Una arriesgada propuesta teórica



El próximo mes de abril se celebra entre Montevideo y Tacuarembó, Uruguay, el III Foro Iberoamericano de Estudios del Desarrollo, una de los más prestigiosas reuniones sobre estas materias del mundo. Este año convoca a más de doscientos expertos en desarrollo y no es fácil pasar los criterios de selección. Esta edición lleva como objetivo de trabajo “Calidad de vida, inclusión social y sustentabilidad. Las políticas públicas y el desarrollo en los inicios del siglo XXI”. La organización corre a cargo, como anfitriona, de la Universidad de la República, a través de sus instituciones especializadas: Red Iberoamericana de Estudios del Desarrollo, Red Temática de Estudios del Desarrollo, Núcleo Interdisciplinario de Estudios del Desarrollo Territorial, e Instituto de Economía. Desde otros países, colaboran otras varias instituciones: Universidad de Chile, Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Universidad de La Frontera, Universidad Autónoma de San Luis Potosí, Universidad Técnica de Oruro, Universidad Autónoma de Colombia, Glasgow Caledonian University y Universidad Autónoma de Madrid.

Me he atrevido a presentar una ponencia de orden metodológico y teórico, que siempre es muy arriesgado por dos motivos. En primer lugar, la extrema especialización a la que están sometidos los economistas desde hace dos o tres décadas hace a los comités científicos muy reacios a aceptar propuestas teóricas, especialmente si no participan de la actual visión dominante o no incorporan complicados modelos matemáticos. En segundo lugar, es difícil para el autor estructurar su propuesta analítica y la probabilidad de que su trabajo sea de escasa calidad es muy alta. Pero el caso es que, tal vez por edad y una cierta desvergüenza científica, me atreví a hacerlo. Y, para mi sorpresa, aceptaron la propuesta.
El trabajo, aún sin concluir, lleva como título el siguiente: “Desarrollo, subdesarrollo, países emergentes: ¿significan algo estos conceptos? Una visión estructural”. Veamos qué es lo que trato de explicar.
La visión que se tenía de los países subdesarrollados, herencia del pensamiento estructutralista,  quebró a partir de los años noventa. Hasta entonces la característica más evidente de una estructura subdesarrollada era la conjunción de un elemento interno y de otro externo. Por lo que respecta a la cuestión interna, nos encontrábamos ante países con altas tasas de pobreza, con débiles articulaciones de las instancias socioeconómicas y con regímenes políticos de mera democracia formal o directamente autoritarios, militares muchas veces. Respecto a sus relaciones externas, se trataba de países con una presencia escasa y subsidiaria en el mercado internacional, un mercado al que aportaban exclusivamente productos primarios, y dependientes de decisiones geoestratégicas a las que eran ajenos. 
En el presente la situación es diferente y más diferente aún lo será en un futuro próximo. Mientras algunos países desarrollados presentan preocupantes indicios de estancamiento y contracción, algunos de los subdesarrollados se comportan exactamente de la forma contraria. Se trata de los llamados países emergentes, expresión que se acuñó para los casos de India, China y Brasil, y que luego se fue aplicando a otro grupo de países definidos de formas diferentes cuando no contradictorias, dado que la calificación de “país emergente” vino otorgada por bancos y sociedades de inversión. Esta es la primer cuestión que trataré de resolver: ¿es la categoría “emergente” una categoría útil para el análisis de la estructura economía mundial?
Los países llamados hasta ahora subdesarrollados continúan con algunos de los rasgos de su estructura interna. La pobreza sigue siendo muy elevada y la distribución de la renta tremendamente injusta, con una acumulación de la misma en manos de una exigua minoría. Pese a ello, en algunos de estos países existe ya una clase media ascendente. También sigue habiendo difíciles articulaciones entre las formas de producción capitalistas y precapitalistas (en el supuesto de que podamos seguir hablando en estos términos), lo que mantiene estructuras duales, con una parte del país lanzada al crecimiento y otra parte al margen del proceso. Y, por lo que respecta a los regímenes políticos, el mosaico es extenso, desde la democracia con castas de la India, hasta las democracias más consolidadas de Chile o Uruguay, pasando por regímenes populistas o dictaduras comunistas con estructuras de mercado y apertura comercial como China o Cuba. Por lo que respecta al aspecto externo, el modelo político ha dejado de ser bipolar y monopolar para pasar a ser policéntrico. En ese nuevo modelo, alguno de los países subdesarrollados, hoy emergentes, comienzan a tener un peso específico en la toma de decisiones. Además, ya no dependen exclusivamente de unas materias primas con una caída sistemática de la relación real de intercambio, sino que aportan al comercio mundial manufacturas e incorporan una tecnología cuando menos media pero, en determinados sectores, con importantes innovaciones, además de contar con una agricultura de alto valor añadido. Esta es la segunda cuestión que trataré de resolver: ¿se ha roto la dicotomía desarrollo-subdesarrollo?
En este contexto, las relaciones económicas internacionales han cambiado mucho y podemos suponer que cambiarán radicalmente. Frente a la situación anterior, la etapa que va de los sesenta a los noventa, el diagnóstico de los problemas del subdesarrollo vino de la mano de los estructuralistas, del llamado pensamiento cepalino. También estos autores plantearon políticas concretas cuyos componentes fueron variando a lo largo del tiempo. En un principio, conforme a una teoría del crecimiento de corte keynesiano, enfatizaron en los desequilibrios del comercio, en el papel del estado en los procesos de industrialización y en el control de la inflación. Posteriormente fundamentaron la teoría de la dependencia, conforme a la cual la estructura económica mundial es única pero en la que unos países son dominantes y otros dependientes. En la actualidad la teoría estructuralista del comercio internacional se ha visto desbordada. La integración de los países emergentes en la estructura global los está colocando con claras ventajas comparativas que les están permitiendo ocupar cada vez más espacio en la misma y obtener más beneficios. Por el contrario, la penetración de modos de consumo y de formas culturales desde los centros de los viejos países desarrollados los hace más dependientes aunque sean más ricos. Incluso se da la paradoja de que países con monocultivo energético, como la Venezuela bolivariana, es hoy más dependiente del exterior que lo era hace diez años. Esta es la tercera cuestión que trataré de resolver: ¿sigue vigente el planteamiento estructuralista?
Todo ello se enmarca en una gran pregunta que es difícil de contestar pero sobre la que intentaré plantear algún punto. Cuando, como efecto de todos estos cambios, muchos países subdesarrollados siguen en la absoluta pobreza y desconectados del mercado internacional, otros cuantos están en una senda de crecimiento pero con grandes desequilibrios y enormes bolsas de pobreza y, a la vez, cuando en los países desarrollados aumenta la pobreza y la exclusión, hemos de tratar de resolver una última cuestión: ¿es útil la conceptualización de desarrollo-subdesarrollo.
Veremos cómo lo articulo definitivamente y cómo es recibido por la comunidad científica, al menos la congregada en Uruguay. Lo que sí es seguro es que lo pasaré de miedo. Me voy a encontrar con amigos y compañeros con mucha vida en común, a algunos de los cuales no los veo desde hace años.  

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