“Podemos tomar pequeñas decisiones para conseguir grandes logros”


Sofía Redondo: Hoy es 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente. Tenemos con nosotros a David Rivas, profesor titular de estructura económica en la Universidad Autónoma de Madrid. Imparte, entre otras materias, desarrollo sostenible, y fue hace años presidente de Amigos de la Tierra, la principal organización ecologista del mundo, con unos dos millones de afiliados. Son muchos afiliados, ¿verdad?
David M. Rivas: No sé cuántos somos ahora pero sí puede que lleguemos a ese número. Pero lo importante es que los miembros de Amigos de la Tierra son militantes de verdad. Amigos de la Tierra es una organización federal no jerarquizada, aunque, lógicamente, hay una dirección internacional. Es una organización que trabaja en el ámbito local y no sólo en grandes operaciones. Hay otras organizaciones que puede que tengan más afiliados, pero son personas que sólo pagan una cuota y reciben una revista. Amigos de la Tierra trabaja de otra forma y tiene congresos locales, regionales, nacionales e internacionales en los que la regla es “un afiliado, un voto”.

S.R.: Aprovechando este Día Mundial del Medio Ambiente, tenía intención de charlar sobre el ecologismo del día a día, de las cosas cotidianas que se pueden hacer para mejorar el medio ambiente. Lo vamos a hacer pero antes, actualidad obliga, hablaremos de otra cosa. Donald Trump ha decidido romper con el Pacto de París sobre el cambio climático, decisión anunciada hace tres días. ¿Por qué Trump ha tomado esa decisión?
D.M.R.: No voy a entrar en teorías conspirativas o conspiranoicas ni en ocultos intereses empresariales de Trump y de sus allegados, que también algo habrá de eso. Trump, durante la campaña electoral, culpó, entre otras cuestiones, al Protocolo de Kioto y al Acuerdo de París de ser estrategias para hundir la economía de los Estados Unidos sobre una patraña como es el cambio climático. También una parte importante reside en la inercia y en la resistencia a los cambios. Desde siempre, la geopolítica ha estado vinculada o influída por determinados sectores económicos y en el capitalismo ha sido fundamental el energético, el carbón en el XIX y el petróleo en el XX. Pero actualmente ese sistema energético está cambiando drásticamente y hay una tendencia imparable en la reducción de los combustibles fósiles. Eso choca con las estrategias proteccionistas como las que postula Trump. El sol y el viento, o el hidrógeno en su día, no son propiedad de un país en concreto.
S.R.: ¿A qué se había comprometido Estados Unidos en París? ¿Cuáles serán las consecuencias de esta decisión de romper con lo pactado?
D.M.R.: El compromiso era reducir las emisiones entre un 26 y un 28 por ciento para 2025, tomando como base las de 2005. Pero es que, además, este compromiso era muy tenue porque tenía una pequeña trampa muy favorable para la industria norteamericana. La mayoría de los países industrializados, particularmente los de la Unión Europea, tomaron como base las emisiones de 1990, cuando las energías renovables estaban poco desarrolladas y ni siquiera estaba muy perfilado el concepto de “eficiencia energética”. En cuanto a las consecuencias de la salida del acuerdo, pues resulta ser poco previsible pero, al menos, sí se sabe que supondrá una emisión adicional de tres mil millones de toneladas anuales y que eso supone una aportación al calentamiento de entre 0,1 y 0,3 grados centígrados.
S.R.: Hay gran oposición ciudadana en los propios Estados Unidos. Se están produciendo manifestaciones, auténticas rebeliones en las universidades, movilizaciones de numerosas organizaciones de la sociedad civil, por no hablar de la oposición de los demócratas y de algunos republicanos.
D.M.R.: La reacción de la sociedad, de los científicos y universitarios y, evidentemente, de los ecologistas, era de esperar. Estados Unidos es una sociedad muy activa y muy celosa de las libertades individuales y, también, de los derechos colectivos. Hay un caso muy llamativo: 21 jóvenes acaban de presentar una querella contra el presidente y contra varias agencias federales por incumplir la constitución. Afirman que no protegen los derechos de los hoy niños y adolescente al no tratar de combatir el cambio climático. Apoyándose en los estudios dirigidos por James Hanson, director del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia, argumentan que cumplir el mandato constitucional sería posible con gravar con tan sólo diez dólares por tonelada emitida. El gobierno puso muchos obstáculos pero los jueces los rechazaron y la causa ya va camino de la Corte Suprema. Pero es que incluso las grandes empresas, incluso las de energía e industria, le han dado la espalda a Trump y acaban de abandonar el consejo asesor que éste creó tras ganar las elecciones y lo hicieron, precisamente por la salida del Acuerdo de París. Estamos hablando, entre otras empresas, de Tesla, de Goldman Sachs, de General Electric y de la mismísima Disney, paradigma de la “american way of life”. Pero es que hasta el principal asesor de Trump en materia económica, Gary Cohn, sigue tratando de que el presidente de marcha atrás y permanezca dentro del acuerdo. Es que la cosa llega a ser de ridículo internacional: la decisión de Trump une a Estados Unidos a los dos únicos países que no firmaron el acuerdo, que son Siria y Nicaragua.
S.R.: ¿Y el papel de China y de la Unión Europea?
D.M.R.: China es el país que más contribuye al cambio climático junto con Estados Unidos y que más va a contribuir en los próximos años. Pero el gobierno comunista chino ha decidido asumir el liderazgo en este tema porque tiene interés en que tampoco en cuestiones ambientales se vea obligado a depender de las decisiones de otros. Además, la población china está empezando a exigir políticas ambientales porque está sufriendo mucho con las externalidades propias de un crecimiento descomunal. Desde hace años el mundo pivota económica, militar y estratégicamente hacia Asia, particularmente hacia el eje China-India, donde China es el elemento más fuerte. Ahora China ha decidido liderar también las estrategias medioambientales, lo mismo que ha hecho Rusia nada más saber que Trump abandonaba el Acuerdo de París. La Unión Europea es la pata más débil pero tiene una gran potencialidad: marcó el camino a seguir, consiguió los mejores objetivos aunque aún lejos de lo propuesto y tiene la tecnología más avanzada para hacer frente al problema. Lo de Trump será objeto de estudio durante decenas de años. Si miramos a Babilonia, Persia, Asiria, Egipto, China, Macedonia, Roma, Mongolia, España, Inglaterra, Rusia, Portugal, Austria… ningún imperio cayó sin la agresión de otro o sin una brutal crisis interna. Estados Unidos es el único imperio de la historia que deja el espacio a otro voluntariamente. Es algo muy interesante. Bueno, también es interesante ver los malabares metodológicos de los “antiimperialistas”  y “antiliberales” de manualillo para encajar este asunto en su esquema.
S.R.: El Acuerdo de París ¿seguirá adelante sin Estados Unidos?
D.M.R.: Estoy seguro de que seguirá. Puede que pase lo mismo que con el “brexit”, que sin amigos como estos tal vez vayamos mejor. Aunque tengamos que pagar por los norteamericanos porque el clima es común, ellos perderán, no sólo esta batalla, sino también el futuro económico. Un alto directivo de Phillips dijo hace unos meses que la sustentabilidad había dejado de ser un coste para pasar a ser una ventaja competitiva.
S.R.: Vamos a entrar ahora en lo cotidiano, en las actitudes ambientalmente sostenibles que podemos adoptar en nuestro vivir diario. Muchos piensan que llevar una vida respetuosa con el medio ambiente y responsable ecológicamente es muy difícil, sólo al alcance de los que están muy enterados y que, además, suelen ser personas de renta alta. Hay una sensación de que la gente normal no puede hacer nada, por falta de conocimientos o por falta de dinero.
D.M.R. Es cierto que hay esa percepción en algunas personas y grupos sociales pero muchas veces es un pretexto y, a veces, no se dan cuenta de que son víctimas de los grandes poderes industriales que les han convencido de que eso del medio ambiente es cosa de “pijos ricos” que lo tienen todo. Lo mismo pasa si analizamos por países. Hay sectores de los países pobres que tratan de convencer a la gente de que eso del cambio climático es una milonga de los ricos del norte que quieren seguir viviendo a costa de ellos. Eso no es verdad, aunque haya cierto cinismo en algunas políticas y en algunas ocasiones. De hecho, los movimientos sociales más importantes y más avanzados de los países subdesarrollados tienen en la cuestión ambiental una de sus principales banderas. Por ejemplo, yo mismo llevo trabajando desde hace más de veinte años en un programa de desarrollo en Guatemala, diseñado tras los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla. En el programa, muy exitoso, hay líneas económicas pero también ambientales e identitarias. Estamos hablando de comunidades mayas y de ciudades pequeñas. También hay todo un movimiento al que se conoce como “ecologismo de los pobres”. Hace muchas décadas que el ecologismo acuñó su “pensar globalmente, actuar localmente” y hoy ese principio está más vivo que nunca. No se trata de tomar grandes medidas y tampoco de estar permanentemente agobiado porque compraste un detergente poco conveniente o porque comiste algo que lleva un ingrediente que deteriora un espacio. No es eso. En un mundo tan globalizado o eres muy rico o tienes que comprar lo que esté a tu alcance. Seguro que Versace paga mejor a sus trabajadores que Ortega y también seguramente sus telas son de origen más sostenible, pero no todos podemos vestirnos en Versace y tenemos que ir a Zara, salvo que hagamos en casa nuestras prendas con textiles y lanas de nuestra casería, cosa hoy imposible. Pero podemos acudir al mercado de segunda mano, muy extendido en países como Inglaterra o Suecia. Precisamente en Suecia se hizo recientemente un estudio en el que se demostraba que con la compraventa de ropa y otros artículos de segunda mano se había evitado la emisión de 700.000 toneladas de CO2, que es la misma cantidad que emite un millón de madrileños. Es decir, que podemos tomar pequeñas decisiones cotidianas que, sumadas, consiguen grandes logros. Cada uno hace lo que puede. Nadie tiene el monopolio del ecologismo. ¿Qué hay contradicciones?, pues por supuesto. Lo importante es saber de ellas e ir salvándolas lo mejor posible. Mire, hay una máxima que no falla: reducir, reutilizar, reciclar, las tres “erres”. Hay que reducir nuestros residuos, reutilizar aquellos que no podamos reducir y reciclar los que no podamos ni reducir ni reutilizar. El último eslabón es el reciclaje pero parece el más importante porque en torno a él hay empresas que ganan dinero directamente. No es malo, no, pero hay que ponerlo en su justo término.
S.R.: Uno de los principales asuntos es la alimentación. Los estudios nos dicen que una cesta de la compra sostenible es, como poco, cuatro veces más cara que una cesta convencional. ¿Qué hacemos?
D.M.R.: Ese es un gran problema. Y no sólo por el precio sino por la facilidad de cocinar. “¿Qué cenamos hoy?, ¡bah, cualquier cosa!, pongo una pizza en el horno”. Pero si nos preocupamos un poco vemos que hay opciones no muy caras y, aunque sigamos comprando carne ultraprocesada, pizzas o congelados de surimi, equilibraremos un poco nuestra alimentación y nuestro impacto sobre el medio. La mayor parte de la gente vive en ciudades y, por tanto, no tiene a mano una huerta, huevos de casa o leche de sus propias vacas. Estas cosas no son nuevas, ¡qué va! Los campesinos que empezaron a utilizar productos industriales, aunque no supieran el porqué, se dieron cuenta de determinadas cosas. Los viejos ya comprendieron qué algo pasaba, aunque no estudiaran biología, y actuaban en consecuencia. En la casa de mi familia tomábamos leche de una sola vaca. ¿Sabe de cuál?: de la que sólo se alimentaba de pastos y forraje, nunca de piensos. La leche de las otras iba a la central, concretamente a Nestlé.
S.R.: Pero eso, como usted mismo decía, no es posible para casi nadie.
D.M.R.: Claro, claro. Pero hay posibilidades de acercarse a ello. En Madrid funcionan unas cuantas cooperativas de consumo. Puede que muchos madrileños no lo sepan, pero Madrid tiene a menos de cincuenta kilómetros una estructura agropecuaria muy interesante, desde viñedos hasta ganadería de montaña. Esas cooperativas tienen relaciones con agricultores y ganaderos para distribuir cestas semanales con productos de temporada. Además, controlan el proceso productivo, que no haya agroquímicos y cosas de este tenor. No hay intermediarios, con lo que las verduras, las frutas, las legumbres, el vino, el aceite no es más caro que lo que compramos habitualmente. Esa es la cuestión: aunque sigamos dependiendo de las marcas, en una buena parte podemos sustituirlas. E incluso si vamos a grandes superficies, podemos optar: mejor lo fresco que lo congelado o envasado, no por la calidad alimenticia o la salubridad, no, sino porque lo fresco, además de tener mejor sabor, ha requerido menos agua, menos energía eléctrica, menos transporte… Imagínese un litro de leche producido en una granja de Colmenar Viejo, a treinta kilómetros de Madrid. Ese litro se procesa en Lugo, se envasa en un cartón fabricado en Turín, se le pone un tapón fabricado en Pekín… Total, que, cuando esa leche se consume en un hogar de Chamberí, los treinta kilómetros se han convertido en treinta mil. Eso sí, hay que ir a comprar una o dos veces por semana y no una vez al mes o hacerlo por internet. También se puede tener un huerto. A veces es posible en casa, en una terraza, en una azotea, que, además, contribuye a regular humedad y temperatura en la vivienda. También hay huertos urbanos en alquiler, generalmente barato, que algunos ayuntamientos están desarrollando, o huertos muy baratos en pueblos cercanos a la ciudad, de campesinos mayores o fallecidos que ya no se cultivan. Además es un trabajo muy gratificante para los urbanitas y una línea educativa muy interesante para los niños.
S.R.: Desde el ecologismo hay una campaña muy potente contra el consumo de carne. ¿Debemos ser vegetarianos?
D.M.R.: Quizás todos los vegetarianos sean ecologistas pero no todos los ecologistas son vegetarianos. Vaya por delante una cosa: yo llevo en el ecologismo desde hace más de cuarenta años y no soy vegetariano, aunque comparto la idea de que es necesario reducir el consumo de carne en nuestra sociedad. Hay gente que no come carne por motivos de salud y a mí nunca me ha convencido con sus argumentos. Pensar que en los vegetales está todo lo necesario para el metabolismo de nuestra especie me parece erróneo y mucho más si ya se plantea no tomar pescado, ni huevos ni lácteos. Pero, en fín, no soy un experto en dietética y admito que puedo estar equivocado. Pero hay otros que critican el consumo de carne porque la ganadería que mantiene nuestro brutal consumo obliga a deforestar medio planeta y a plantar el otro medio de forrajes, con lo que no queda espacio para cultivar los alimentos de la población o se encarecen brutalmente. Eso yo lo he visto en Centroamérica y en Sudámerica. Con este planteamiento sí que estoy de acuerdo. Nuestro alto consumo de carne está destruyendo regiones enteras y, cuanto más barata es la carne que compramos, más se ha destruido y más agua se ha consumido. Por eso creo que la propuesta para quien coma carne, como es mi caso, es que lo haga menos veces y de mejor calidad. Más vale comer unos filetes o unas chuletas de vaca o de buey de las explotaciones extensivas de Asturias una vez cada quince días que unos filetes de dudosa procedencia cada dos días. Quien vea la carne bajo prismas ideológicos, que haga lo que quiera, pero quien la vea desde el punto de vista ambiental, tiene una opción.
S.R.: Otro elemento importante es la casa, la vivienda.
D.M.R.: Es una de las cuestiones más peliagudas porque nuestra capacidad de intervención suele ser pequeña. Le voy a poner mi caso personal, del que hablamos hace unos meses. Yo paso cuatro meses en Madrid y ocho en Asturias. En Madrid paso de septiembre a enero más algunos días en junio y en julio, en una buhardilla pequeñita en Lavapiés. Como es tan chiquita me basta una hora de calefacción en invierno y media hora de aire en verano para solucionar el problema. En Asturias vivo en una casa enorme, una casa tradicional que ya tiene siglos. Calentarla es complicado por su tamaño. Enfriarla en verano no es necesario, al menos hasta que el cambio climático no se ponga peor. Pero resulta que mi casa de Madrid es poco sostenible porque depende de la electricidad, de las centrales térmicas o nucleares. En cambio, la de Asturias sí lo es porque depende de la biomasa que nosotros y nuestros vecinos generamos: árboles caídos, muertos, enfermos o leña nueva de eucalipto, que sólo es ambientalmente útil cuando se quema. En Madrid lo ideal sería dotar a los edificios de paneles solares. Con el nivel de insolación que tiene esta ciudad la mayoría de los edificios de viviendas podrían tener agua caliente y calefacción procedente de energía limpia. Luego están los jardines verticales y los jardines en las azoteas, utilísimos contra los calores del verano y que permiten riegos por goteo de agua reciclada. Y quedan también actuaciones muy sencillitas, como la de dejar la calefacción en 18 grados y estar en casa con un jersey. ¿Verdad que a nadie se le ocurriría en verano poner el aire acondicionado a 7 grados y vestirse con un forro polar? ¿Por qué en el invierno no aplicamos la misma lógica? De hecho, en verano nunca voy al cine en Madrid porque paso frío.
S.R.: Nos queda hablar de uno de los elementos más importantes de las grandes ciudades, de Madrid en este caso: el transporte. En los últimos tiempos, tras la llegada a la alcaldía de Manuela Carmena, el debate se ha convertido en algo cotidiano en los bares, en los parques, en los mercados…
D.M.R.: A mí me parece que el equipo de Carmena tiene las cosas bastante claras. Otra cosa es que sepa cómo llevarlas a cabo. Pero es de agradecer que esta ciudad tenga, tal vez por primera vez, un gobierno que piensa más en el concepto de “acceso” y no tanto en el de “movilidad”. El derecho de un ciudadano es tener fácil acceso al transporte, no la libertad plena de movilidad. Un ayuntamiento serio debe ofrecer a los ciudadanos acceso al transporte, con una buena red pública, pero no tiene porqué asegurarle libre movilidad en su vehículo privado. Es una vieja polémica en la que yo me inicié estudiando el modelo de Bolonia, en Italia, a principios de los ochenta. Ningún modo de transporte es del todo rentable ni del todo sostenible. Esas son dos premisas: una económica y otra ambiental. La razón es biológica: el transporte en los sistemas naturales es vertical y en los humanos civilizados es horizontal. Pero hay modelos mejores y peores. El mejor: andar. En Madrid andar para todo es de verdaderos privilegiados. El siguiente: la bicicleta. También es problemático, salvo para estudiantes y algunos profesionales. Y, entonces, el metro y el ferrocarril de cercanías. Lo peor es el coche particular. Y no sólo por su contaminación cuando circula: producir un coche contamina mucho más de lo que contamina su propietario conduciéndolo durante diez años.
S.R.: Ahora, que se habla de “huella ecológica”, el tema del turismo es otro de los que están en cuestión. ¿Qué hacemos con los viajes?
D.M.R.: Otro asunto peliagudo de tratar. Muchos países pobres están saliendo de la miseria a través del turismo. Pero el deterioro ambiental es enorme. Muchísimos recursos tradicionales son sacrificados para revertir a usos turísticos. Aquí tal vez algunos no me comprendan pero espero que otros muchos sí. Yo no conozco, por ejemplo, Bangkok. Pues, salvo que me invitara un amigo de allí, no tengo ningún interés en ir. Avión, hotel, templos llenos de turistas haciendo fotos, visitas programadas a mercados, cenas entre turistas… Como no conozco ni las costumbres ni el idioma, no puedo salir de los circuitos turísticos. Total: un enorme deterioro cultural y ambiental para no ver ni conocer nada, sólo para meter en Facebook unas fotos para los amigos. Ahora, si un amigo de allí me invita, claro que iría. Yo he recorrido medio mundo y siempre así. Y luego me subía a una camioneta y… a lo que surgiera, pero conociendo el idioma, por ejemplo, y viviendo donde la gente vive. Posiblemente, mi forma de viajar no se corresponde con el turismo como sector económico, pero también hay un turismo muy interesante: el cercano. Es el turismo que se hacía en España en los cincuenta y sesenta del pasado siglo, el de ir a los pueblos de los abuelos. Se trata de ir a pueblos, a granjas, a ciudades pequeñas, algunas cercanas, y ver otro mundo. Decía Voltaire, con toda la razón, que el verdadero viaje de descubrimiento no era buscar nuevas tierras, sino mirarlas con nuevos ojos. Yo tengo unos amigos de Gijón que un día decidieron apuntarse a un recorrido guiado por su propia ciudad. ¿Sabe lo que pasó?: que descubrieron cosas cotidianas a las que nunca les habían dado el marchamo de “únicas” o de “históricas”. Y si ya vamos mucho más de ecologistas, hay redes en Europa que, por poco dinero, te hacen ver de verdad el mundo y contribuyes al sostenimiento de comunidades que tratan de vivir de mejor manera.
S.R.: ¿Podemos fiarnos de las campañas de las empresas que nos venden productos ecológicos, energías verdes, compromiso con el medio ambiente? Hay compañías eléctricas que ofrecen energía renovable, aunque sea un poco más cara, por ejemplo.
D.M.R.: Pues hay de todo en el mercado. Hay muchas empresas con responsabilidad ambiental pero muchas otras no, aunque lo aparenten. No hay que dejarse llevar por los logotipos. Una gasolinera que tiene como imagen de marca una flor verde no tiene por qué ser más limpia y sostenible que otra. Cuando nos ofrecen electricidad que proviene de fuentes renovables, aunque sea un poco más cara, hay que hacer esta pregunta: ¿cada kilovatio que incrementan de energía limpia lo retiran de la energía sucia? Si lo hacen así, su publicidad responde a la verdad. Pero muchas compañías aumentan su producción sostenible pero no disminuyen la insostenible, con lo que estaremos pagando más creyendo contribuir a mejorar el medio y sólo estamos contribuyendo a aumentar los beneficios empresariales. Tenemos vías para hacer comprobaciones: llevar las características técnicas del coche que vamos a comprar, del frigorífico, del contrato con la eléctrica, de la ficha técnica de la cadena alimentaria… a una organización ecologista o de defensa del consumidor, o a las oficinas que algunas administraciones públicas tienen abiertas para estas cuestiones.
S.R.: Muchas gracias, profesor Rivas. Seguramente les habrá dado alguna buena idea a nuestros oyentes.

D.M.R.: Gracias a usted, Sofía. Sólo quiero incidir en una cuestión: que nadie deje de hacer cosas pequeñas porque crea que no sirven para nada. Sólo el hecho de ir con tus niños a los contenedores de tu calle y repartir los residuos es algo muy importante.

Comentarios