“Si viviera en Cataluña votaría el doble sí”


Luis Martín: Buenas noches, profesor Rivas. De nuevo contamos con usted para charlar de cuestiones de actualidad desde un punto de vista económico. Hoy hablaremos del asunto de Cataluña. Esta entrevista estaba programada antes de que Artur Mas fijara fecha para la consulta y contenido de la pregunta, de las preguntas. Han pasado tres días de eso y supongo que las cosas han cambiado.
David M. Rivas: Si le interesa la parte económica, las cosas no han cambiado en nada. Las razones económicas que el gobierno catalán da para quejarse de su situación en España, sean ciertas o falsas, siguen siendo las mismas. Y el futuro económico de Cataluña con un hipotético estatus independiente también sigue siendo el mismo. Esta decisión de Mas y de los partidos que la apoyan sí ha introducido cambios en el debate político pero no en el económico.
L.M.: Me interesa hablar de las cuestiones económicas pero, teniendo en cuenta que usted es, además de profesor de economía, nacionalista asturiano, quisiera saber su opinión en general.
D.M.R.: Mire usted que es raro eso de ser nacionalista asturiano.
L.M.: Yo soy de Madrid y, en contra de lo que muchos piensan, a la mayoría de los madrileños no nos extraña nada y lo aceptamos casi todo. Otra cosa es la corte.
D.M.R.: Buena puntualización, amigo. Centrando el debate en lo político y lo jurídico, tengo una visión clara y contundente. La secesión de una parte del reino de España sólo sería legal si la decisión la toma toda la ciudadanía española, nos guste o no. España no es un “reino unido”. El caso catalán no es el escocés. El reino de España no es fruto de un pacto entre partes con igual soberanía que acuerdan unirse, por lo que no cabe una decisión unilateral de separarse. La historia de España es diferente y, aunque nos remontáramos a momentos anteriores a los Reyes Católicos, veríamos que Cataluña era parte del reino de Aragón, cuya corona se unió voluntariamente a la de Castilla. La constitución es fruto de esa tradición y marca con claridad las cosas: el sujeto de la soberanía es “el pueblo español”, que la recibiera tras la renuncia del rey a detentarla, porque él era el depositario de la soberanía, potestad heredada de Franco. En todo caso, si hubiera una comunidad que podría revindicar su derecho a la secesión porque fue unida a España por vía de conquista sería Navarra. Las cosas son así. Sí es verdad que el gobierno catalán podría acogerse a que la Generalidad no fue “instaurada”, sino “restaurada”, con lo que podría considerarse anterior a la constitución de 1978. Aquí me voy a tirar sin paracaídas porque no soy experto en constitucionalismo, pero sí tengo sentido común y he visto muchas cosas. La restauración supone que la soberanía catalana emana de la constitución de la segunda república, una constitución derogada. Desde este punto de vista, o bien la restauración fue ilegal o bien Cataluña puede no someterse a la actual constitución monárquica. No sigo este hilo de razonamiento porque metería del todo la pata, que seguro que ya la he metido bastante.

L.M.: Entonces todo quedaría en manos de una discusión de derecho constitucional, con lo que sería el Tribunal Constitucional quien debe decidir si el gobierno catalán puede o no convocar un referéndum.
D.M.R.: Aquí hay dos cosas diferentes. Una es esta que comentamos, que es una discusión técnica, de derecho político. Pero otra muy diferente es el derecho a decidir y cómo se ejerce ese derecho. Yo siempre tengo derecho a decidir pero en ocasiones no puedo llevar a efecto la decisión. Parece un juego de palabras pero no lo es. Me parece impresentable en una democracia que no se permita una consulta popular que clarifique cuál es la decisión de la gente, utilizando el argumento de que su decisión, si es la independencia, no es viable legalmente. En España, que yo sepa, se han hecho consultas en Albacete para decidir los gastos sociales, en Cebreros para decidir si aceptaban o no la construcción de una cárcel, en bastantes pueblos del País Vasco para decidir el gasto público, en Almadén para decidir si aceptaban un depósito de residuos en las viejas minas de mercurio, en un pueblo de Valencia que no recuerdo para decidir sobre los desahucios. Hasta en un pueblo de Extremadura se llegó a decidir mediante urnas si preferían planes de empleo o corridas de toros, donde, por cierto, ganó la opción de las corridas. Y estamos hablando de ayuntamientos regidos tanto por PSOE, como por PP y como por HB. Nunca el gobierno central, del PSOE y del PP también, prohibió nada. La consulta no era vinculante pero, una vez visto el resultado, las autoridades actuaron en consecuencia. Una vez visto el resultado en Cataluña el problema será otro, pero prohibir la consulta no tiene sentido. 
L.M.: Pero la constitución no permite las consultas de este tipo.
D.M.R.: La constitución no las prohíbe, lo que dice es que la potestad para convocarlas es de la administración central o de otras administraciones a las que la central les traspasa la competencia. ¿Y usted cree que el gobierno traspasó algo al ayuntamiento de Cebreros para realizar su consulta? Simplemente, no intervino. Lo que pasa, y en esto sí tienen mucha razón los nacionalistas catalanes, es que determinados partidos han visto casi siempre con malos ojos a Cataluña. Por ejemplo, el PP recurrió ante el Tribunal Constitucional artículos del estatuto catalán que, redactados de forma idéntica, aprobó en el estatuto andaluz y en el valenciano.
L.M.: ¿Qué le parece el simposio “España contra Cataluña”?
D.M.R.: Es un despropósito y me temo que aún peor va a ser el que está preparando el PP y que creo que se llama “Foro de la Verdad”. Los nacionalistas, y sé bien lo que me digo porque yo lo soy, tienen una historia mítica detrás, mejor o peor construida, con elementos más o menos históricos o más o menos mitológicos. Eso es bueno porque permite una educación sentimental que refuerza los vínculos de pertenencia. Pero hay límites que no se deben traspasar. Yo puedo escribir una novela histórica en la que la figura central es un hijo secreto de Hitler, pero no la puedo ambientar durante la invasión de Alemania por los holandeses. Cuando el mito deja de ser mito para pretender sustituir a la historia todo se derrumba y, cuando digo todo, incluyo a la misma nación. Los nacionalistas que construyen referentes que dejan de ser poéticos para pasar a ser pretendidamente históricos están construyendo un horizonte para su pueblo nada recomendable. Le llevan, cuando menos, a una melancolía enfermiza, porque nunca volverá aquel pasado idílico, un pasado que nunca existió.
L.M.: ¿También pasa eso en el nacionalismo asturiano?
D.M.R.: Todos los nacionalismos mitifican muchas cosas pero, se lo digo de verdad, el nacionalismo asturiano es el que más base histórica podría presentar. Quizás haya una idealización de lo céltico, una idealización compartida con otros nacionalismos como el gallego o el irlandés, pero hay una base histórica que otros tienen que inventar. Se resistió a Roma con una fiereza sólo comparable a la resistencia de los pictos, los godos nunca pudieron ocupar el territorio, hubo un reino en la alta edad media que no permitió la entrada de los árabes y que se extendió hasta el punto de tomar Lisboa, toda la edad media estuvo salpicada de sublevaciones contra Castilla, se proclamó la soberanía en 1808 (con ejército regular incluido) y se firmó una alianza con Inglaterra frente a la Francia napoleónica, hubo revolución industrial, se redactó una constitución del estado asturiano en 1883, hubo revolución obrera en 1934, se redactó un estatuto de autonomía en 1936, se proclamó de nuevo la soberanía en 1937 y se enviaron representantes a la Sociedad de Naciones, se redactó un nuevo estatuto de autonomía en 1980. ¿Sabe usted cuál fue el primer rey de España que visitó Asturias? Fue Isabel II. ¿Sabe cuántas veces se reunieron las cortes en Asturias? No se reunieron nunca. Todo esto no es mitología. Repase usted la historia y haga comparaciones.   
L.M.: ¡Qué bien se sabe la historia! Lo cierto es que, a bote pronto, me parece que pocas comunidades podrían presentar un historial como ese. Pero entremos ya en lo económico. ¿Es cierto que Cataluña es maltratada en el reparto de fondos?
D.M.R.: Es muy difícil responder a esa pregunta y no quiero hacer escapismo. Hay demasiadas simplezas en este asunto. Desde hace un tiempo hemos venido hablando de las balanzas fiscales, vulgarizando un concepto complicado y una metodología enrevesada. Sin ir más lejos, yo sé lo que es una balanza fiscal y la entiendo si me la ponen delante, pero no la sé calcular. Se piensa que es, simplemente, poner en un platillo lo que Cataluña ingresa y en el otro lo que aporta, y a ver lo que más pesa. Pero no es así. Le voy a poner un ejemplo. Durante unos años la inversión pública en infraestructuras por parte de la administración central fue muy importante en Aragón. No sé si fue mayor que en Cataluña pero sí que fue muy importante. Pero es que la mayor parte se dirigió a construir el AVE, el AVE que lleva de Madrid a Barcelona. Es decir, aquella inversión “en Aragón” permitió que dos o tres años después la alta velocidad llegara a Cataluña. ¿Cómo contabilizamos eso? Le voy a poner un ejemplo distinto. Hunosa es una empresa que sólo tiene explotaciones en Asturias. Si pusiera su sede social en Madrid, tributaría en la Comunidad de Madrid que, al ver incrementada su renta, aportaría más a los fondos comunes. Y, a la vez, la Asturias que posee las explotaciones recibiría más fondos al haber perdido parte de los propios por la marcha de Hunosa, con lo que, aparentemente, estaría dependiendo más de las otras comunidades. Y, para acabar, nos queda el turismo. Un cordobés que compra en Tenerife está pagando impuestos en Canarias. Estas son las cosas que se analizan en las balanzas fiscales. No es mirar lo que entra por la derecha y sale por la izquierda. Además, en último término, quienes tributan no son los territorios sino las personas y las empresas.
L.M.: ¿En conclusión?
D.M.R.: La conclusión es que yo no tengo conclusión, porque no sé calcular una balanza fiscal. Lo que quiero decir es que en estas materias no caben simplezas ni ideologizaciones. Según el gobierno central Cataluña recibe más de lo que da y según el gobierno catalán la cosa es al revés. Es posible que la balanza sea desfavorable a Cataluña, no lo sé, pero sí es cierto que el fondo de liquidez aporta a Cataluña más que a todas las otras comunidades juntas, para ayudar a arreglar los destrozos sociales de una de las peores políticas económicas de Europa. Porque la política económica del gobierno nacionalista catalán es de las más antisociales. Tal vez por eso la policía catalana, frente a la reacción popular ante esa política, es una de las más brutales de la Unión Europea. Volvamos a lo económico. Como no sé realizar la consolidación de todo ello y, si yo no soy capaz, me temo que la mayoría de los ciudadanos lo es menos todavía, me limito a exponer mis dudas sobre la veracidad de lo que dicen por ambas partes. No creo que aquí esté el problema a discutir.
L.M.: Si ese no es el problema, ¿por qué se incide tanto en ello?
D.M.R.: El gobierno de CIU apretó el acelerador más de lo que pretendía. Lo que pretendía la derecha catalanista era obtener un modelo fiscal similar al del País Vasco y Navarra, que tienen una hacienda propia y luego llegan a acuerdos con el gobierno central. Pero aquí aparecieron varias cuestiones cruzadas. El nuevo estatuto encalló en buena medida en el Tribunal Constitucional, lo que dejó al PSOE, su mayor apoyo, en una situación muy comprometida, mientras que el PP sacó su cara más anticatalana, viéndose como el gran triunfador, que tampoco lo era. Después CIU tuvo un descalabro y ERC se convirtió en el verdadero eje de poder en Cataluña, mientras que el PP ganó con mayoría absoluta las elecciones generales. Tampoco hay que olvidar que el modelo económico vasco se le ofreció a CIU cuando se elaboró la constitución y no lo quiso porque, en plena crisis de los setenta, no le salían las cuentas. Esto se mezcló con todo tipo de argumentos ideológicos y afloraron todos los prejuicios que reaparecen periódicamente. Y, para complicarlo todo, se desencadenó la peor crisis económica desde la gran depresión de los años treinta.
L.M.: Entonces, ¿es que han cambiado de opinión sobre el modelo económico?
D.M.R.: Eso parece. Puede que haya sectores que apuesten por la independencia al coste que sea. No sería la primera vez. Eslovaquia quiso su independencia aunque con ello se separaba de Chequia, bastante más rica. Eslovaquia se empobreció. Pero es un caso distinto. El cálculo de los eslovacos era pasar una transición más o menos dura pero ingresar en la Unión Europea un poco después y beneficiarse de los fondos de Bruselas. El caso catalán no es igual porque se separa de un miembro de la unión. Mi opinión es que CIU no pretendía llegar a este punto. Pretendía forzar una reforma constitucional que permitiera un encaje privilegiado de Cataluña en el reino. En lo económico supondría, por ejemplo, una política fiscal propia, una cierta presencia autónoma en el comercio internacional, un mayor peso de Cataluña en los acuerdos económicos que afectan a todas las comunidades autónomas o incluso una autonomía en determinadas relaciones con los organismos europeos.
L.M.: Pero eso choca con el principio de igualdad.
D.M.R.: A veces la igualdad es tan profundamente injusta que acaba por ser un privilegio de los que la invocan. Según un estricto principio de igualdad no podrían existir discriminaciones positivas hacia determinados sectores sociales. En la tradición anglosajona se aplica un principio que creo muy práctico: es necesario tratar de forma diferente a aquello que es diferente. Cuando se redactó la constitución el mapa autonómico salió, fundamentalmente, para minimizar los casos vasco y catalán. El autonomismo en el resto tenía algún peso en Galicia, Asturias, Canarias y Andalucía, pero nada más. Se llegó a un federalismo incompleto donde, teóricamente, dicho sea con todo el respeto, Castilla la Mancha podría tener las mismas competencias que Cataluña, cuando nunca había querido autonomía porque ni siquiera existía. Los nacionalistas catalanes aspiraban, al menos hasta hoy, a lo que Maragall calificó de “federalismo asimétrico”.
L.M.: ¿Y usted está de acuerdo con eso?
D.M.R.: En parte sí. En España podemos definir como naciones, con criterios objetivos, a varias comunidades. Yo veo como naciones a Cataluña, País Vasco, Asturias y Galicia, sin entrar en fronteras y regiones asimilables. Si alguien encuentra otras me parece bien. Aunque sumáramos siete u ocho, el hecho es que sólo dos tienen voluntad de ser nación y de constituirse políticamente como tales. ¿Qué voy a hacer yo? Si mi país no manifiesta esa voluntad, vota al españolismo más casposo y no desea el autogobierno, ¿voy a impedir que lleguen a ese autogobierno aquellos que sí lo desean? California y Texas tienen competencias y prerrogativas que no tienen Idaho o Montana, lo mismo que Baviera frente a Renania-Palatinado, lo mismo que Escocia frente a Cornualles. ¿Dónde está la diferencia? No en la historia, desde luego, sino en la voluntad hasta el presente de mantener la diferencialidad.
L.M.: Es decir, que apoyaría usted un encaje privilegiado de Cataluña en una reforma constitucional.
D.M.R.: No digo eso. Lo que digo es que es algo lógico desde la perspectiva catalana. Mi postura personal es la misma que la de ellos: opinaré en función de cómo impacten los cambios en Asturias. Si los asturianos quedamos igual o mejoramos me parecerá bien lo que decidan. De lo contrario, allí donde pueda, me opondré. Es el criterio que vengo siguiendo siempre que se han discutido cuestiones fiscales o de los fondos de compensación interterritorial.
L.M.: Decía antes que la crisis económica también tiene su importancia en este debate. Muchos catalanes creen que la independencia conlleva una mejor situación económica porque conservarían la parte que dan al resto de España. Y también decía que la política económica del gobierno catalán era antisocial, lo que parece una contradicción.
D.M.R.: No vivo la cotidianeidad de Cataluña pero supongo que muchas de las percepciones estarán influidas por los medios de comunicación, que, según dicen los medios de Madrid, son altavoces del gobierno catalán. Soy lector habitual de “La Vanguardia” y no me parece tan exagerado. Tal vez TV3 sea otra cosa, pero no lo sé. Es posible que los nacionalistas catalanes aprovechen la crisis económica para plantear como solución la independencia pero también es evidente que los españolistas, el nacionalismo más agresivo y montaraz a lo largo de toda nuestra historia común, utiliza esa misma crisis para plantear una vuelta al centralismo, quitando poderes a las comunidades autónomas e incluso poniendo sobre la mesa su disolución. Pero ni la independencia ni la recentralización sacarán de la crisis a Cataluña ni a España. 
L.M.: Pongámonos en el escenario de la independencia. Mas dice que seguirán dentro de la Unión Europea y con el euro como moneda. Rajoy y los dirigentes de la Unión Europea dicen lo contrario. ¿Dónde está lo cierto?
D.M.R.: Están jugando todos de farol. Todo el mundo sabe que un divorcio de mutuo acuerdo es más barato que otro a martillazos. La Unión Europea no puede permitirse el lujo de tener una especie de Kosovo entre Francia y España. Yo creo que tiene más razón el gobierno catalán. El discurso de la exclusión de la unión irá creciendo pero, si llegara la secesión, las cosas cambiarán. Y la primer interesada en un divorcio de mutuo acuerdo sería España. De no haber acuerdo, Cataluña tendría un enorme sufrimiento, pero no sería menor el de España.
L.M.: El gobierno británico amenaza con lo mismo a Escocia.
D.M.R.: Es el mismo mantra. El Reino Unido no puede impedir que una Escocia independiente tenga como moneda la libra esterlina, como la Unión Europea no puede impedir que Cataluña tenga el euro. Lo único que pasaría es que los dos nuevos estados no tendrían soberanía y dependerían de la política monetaria del Banco de Inglaterra o del Banco Central Europeo. Por ejemplo, Ecuador tiene como moneda el dólar y Estados Unidos no podría hacer nada si lo quisiera impedir. Eso sí, Ecuador depende de las políticas de la Reserva Federal. Los catalanes tienen euros y los escoceses libras. Pues los seguirán utilizando. ¿No pagamos en dólares cuando vamos de vacaciones a Cuba o a Kenia? ¿Puede impedirlo Estados Unidos?
L.M.: ¿De verdad que no pueden hacer nada?
D.M.R.: Podrían hacer algo, es verdad, pero supondría una enorme desestabilización económica, cosa poco recomendable y menos en estos tiempos. Podrían obligar a los bancos a retirar el dinero de sus sucursales en Escocia y Cataluña. Podrían hasta cambiar de billetes o impedir el comercio. Pero no creo que esos bancos estuvieran dispuestos a perder dos mercados tan grandes. Escocia y Cataluña no son Parla y Cercedilla. No estamos en la época de la Rusia soviética, cuando ahogaron también monetariamente al gobierno de Lenin. Escocia y Cataluña son dos grandes países capitalistas, con unas economías internacionalizadas y muy ligadas, especialmente, a España y al Reino Unido. Las grandes empresas, el gran capital, no van a permitir que por orgullos nacionales heridos se desestabilicen dos de las tres monedas más fuertes del mundo. Y, en el caso de Escocia, una tormenta sobre la libra provocaría otra en el dólar. Son dos monedas ligadas desde los acuerdos monetarios de Bretton Woods, cuando estaba finalizando la guerra mundial. Por eso el Reino Unido nunca entró en la eurozona, por la íntima relación libra-dólar. El gobierno de Washington impediría ese tipo de movimientos. Se lo decía antes: aquí todo el mundo juega de farol. Si llegara la secesión, a España le interesa una Cataluña en la Unión Europea y en el euro y al Reino Unido una Escocia en la Unión Europea y en la libra o en el euro. Y a la Unión Europea, lo mismo. Artur Mas no es tan tonto como creen algunos periodistas españoles.
L.M.: Entonces usted cree que no vetarían la continuidad de Escocia y Cataluña en la Unión Europea.
D.M.R.: Creo que no será necesario discutir esa hipótesis porque no habrá independencia. Pero, si la hubiera, más probable en Escocia que en Cataluña, Londres y Madrid, aunque tengan el derecho de veto, tendrían grandes problemas. Una buena parte de los miembros de la Unión Europea alcanzó la independencia en las últimas dos décadas y otra buena parte se libró del dominio soviético en ese mismo período, algo parecido a la independencia. Todos esos países mirarían para otro lado sólo si la independencia de Escocia y Cataluña supusiera para ellos un perjuicio económico. Pero, como Escocia y Cataluña son más ricas que la mayoría, supongo que practicarían la solidaridad internacional. El veto existe, ¿pero contra los dos tercios de tus socios? No todo es tan fácil como creen políticos de la talla de Alicia Sánchez Camacho o Rosa Díez.
L.M.: Dice que no habrá independencia.
D.M.R.: No soy profeta y puede que me equivoque. Creo que en Cataluña ni tan siquiera habrá consulta, aunque sí elecciones. Y las ganará Esquerra Republicana, hundiéndose todas las demás fuerzas que apoyan la consulta. Y es posible que Ciutadans sea la segunda fuerza. Albert Rivera está haciendo el discurso más inteligente de todos los antinacionalistas, porque, además de ser un hombre brillante, no cae en el españolismo de Sánchez Camacho, ni en el histrionismo de Díez, ni en la retórica hueca de Rajoy. Además tiene a su favor el enorme desprestigio del PSOE-PSC y del PP. En Escocia habrá consulta porque, pese a las miserias, el Reino Unido es una democracia. Perderán, justito pero perderán, los nacionalistas. Y si ganan entrará en juego el comodín de la baraja: la reina. Y la independencia se dará plazos largos. La reina de Inglaterra no es el rey de España. Quien conozca el Reino Unido sabe perfectamente de lo que hablo.
L.M.: Le voy a reconocer que pensaba que iba a ser mucho más beligerante en favor de la independencia de Cataluña y me encuentro con un nacionalista un poco extraño. No ha hablado de la lengua, de la cultura, de la identidad, de esas cosas tan utilizadas en los debates. Si a usted se le planteara en Asturias una discusión como la de Cataluña, ¿qué posición tendría?
D.M.R.: Ese último supuesto es, hoy por hoy y por desgracia, imposible. Eso no va a pasar en Asturias. Y no creo ser algo extraño. Ser nacionalista, que lo soy, no me impide reflexionar y pensar por mí mismo. Procuro no perder el respeto por mí mismo. Antes que nacionalista soy individuo y cuando algo no me gusta lo digo y cuando discrepo de lo que es políticamente correcto en la ortodoxia nacionalista lo hago. Pero es que, a mayores, si dejara de ser individuo, traicionaría a mi propia identidad. Asturias no es la cultura urbana del Mediterráneo. Nosotros sobrevivimos en clanes familiares y sólo nos uníamos cuando era necesario, como cuando venía una hambruna o se producía la agresión de un enemigo común. Por eso nuestro carácter identitario parece débil pero siempre sobrevive, porque es un lobo callado que se levanta cuando es necesario. Eso sucedió siempre. No estoy tan seguro de que se mantenga fuerte a día de hoy, por la inmigración y la urbanización que se produjeron a partir de los sesenta. Ya le dí gusto, ya hablé de cuestiones de identidad. No me referí a la lengua porque, aparte de que usted pretendía centrarse en lo político y lo económico, hablando de Cataluña, es superfluo. El catalán es la única lengua europea de un pueblo sin estado que está creciendo. Si el tema hubiera sido Asturias o Galicia tal vez hubiera sido central.
L.M.: ¿Se puede ser nacionalista sin ser independentista? Porque esa parece la traducción de las dos preguntas propuestas por el gobierno catalán para la consulta del año que viene.
D.M.R.: A estas alturas de la historia, sí. Yo no creo en la posibilidad de la independencia, ni para Cataluña, ni para Escocia, ni para Asturias. ¿Es independiente España?, ¿lo es Grecia? Ni estamos en el siglo XIX ni tenemos unas burguesías que buscan poner fronteras para consolidar un mercado nacional. A mí me parece que se ha perdido una gran ocasión. La Unión Europea, hoy sufriendo gran crisis, ha diseñado dos direcciones, una hacia arriba y otra hacia abajo. Por arriba están las instituciones comunitarias y por abajo los países. Lo que sobra aquí es el viejo estado-nación decimonónico. Si la política agraria la marca Bruselas y la ejecuta Oviedo, ¿para qué queremos un ministerio de agricultura en la glorieta de Atocha? Ese es mi modelo de nacionalismo, la soberanía compartida con la Unión Europea, pero es posible que se haya perdido la ocasión. Pero seguro que volverá otro buen momento. Los pueblos aguantan mucho y los estados mucho menos.
L.M.: En el fondo, ese es el planteamiento de CIU.
D.M.R.: Es más bien el de Esquerra Republicana. CIU siempre fue más partidaria del encaje privilegiado en España. Jordi Pujol siempre respetó mucho al rey porque su pretensión era más a la británica: una Cataluña prácticamente independiente pero bajo la corona. Mi nacionalismo, en cambio, no requiere de la monarquía.
L.M.: Vamos a poner el caso de un nacionalista asturiano que tiene una idea de la independencia tan diferente de la clásica que prácticamente cree que es absurda y que vive en Cataluña. ¿Qué haría usted en noviembre del año que viene? ¿Se abstendría?
D.M.R.: Es una buena pregunta para mi hija mayor, que es economista y que lleva viviendo bastantes años en Barcelona, como investigadora en la universidad y dando clase de teatro a niños, y empleando básicamente el catalán. Habla conmigo en asturiano, con su madre en español y por el mundo en inglés. Y estudió en Suecia. Y ese perfil lo obtuvo con un padre asturiano que es nacionalista. Conviene recordar estas cosas. Pero, respondiendo a su pregunta, no, no me abstendría. Votaría el “doble sí”. No creo que Cataluña vaya a ser independiente pero la victoria del “doble sí” permitiría abrir nuevos caminos para los catalanes y para todos los demás.

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