Rosa Núñez: El Ateneo de
Madrid está en horas muy bajas, hasta el punto de que puede ser embargado.
Tiene la mejor biblioteca de España, después de la Biblioteca Nacional, una
hemeroteca extraordinaria y una pinacoteca en la que, tal vez, se encuentre de
lo mejor del arte vanguardista del siglo XX. Buenas tardes, profesor David
Rivas.
David M. Rivas: Buenas
tardes.
R.N.: Tenemos con
nosotros a David Rivas. Es asturiano y profesor titular de estructura económica
en la Universidad Autónoma de Madrid. Eso es bastante, son dos títulos, pero
también fue secretario del Ateneo de Madrid durante seis años, en los ochenta y
noventa. Y quien conozca un poco la llamada “Docta Casa” sabe que el secretario
es el poder verdadero, el que rige de verdad.
D.M.R.: Fui secretario
con José Prat, el presidente. Él había sido secretario con el presidente
Unamuno. Para mí fue un honor trabajar con Prat durante cinco años.
R.N.: Hasta su muerte.
D.M.R.: Murió, no
recuerdo bien el mes, entre el invierno y la primavera. Las elecciones a
secretario eran en mayo del año siguiente y yo decidí cumplir mi mandato pero
no volver a presentarme. Estoy seguro de que habría ganado pero ya no había un
proyecto ni una persona como Prat. Y nunca volvió a haberlo, ni proyecto ni
presidente. Yo con Prat me llevé muy mal durante tres o cuatro meses y acabé
teniéndole un enorme aprecio. Era un hombre excepcional. Era un pillo muy
inteligente. Su historia era la típica de un superviviente, un político vencido
en una guerra terrible, exiliado y con todos los vicios de los políticos de
casta, pero era grande. Era un hombre muy interesante. Yo aprendí mucho con él.
Sentí mucho su muerte y porté su féretro en el cementerio civil de la Almudena.
Yo tenía unos treinta años, de aquella un jovencísimo profesor, y me veía en
aquel despacho, en la mesa de Manuel Azaña, bajo los retratos de Fernando de
los Ríos y de Armando Palacio Valdés, pared con pared con Prat, el militar
togado que fue secretario de estado con Negrín… Soy poco mitómano pero aquello
hasta me sobrecogía.
R.N.: Usted nunca tuvo
mucha simpatía por el PSOE y Prat era un histórico del PSOE.
D.M.R.: Lo dice usted muy
bien: era un “histórico”. El PSOE maltrató a Prat de una manera indigna. Era un
partido con dirigentes malos, malos de “maldad”, no de “incompetencia”, aunque
también eso en muchos casos. Además eran unos gobernantes incultos e
ignorantes, incapaces de entender el significado del Ateneo de Madrid. Para
ellos el Ateneo era lo mismo que un club de pádel: un renglón en la nómina de
subvenciones. Pero el Ateneo es otra cosa y, además, el estado nos debía
cuarenta años de intervención y expolio de nuestro patrimonio. Por ejemplo,
libros del Ateneo acabaron en la biblioteca privada del nazi Serrano Súñer y
cuadros del Ateneo en paradores nacionales por orden de Fraga. Sólo hubo un
dirigente socialista que trató con cariño y educación al viejo don José, el
ministro Javier Solana. También se portó bien con él Joaquín Leguina. El
ministro más hostil al Ateneo fue Semprún. Prat decía, con la sorna que le
caracterizaba: “¿qué le vamos a hacer, joven secretario, si mi partido ha
entregado la cultura a un comunista francés?”. También se portó bien Rodríguez
Sahagún, del CDS, un azañista que murió demasiado pronto y que, seguramente por
la larga sombra de Tierno Galván, nadie recordará que fue, o pudo ser porque,
como le decía, murió pronto, el mejor alcalde de Madrid.
R.N.: Es que el Ateneo es
una vieja institución.
D.M.R.: El Ateneo de
Madrid es algo extraordinario. Nació en 1820, tras la asonada de mi compatriota
Rafael del Riego. Es una institución hija del liberalismo más radical de
Europa. Llegó a ser un termómetro de la salud política: abierto y libre, república;
abierto y vigilado, monarquía; cerrado, dictadura. Hasta en el franquismo
mantuvieron los ateneístas un punto de libertad en sus conciliábulos de la
Cacharrería, la tradicional sala de tertulias.
R.N.: Y siempre a la
izquierda.
D.M.R.: No, no, esa es
una imagen falsa. El Ateneo siempre tuvo un espíritu liberal, en el sentido de
“tolerante”, que es el significado que “liberal” tenía para los ilustrados
españoles del XVIII y primeros del XIX. Nunca el Ateneo interesó a los
comunistas, por ejemplo, al menos hasta los años ochenta. No hay entre los
ilustres de la casa ningún comunista. Tampoco hubo fascistas. Y de los
socialistas los hubo siempre del lado menos dogmático, como Besteiro o De los
Ríos. Sí hubo anarquistas como Anselmo Lorenzo, pero eran gente vinculada a la
pedagogía y casi todos francmasones. Si hiciéramos una nómina larga de
ateneístas ilustres seguramente la derecha moderada ganaría con bastante
holgura. Yo creo que el ateneísta modélico se corresponde con un burgués
ilustrado con honda preocupación social y una firme fe en la capacidad
transformadora de la enseñanza. Hablo de los tiempos más luminosos. Hoy todo es
distinto y el Ateneo, aunque conserva ciertas peculiaridades y manías, es
reflejo de una sociedad diferente. Por eso Azaña es el ejemplo de ateneísta más
reconocible.
R.N.: Hablando de
masones: el Ateneo siempre ha sido visto como una institución muy masónica. ¿Es
verdad que en el Ateneo de Madrid siempre ha mandado de una forma u otra la
masonería?
D.M.R.: No, no es verdad.
Sí es cierto que en el Ateneo los masones tuvieron una presencia importante
siempre, pero en los últimos años mucho menos que antes. De hecho, su propio
reglamento está inspirado en el del rito escocés antiguo y aceptado. Y toda la
casa responde a lo mismo: el número de peldaños, las estrellas de cinco puntas,
las pinturas alegóricas. El salón de actos es un templo masónico y la galería
de retratos de ateneístas ilustres es en su mitad la galería de la masonería
española. Si los masones eran cinco mil en todo el país, quinientos eran
miembros del Ateneo. Pero no hay que exagerar las cosas. Nunca, ni cuando la
república, los masones fueron más de cinco mil pero las causas judiciales
contra masones en el primer franquismo fueron cincuenta mil. Hay un gran mito sobre
este asunto. No vamos a negar que Prat era masón y que algunos dirigentes más
también lo eran o eso se decía. Pero nunca en el Ateneo se siguieron
directrices. Si no sucedió en mi época, con una junta de gobierno más en esa
línea clásica de la casa, mucho menos pasaría después, con juntas reaccionarias
y gran peso de personas muy ligadas al catolicismo. Mire, si la orden masónica
lo hubiera decidido, el Ateneo estaría copado por masones. Eso nunca pasó,
nunca la masonería controló el Ateneo. De hecho, la masonería no participa en
nada fuera de las logias. Otra cosa es que los francmasones, individualmente,
se dediquen al Ateneo, al ejército, a la universidad, a la empresa o a la
filatelia. También alguno puede ser guerrillero, ecologista, gaitero e incluso
criminal en serie. Algo conozco de la masonería.
R.N.: El actual
presidente, César Navarro, también es masón.
D.M.R.: Es un buen hombre
y fue un buen presidente a principios de los ochenta, el primero elegido
democráticamente. Pero tiene alrededor unos cuantos ditirambos que son una
especie de pseudomasones.
R.N.: ¿Pseudomasones?
D.M.R.: Sí. Son personajes
con afición totalitaria y que, por eso, chocan frontalmente con los principios
de la masonería. Pero juegan a collarines y mandilones. Es gente que interpreta
papeles y, además, lo hace mal. Me parece que le bailan el agua a un presidente
ya muy mayor, una buena persona pero muy encantado de conocerse. Bueno, la
vanidad es un poco el pecado que tenemos todos. Le hacen sentirse importante,
como un patriarca de una tribu iniciática, y lo llevan de un lado para otro. En
el fondo creo que el doctor Navarro, al que siempre aprecié y al que el Ateneo
le debe mucho de cuando su primer mandato, se equivocó regresando a estas
alturas de la función. Creo que se ha traicionado a sí mismo y no siempre
jugando limpio. En las anteriores elecciones a las que él se presentó estuvo de
presidente de la comisión electoral, comportándose de una manera parcial e
indigna. En un pasillo le pregunté que cómo era posible que tuviera esa actitud
cuando públicamente defendía principios muy distintos. Pero, ¡allá don César!
Tampoco van a ir muy lejos porque el Ateneo se autorregula. Aún conserva parte
del viejo espíritu de la casa.
R.N.: Fueron malos
tiempos los suyos en el Ateneo.
D.M.R.: Malos no, fueron
convulsos. Eran momentos como aquellos de los que hablaba Rostand, los bellos
tiempos de la revolución. De todas formas es propio del Ateneo tener grandes
follones y así fue en todos los tiempos. Azaña, que seguramente es el prototipo
de ateneísta, cuando escribe sobre sus consocios los pone de vuelta y media.
Decía, por ejemplo, que los ateneístas se hacían eruditos en la biblioteca,
oradores en la tribuna y energúmenos en el resto de la casa. Con ello los
dejaba muy mal porque, evidentemente, los habituales de la biblioteca y de la
tribuna eran minoría. Cuando fui secretario de la Docta Casa me propuse una
meta: salvarla de la intervención pública y evitar que los poderes financieros
entraran a saco. Y lo conseguí, evidentemente con José Prat y otros. Recuerdo
con gran cariño a Miguel Losada, a África Malo de Molina, a Luis
López-Cañadilla, a Manolo Huguet, a Isabel del Castillo, a Fernando del Arco, a
Lauro Olmo, el gran dramaturgo… Compartí una Junta de Gobierno con gente
extraordinaria. También con un montón de chiflados y de aprovechados.
R.N.: Pero usted era el
que mandaba.
D.M.R.: Sí, eso es
cierto. Ya lo hablábamos antes. Pero no mandaba por ser yo, sino porque el
secretario lleva la gestión, es el jefe de personal y, si está en sintonía con
el presidente, tiene cierta capacidad de bloqueo, aunque durante un breve
tiempo. En el Ateneo el secretario no es
el poder real o fáctico pero coordina la junta directiva y, claro, quien
coordina tiene mayor capacidad de intervención. Y yo ejercí mis funciones sin
ninguna vergüenza y sin ninguna reserva. Un histrión me llamó en una asamblea
Secretario de la Junta Militar de Gobierno y otro me dijo que había empezado de
tribuno y ahora era cónsul único, para acabar preguntándome que cuándo me iba a
coronar como emperador de los franceses. No reflejaba la realidad. Soy una
persona muy poco dada a resabios autoritarios pero sé cuándo hay que hacer lo
que es menester hacer. Y, se lo digo de verdad, siempre tuve cierta
“autorictas”. Eso es importante y más en el Ateneo de Madrid, liberal por
tradición y por convicción. Fíjese que nadie desde 1820 ganó la secretaría tres
veces seguidas, ni siquiera Azaña.
R.N.: ¿Tenían también
problemas económicos?
D.M.R.: Los teníamos a
diario. Aunque nunca nos faltaron subvenciones de la comunidad, del
ayuntamiento y del ministerio, mantener el Ateneo es muy caro. Es un edificio
antiguo y con cientos de miles de objetos, libros, cuadros, revistas,
esculturas… Siendo yo secretario acometimos una obra de rehabilitación de novecientos
millones de pesetas. El sobrecoste se disparó cuando descubrieron que no había
cimientos, que todo el edificio descansaba sobre un bancal de arena y que la
pared del norte era de cañizo. Tuvimos que renegociar una y otra vez, aunque contamos
con la buena disposición de la empresa constructora, que pertenecía a la ONCE.
Además la ley no permite dedicar subvenciones a gastos de personal y la nómina
de trabajadores era larga. Y había una sangría de socios creciente. Cuando yo
llegué a la secretaría éramos seis mil socios. Incluso tuvimos que no aceptar
nuevas solicitudes de ingreso y a los dos años tuvimos que revocar la decisión.
Cuando me marché de la junta de gobierno éramos cuatro mil y hoy la cosa debe
andar por los dos mil quinientos.
R.N.: ¿Por qué pasó eso?
D.M.R.: Los ateneos
tienen mala ubicación en la sociedad actual. En los setenta y ochenta, cuando
yo empecé a frecuentar la casa siendo estudiante, no había una red de
bibliotecas públicas y la del Ateneo abría a las nueve de la mañana y cerraba a
la una de la madrugada. Y el Ateneo sólo cerraba el día de navidad, el día de
año nuevo y el primero de mayo. Estudiantes, profesores y opositores se
peleaban por un pupitre. Hoy, afortunadamente, la red pública de bibliotecas es
importante. También las tertulias, las conferencias, los debates y hasta las
plataformas políticas atraían a la gente. Hoy cualquiera puede seguir un debate
en decenas de cadenas de televisión e incluso participar a través de las redes
sociales. Sitúese usted en los primeros años del siglo XX: si usted no era
universitario, que pocos universitarios había, ¿dónde podía escuchar a Ortega,
a Unamuno, a Einstein, a Marie Curie…?, pues en el Ateneo. Por eso hoy gozan de
mejor salud los ateneos de ciudades pequeñas, donde la oferta cultural es menor
y el ateneo un referente.
R.N.: Vayamos al día de
hoy. El Ateneo puede ser embargado. Tiene deudas impresionantes. Su futuro está
muy complicado.
D.M.R.: No estoy muy al
corriente de los pormenores pero conozco la situación económica del Ateneo. Los
últimos años el Ateneo fue sumando un despropósito tras otro. Las
irregularidades fueron muchas y la documentación no siempre aparece. La
comisión de cuentas del 2016 pidió a la junta general la aprobación de las
mismas pero reclamaba mayor transparencia y, concretamente, los justificantes
de la inversión de 1.600.000 euros que, según contrato, debería haber realizado
el restaurante al que la directiva le entregó toda la parte baja y con salida
independiente a la calle. No existe ningún documento al respecto. También la
comisión exigía que toda obra pase por concurso público y aceptación de la
junta general, cosa que siempre se hizo bajo mis mandatos. El Ateneo ha ido
hacia atrás en lo económico pero también en sus usos democráticos.
R.N.: También se realizó
una auditoría externa, encargada por el propio Ateneo a una prestigiosa
empresa.
D.M.R.: Sí y es una cosa
curiosa. Se encarga una auditoría y no se sigue ninguna de sus recomendaciones
para evitar que suceda lo mismo que sucedió. La auditoría detecta que un millón
de euros del ministerio de cultura no se justifica con nada, sólo con unos
epígrafes de gasto sin ninguna justificación. Y, entonces, claro, el ministerio
lo reclama. Dice también la auditoría que no se están cumpliendo los
procedimientos legales de contratación de obras y servicios, porque no se
realizaron, como exige la ley, mediante una negociación con publicidad. También
dicen los auditores que se están utilizando recursos públicos para cubrir
gastos de personal que, como ya le decía antes, siempre ha estado prohibido
expresamente.
R.N.: ¿Y qué va a pasar?
¿Hay responsables concretos, con nombres y apellidos?
D.M.R.: No lo sé, no
puedo señalar a una persona u otra, pero que la junta de gobierno de Carlos
París es responsable parece evidente. Mi opinión es que la junta general
debería iniciar un proceso civil, no penal, que lo penal es muy del gusto de
los ateneístas porque es barato y espectacular. En el reglamento del Ateneo
están muy bien detalladas las competencias de cada directivo, especialmente las
del presidente, el secretario, el depositario y el contador. En principio,
estos son los cargos responsables, los que firman las cosas, o, por su
ausencia, uno de los dos vicepresidentes, el secretario segundo o tercero, o
uno de los dos vocales. Todo parece señalar que hubo irregularidades que yo no
puedo tipificar porque soy lego en derecho, aunque tengo sentido común y unos
cuantos años vividos, además de conocer la gestión del Ateneo, de saber cómo se
hacen las cosas. De hecho, mi última actividad técnica en el Ateneo fue la de
formar parte de la comisión de cuentas de hace unos años. Y, en función de
cuáles sean esas irregularidades y de qué volumen de dinero estemos hablando,
se podrían exigir responsabilidades económicas.
R.N.: Pero, mientras se
da esta situación o no, el Ateneo sigue necesitando dinero.
D.M.R.: Lo necesita como
el comer. Pero no nos engañemos. El Ateneo sigue recibiendo dinero y no en
cantidades pequeñas. La alcaldesa Manuela Carmena le regaló una montonera, del
orden de setecientos mil euros el año pasado y, como tampoco en este caso hubo
justificaciones precisas, la subvención ha disminuido, aunque no conozco exactamente
la cantidad de la que se trata. De hecho, no sé en qué se utilizaron esos
setecientos mil euros. Y toda subvención no regular debe tener un objetivo. No
lo digo yo, lo dice la ley. Hay pocas
entidades privadas mejor financiadas con dinero público que el Ateneo. Y el
Ateneo lo merece y es justo que las reciba, pero los socios y también los
contribuyentes deben saber qué se hace con el dinero. Es lo que denunciaba la
comisión de cuentas hace unos meses: no hay transparencia. Los directivos de
“la convergencia”, los directivos de París y que son los mismos que, más o
menos, sostienen hoy a Navarro, han dejado al Ateneo en la bancarrota y los
ateneístas deben dejar de gritar en las asambleas y de andar con periodistas de
cabecera que sacan de vez en cuando una noticia, generalmente confusa y que
sólo sirve para poner a la Docta Casa a la altura del betún, e ir a los
tribunales de justicia si es que, bien asesorados, hay materia para ello.
R.N.: ¿Y se podría buscar
alguna salida más para llenar un poco las arcas del Ateneo de Madrid?
D.M.R.: No lo sé, la
verdad. Me parece que aquella idea de que la biblioteca pasara a ser pública,
propiedad de la Comunidad de Madrid o del Ayuntamiento, con sus técnicos y
mozos pagados con cargo al presupuesto era buena. Pero aquí hablo de oídas.
Estamos hablando de la mejor biblioteca de España después de la Nacional y
mejor que la Nacional en algunos fondos del XVIII y del XIX. Los madrileños no
saben lo que tienen en el Ateneo y tampoco saben que ese enorme patrimonio está
en manos de ignorantes, patanes y mercachifles.
R.N.: Hay quien afirma
que el Ateneo tiene como problema fundamental su propio reglamento: listas
abiertas, elecciones parciales cada año, elecciones también cada año a las
secciones de trabajo, asambleas mensuales, gran facilidad para solicitar una
asamblea extraordinaria… Es como si estuviera en elecciones permanentes.
D.M.R.: Es un debate
viejo. Ya se produjo cuando yo era secretario. Al reglamento del Ateneo le ha
sucedido lo mismo que a la constitución de los Estados Unidos. Las dos normas
se redactaron para una sociedad reducida y muy homogénea y en una misma época,
bajo un liberalismo triunfante y, como decíamos antes, en consonancia con
principios masónicos. El Ateneo funciona, o más bien funcionaba, como una
pequeña república con poderes y contrapoderes. De esa forma, sus normas son muy
escrupulosas con los derechos individuales y muy vigilantes con el poder. Pero,
como prueba de la homogeneidad inicial de la membresía y de una supuesta ética
republicana, no regula la moción de censura porque no se consideró como
instrumento necesario. Han pasado más de dos siglos, la sociedad y el Ateneo
son muy complejos y algunas de aquellas normas acaban estrangulándolo. Por
ejemplo, el reglamento no permite a una directiva endeudarse a mayor plazo que
el de su mandato. Hablamos de uno o dos años, según interpretemos, y con ese
horizonte temporal no se podría pedir ningún crédito, ni acometer obras, ni
hacer un plan de personal, ni casi nada.
R.N.: ¿Entonces es usted
partidario de reformar el reglamento?
D.M.R.: En principio, no.
Hubo un intento de reforma en tiempos del presidente García Partida, el que
sucedió a Prat y con el que yo trabajé durante el año que me quedaba de
mandato, y aquel proyecto resultaba ser la práctica abolición de la iniciativa
de los socios. Desde entonces y durante los mandatos de Abellán y especialmente
de París, con el viejo reglamento en vigor, se llegó a prácticas de un
autoritarismo indisimulado. Si, además, no hubiera existido la posibilidad de
recurrir al reglamento, ¿a dónde habríamos llegado? Yo siempre fui partidario
de no tocar el reglamento pero redactar unas normas de menor rango que
permitieran solventar algunos de los problemas de los que antes hablaba. A
veces bastaría con adaptar a la particularidad del Ateneo lo que permite la
propia ley de asociaciones.
R.N.: Decía usted antes
que los ateneos tienen mal encaje en la sociedad actual, especialmente en
ciudades como Madrid, con gran oferta cultural. ¿Qué se puede hacer?
D.M.R.: Hay mala
solución. Algunos trataron de reorientar al Ateneo hacia una entidad más
elitista, de forma que haya pocos socios con mayores cuotas, un restaurante de
lujo y esas cosas que nos llevan a la clásica imagen del club inglés. La cosa
sería muy romántica y, a la vez, muy elitista. Sé de qué hablo porque yo mismo
frecuento un club de esos, aunque no en España. En Inglaterra, claro. Esa
transformación del Ateneo sería una aberración y, además, no sería posible por
muchas razones: esos clubes ya existen en Madrid; ¿qué haces con los socios
actuales, echarlos?; ¿va a seguir financiando el estado a un club?, porque, no
nos engañemos, no hay club que resista el coste real del Ateneo y es su
patrimonio y el hecho de que el reglamento dice que, en caso de disolución, ese
patrimonio pasará al estado, lo que compromete a los poderes públicos. Si se
cambia el status y se suprime ese último artículo, la cuota social debería ser
muy grande. Además, si usted paga una cuota de quince o veinte mil euros al año
por pertenecer a un club querrá codearse con un ministro, un premio nobel, un
miembro de la familia real, un banquero o un obispo, y no con los energúmenos
de los que hablaba Azaña. Yo creo que, precisamente, es en la redefinición de
las relaciones entre el Ateneo y el estado donde se puede buscar alguna vía de
solución, como aquella que le comentaba sobre la gestión de la biblioteca. Y lo
mismo cabe con convenios y acuerdos con otras instituciones como, por ejemplo,
las universidades.
R.N.: ¿Le gustaría volver
a la dirección del Ateneo, tal vez como presidente ya mayor, como su presidente
Prat, o sigue con la misma idea que tenía cuando él murió?
D.M.R.: Me gustaría que
dentro de cien años mi retrato estuviera en la galería del Ateneo, no le voy a
mentir. Jejeje… La vanidad, como antes señalaba. Pero no, no voy a hacer nada
de eso. Estuve a punto de seguir tras la muerte de Prat si Fernando Morán
aceptaba ir de presidente. Yo ofrecía una continuidad que era muy necesaria. Mi
paisano Morán no aceptó la invitación y yo mantuve mi decisión. Además, de
hecho, estoy viviendo prácticamente todo el año en Asturias y pronto me jubilaré, con lo que a Madrid
vendré muy poco. De hecho llevo ya seis o siete años pasando poco por el
Ateneo. Por otra parte, sólo los más antiguos socios me conocen y no soy una
persona tan relevante socialmente como para que me vote gente que no sabe nada
de mi antigua labor. En definitiva, el Ateneo se muere porque van muriendo e
iremos muriendo los que compartimos el espíritu de los fundadores. Pero sus dos
siglos han dado muchos y buenos frutos.
R.N.: Muchas gracias,
profesor Rivas, antiguo secretario del Ateneo de Madrid.
D.M.R.: A usted. Buenas
tardes.
Comentarios
Publicar un comentario