobas en sus oratorios. ¡Y no hablemos de las redes sociales! Jung decía
que no se vuelve uno claro por imaginar la claridad, sino, por el contrario,
cuando toma conciencia de lo oscuro. Jung bebía de los más profundos pozos de
la cultura. Pero en nuestra sociedad, infantil e inculta, esto resulta
desagradable y poco popular. Nadie dice nada porque todo pensamiento profundo
resulta ser incómodo. Nada nos aportan los discursos de la valentía y de la
esperanza. Sólo el rigor analítico puede ayudar. Poner lazos rosas no nos libra
del cáncer, sino la frialdad de un oncólogo mostrando el diseño de las células
mutantes.
L.M.: Le debo una charla
sobre la universidad y me parece que ahora otra sobre las religiones. Muchas
gracias, profesor Rivas. ¿Cuándo regresa a Madrid?
D.M.R.: Creo que
este año empezamos el curso el día 11. Lo tengo que confirmar. Supongo que
estaré por ahí el 10 porque el 9 juegan el Sporting y el Oviedo.
L.M.: Pues
hablaremos en persona en un par de meses, siguiendo la pauta habitual.
D.M.R.: Estaré
encantado, como siempre. Y los temas, los que usted quiera. Un abrazo, amigo
Luis.
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