El tiempo de Flórez Estrada




Buenas tardes. Muchas gracias, presidente Martínez-Otero, por invitarme a celebrar el aniversario de Flórez Estada a este Centru Asturianu de Madrid. Como suponía que el profesor Juan Velarde hablaría del pensamiento de Flórez, yo voy a tratar de contextualizarlo en los tres ámbitos en los que transcurrió la vida política, intelectual y científica del economista somedano, que fueron Asturies, España e Inglaterra, centrándome más en Asturies y sus circunstancias.

Cuando cursé estudios de doctorado en economía elegí una materia sobre pensamiento económico español, precisamente impartida por Juan Velarde. La mitad de la materia versó sobre el pensamiento que va desde finales del XVIII hasta mediados del XIX. Si ahí hubiéramos acabado el curso el título hubiera sido muy otro, hubiera sido el de “pensamiento económico asturiano”. Previamente se había dado en España el mercantilismo de la escuela de Salamanca y con posterioridad aparecerán grandes figuras como Madoz (iniciador de una línea estructural), Bernacer (precursor de Keynes), Perpiñá, Torres, Castañeda, por citar personajes ya desaparecidos o que ya eran muy viejos cuando yo era estudiante.
Es decir, hay más de medio siglo de economistas asturianos, y es justamente el medio siglo en el que se asienta el pensamiento liberal, es decir, el pensamiento que dará origen a lo que hoy conocemos, estrictamente, como ciencia económica, con sus vertientes ortodoxas, heterodoxas y críticas. Aquella ciencia había nacido con Adam Smith en Inglaterra poco antes y su cosecha fue abundante en Asturies, desde Campillo e Ibáñez, después marqués de Sargadelos, hasta Flórez Estrada, pasando por Xovellanos, Canga-Argüelles y otros menos conocidos como Mon. Entonces, haciendo un comentario jocoso, Asturies daba más economistas per cápita y por hectárea que Inglaterra.
La pregunta se hace necesaria: ¿por qué un país básicamente agrario y sin ciudades se convierte en cuna de una nueva ciencia, de un nuevo modo de ver el mundo? Cuando un fenómeno se repite tiene que haber una explicación. En principio hay algo que nos llama la atención: excluyendo Xovellanos que era de Xixón, por otra parte una villa pequeña y pesquera, muy distante en población y actividad de Avilés y de Uviéu, todos los grandes economistas son de los confines del país, unos del occidente, otros del oriente: Campillo de Peñamellera Alta, Flórez de Somiedu, Ibáñez de Santalla d’Ozcos, Canga-Argüelles de Ribeseya. Cualquiera que hoy viaje a Somiedu o al corazón de los Picos d’Europa puede imaginar cómo era la cosa a principios del XVIII, cuando Flórez Estrada o Campillo leían a Quesnay, Smith, Ricardo o Say bajo las brumas del monte.
La primer razón que encontramos es la revolución agraria que se produce a lo largo del XVIII, una revolución que tuvo su origen en el gran incremento de la productividad. El salto hacia la industrialización se dio en Asturies con una buena aportación de capitales exteriores, belgas, franceses e ingleses principalmente, pero también tuvo un enorme peso el capital de origen asturiano. La clave estuvo en los cultivos del maíz y de la manzana, así como en el incremento de la producción de sidra, esta última dedicada en gran parte a la exportación, como atestiguan los apuntes de la aduana de Xixón.
Otro asturiano de aquel tiempo, Méndez de Cancio, del concejo de Veigadeo, introdujo por vez primera en Europa el maíz de las Américas. El clima del país hizo posible grandes cosechas con grandes rendimientos con respecto a la escanda y al centeno, los cereales más abundantes hasta entonces, así como al trigo. Así comenzaba un proceso de lo que Marx llamó con gran acierto “acumulación originaria de capital”. El maíz, que permitía aumentar la ganadería, junto al complejo manzana-sidra, en detrimento de los cítricos, permitió incrementar las exportaciones. Todo ello contribuyó a crecimientos de renta entre el campesinado y, lógicamente, a crecimientos importantes entre las familias con mayores posesiones, las viejas estirpes de la hidalguía del país.
Xovellanos, tanto en sus diarios de viajes como en su informe sobre la ley agraria lo explica muy bien y apuesta por el apoyo a una clase campesina de pequeños propietarios, un poco en la línea de la escuela fisiócrata francesa. Por su parte, Gonzalo Anes lo explica muy bien en los estudios sobre la época que publicó en los setenta y ochenta del siglo XX. Es más, el poeta  Bruno Fernández Cepeda, refiriéndose a la sidra en su largo poema “Bayura d’Asturies” (riqueza de Asturias) nos habla de cómo el incremento de las rentas llevó aparejada una proliferación de hórreos, casonas y palacios, cuando escribe que “horros y cases llevanta” (levanta hórreos y casas).
La acumulación originaria del capital y la presencia de un sector artesano (metalurgia, forja, textil, cerámica, vidrio) permitía dar el salto hacia una economía industrial sobre la que cabía implantar las estructuras del naciente capitalismo. Pero eso también sucedía en otras zonas de España, como el País Vasco, Cataluña, Valencia o regiones de Andalucía. ¿Por qué sólo en Asturies aparecen teóricos de la nueva ciencia económica? Es aquí donde entra en juego una característica, si no exclusiva, muy particular de Asturies o de los asturianos.
La historia suele estudiarse como una sucesión de reyes y papas o como un devenir de fuerzas productivas que llevan a unas contradicciones y enfrentamientos que llevan, a veces violentamente, a un cambio tras otro. Sería una historia idealista frente a una historia materialista. Según la primera, Isabel la Católica hizo posible, por su confianza en Colón, el descubrimiento de América. Según la segunda, la reina castellana necesitaba buscar una vía atlántica para contrarrestar la vía aragonesa de su marido Fernando en el Mediterráneo y, a la vez, aliviar de población y, sobre todo, de gente armada campando por Andalucía tras la guerra de Granada. Lo cierto es que ambas razones confluyen. Si la reina no hubiera contado con Colón, por mucha necesidad que tuviera, por mucho que las condiciones materiales la forzaran, no hubiera habido expedición.
Eso sucedió en Asturies. Las condiciones materiales se estaban dando, tal y como en otros lugares, y los propietarios comenzaban a tener rentas elevadas, pero tomaron una decisión peculiar: en vez de enviar a sus hijos a Salamanca a estudiar teología o a Uviéu a estudiar leyes, los enviaron a Londres a estudiar aquella nueva ciencia que parecía explicar la realidad y los conflictos de otra manera. La relación secular de Asturies con Francia, Irlanda e Inglaterra, la gran vía marítima cantábrica, hacía que las ideas circularan constantemente y los pocos que entonces leían y entendían otros idiomas estaban al tanto de lo que se discutía en París y en Londres, prestando más atención a Londres por la histórica relación comercial y política que Asturies tenía con Inglaterra.
Cuando los hijos de los hidalgos enriquecidos llegan a Inglaterra estaba iniciándose la industrialización y naciendo la ciencia económica moderna, un nuevo método que trataba de explicar, precisamente, por qué sucedían esos cambios. Aquellos jóvenes se imbuyeron de la fisiocracia francesa y del naciente liberalismo inglés, además de ser conocedores del más viejo mercantilismo español.
Es en este momento cuando Flórez Estrada, el más joven de todos ellos, llega a Londres. Allí traba amistad con otro joven, John Stuart Mill, conoce a Ricardo y se pone a estudiar a Smith y a traducir al español algunas de sus obras. La idea básica del austero escocés era que, así como las ciencias naturales habían colegido que existía un orden natural y que los científicos debían descubrir las leyes que lo rigen, así los estudiosos de la sociedad deben interpretar su orden a través del descubrimiento de sus leyes. Eso y no otra cosa es la famosa “mano invisible”, que sólo tiene que ver con el mercado por la importancia que el comercio tiene en la sociedad. Flórez decide que estos vientos también deben circular por España y a tal tarea se pone.
Hay que tener en cuenta que España no era entonces una nación sino un imperio que presentaba ya un enorme agotamiento. No había cortes comunes, ni moneda común, ni código civil común, ni código mercantil común, ni lengua común, ni sistema métrico común, ni banco central… Sólo la corona era nexo de unión entre todas las Españas de, como se decía entonces, “ambos hemisferios”. Alcalá Galiano escribió que “España no es una nación ni lo ha sido nunca y por eso a los liberales nos toca construirla, impidiendo a un tiempo que se apropien de ella las fuerzas de la reacción”. Por su parte, Flórez se da cuenta de que el comercio internacional, según las bases sentadas por Smith y Ricardo, no permitiría la permanencia de los imperios.
Por estas razones la obra de Flórez Estrada es de carácter político. Sus maestros ingleses trataban de interpretar, eran investigadores y profesores. Flórez, como antes Xovellanos, no puede detenerse sólo en la interpretación y entiende que hay que actuar, que hay que intervenir directamente para edificar una España que se incorporara definitivamente a la modernidad.
Por eso, aunque hoy podríamos tildar a Flórez como “radical”, en el sentido más estricto de “atacar a las cosas de raíz”, él y el resto de los economistas asturianos no eran revolucionarios. Flórez, tal vez por talante pero seguro que por su educación inglesa creía más en la evolución que en la revolución. Quizás influyó en él, como en muchos otros, el impacto que le provocó el terror de Robespierre, lo mismo que ver que el fruto de la revolución no fue otro que el imperio napoleónico. Pero, a su vez, Flórez creía que el modelo a implantar era un modelo basado en clases medias, sin grandes diferencias de renta, cosa que, entendía, la revolución industrial había impedido, creando dos clases sociales que podían llegar a ser irreconciliables. Es aquí donde se aprecia la radicalidad del economista somedano, una radicalidad que le llevaría a posiciones que muchos autores consideran protorrepublicanas.
Cuando Napoleón invade España, un reino que no era una nación ni tenía mecanismos como tales, es la estructura tradicional la que responde. Las provincias, que tienen como único nexo de unión la corona, se encuentran sin rey, sin ese nexo. En este contexto, las que tienen mayor peso histórico porque habían sido reinos y gozado de independencia fiscal, respondieron con mayor celeridad y contundencia. Flórez preside la Xunta Suprema d’Asturies en mayo de 1808, recluta un ejército, envía a Londres al conde de Toreno como embajador, el parlamento británico reconoce la soberanía de Asturies, firmando un tratado y enviando tropas al mando de Wellington. El posible devenir del experimento político de Flórez y su gobierno no podemos ni imaginarlo porque un año después el marqués de la Romana disolvió la Xunta, organizando el desorden bajo el pretexto de querer poner orden.
Flórez Estrada no participa en las cortes de Cádiz, lo que supuso una pérdida desde un punto de vista democrático, puesto que era partidario de eliminar el sufragio censatario, de declarar el estado como no confesional, de retirar privilegios a los prelados y a los nobles, de reducir los poderes del rey, de permitir el libre comercio a las colonias y dar los mismos derechos a sus habitantes que a los españoles de Europa y algunas cosas más. Acabada la guerra, se proclama la constitución, se sucede el trienio liberal en el que Flórez se muestra de acuerdo con su compatriota Riego y llega la década ominosa. Flórez Estrada, con tres condenas a muerte dictadas por Fernando VII, tiene que huir, refugiándose en Londres, donde escribe la edición definitiva de su “Curso de economía política” y comienza un proceso de radicalización que le lleva a un proterrepublicanismo ya comentado.
Es entonces cuando critica la política que el reino mantiene sobe la plata americana, regida por los precios en España y que, de acuerdo con Hume y con Smith, considera un foco de tensiones inflacionistas, abriendo el primer gran debate de política monetaria de la historia española. Lo mismo hace cuando critica la política de los monopolios en América, que obligan a que los habitantes de aquellas tierras tengan que comprar a precios españoles en vez de a precios internacionales, sensiblemente más bajos. Para él aquello llevaba a la inflación y, a medio plazo, a la independencia. Bien clara tenía la experiencia norteamericana, cuando la política impositiva llevó a la sublevación. Estas observaciones, la de la plata y la de los precios monopolísticos, las va a retomar Marx en su “Contribución a la crítica de la economía política”.
De otro lado defendió la emancipación de los esclavos de Cuba, para cuyas protestas Madrid sólo entendía como respuesta enviar más guardias civiles. Flórez creía que la situación de Cuba era una mezcla de un modelo esclavista insostenible y de unos propietarios ahogados por el proteccionismo que beneficiaba a Cataluña y que, para mantener márgenes, sólo encontraban la vía de recrudecer la explotación.
Aunque tal vez se vea la evolución más importante de Flórez en su posición frente a la desamortización. Para unos autores esta es la posición del ilustrado que más le acerca al republicanismo o, incluso, al socialismo. Para otros, entre los que se cuenta quien les habla, Flórez Estrada responde a la desamortización acudiendo a unas instituciones y a unas normas consuetudinarias que conocía muy bien. Él es partidario de la desamortización pero no de cómo se hizo la desamortización, quitando las tierras al clero, a los ayuntamientos y a los concejos para dárselas a buen precio a los burgueses que estaban apoyando la causa isabelina. Flórez piensa que la tierra ha de ser comunal y que no debe privatizarse, aunque entiende que se pueda pagar por su uso, muy en línea con un socialista como Henry George. Flórez no estaba hablando de otra cosa que de un contrato enfitéutico, es decir, lo que él bien conocía como “foro” en Asturies. De este modo, el gran economista liberal coincidía, en aquellos años convulsos, con el planteamiento de los carlistas del norte de la península.
Flórez Estrada, enfermo, regresó a Asturies años después y se dirigió a Somiedu para morir en su casa. Nunca llegó y expiró una tarde lluviosa en el palacio de Miraflores, en el concejo de Noreña. Sobre él cayó una cortina de silencio porque era el teórico asturiano de la economía más incómodo: liberal, protorrepublicano, socializante, tradicionalista, demócrata, radical, francmasón, anticlerical, presidente de una Asturies soberana. Pero las huellas de aquellos que Ramón Tamames llamó, en un luminoso artículo, “economistas asturcones” han quedado fijadas. Tamames dice que los economistas asturianos son recios, austeros, potentes y reflexivos como sus caballos, unos caballos que, anclados en el monte siempre miran hacia el mar, que firmes sobre su tierra siempre otean el horizonte. Nunca nuestros ilustrados han dejado de iluminar, de ilustrar, a cuantos economistas nacimos entre los “montes firmissimos” y el “mare tenebrorum”. Y, en mi modesta opinión, Álvaro Flórez Estrada es el más importante de todos ellos.  
Muchas gracias por su atención.   

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