“Todo está peor que hace cuarenta años y el deterioro del planeta se acelera”



Jesús Sánchez: Ahora se cumplen cuarenta años de la Conferencia de Estocolmo, considerada unánimemente como la primer cumbre internacional dedicada al medio ambiente. Para rememorarlo nada mejor que charlar con David M. Rivas, que aúna dos características que pueden parecer, en principio, contradictorias: ser profesor de economía y contar con una larga trayectoria ecologista. Aprovecho que estoy pasando unos días en Asturias para hacer la entrevista. Total, que acaba la cosa en Argañosu, en el “conceyu” de Villaviciosa. Esta, amigos oyentes, es una entrevista enlatada. Hoy, realmente, es 4 de septiembre. O era 4 de septiembre.

David M. Rivas: Septiembre es un mes muy bueno para venir a Asturias. Eligió usted bien. Y el espacio es muy importante, por lo que charlar aquí, en mi espacio, sobre todo cuando vamos a hablar de medio ambiente, tiene un cierto valor añadido. Me parece que viendo cual es mi entorno se puede hacer una mejor idea de mis opiniones. Aquí es donde vivo. Y vamos a celebrar su visita con una sidra brut criada en un “llagar” de Villaviciosa.

J.S.: Encantado de probarla. No la conocía. Es verdad eso que dice sobre el entorno, el medio. Y, para empezar, por favor, ¡tenga a ese perro controlado!

D.M.R.: No se moverá, se lo aseguro. Impone por su tamaño, pero nada más.

J.S.: Este valle es impresionante. Lo veo a usted un tanto distinto. No parece el mismo que traté en la Autónoma. Debe ser cierto eso de que el entorno cambia a las personas. Quizás no lo recuerde pero fui alumno suyo.

D.M.R.: El caso es que su cara me sonaba de algo pero no lo recordaba. Y no creo que el entorno cambie a las personas. Lo que creo es que hay una simbiosis entre el individuo y el entorno al que pertenece. Este es mi entorno natural, mi nación, es decir, donde nací.


J.S.: Sigue siendo usted muy accesible, como lo era en clase, pero, a la vez, era un tanto altivo, distante. ¿Sabe qué sus alumnos o lo veneran o lo odian? 

D.M.R.: Lo sé perfectamente. En las encuestas salgo siempre con una buena media pero con una desviación típica muy alta. Supongo que me entiende.

J.S.: Lo entiendo. El caso es, profesor Rivas, que usted lleva preocupado por las cuestiones ambientales desde que era muy joven. 

D.M.R.: Me preocupa el medio ambiente desde siempre. Seguramente es algo cultural, en el sentido más estricto. Me crié en un espacio geográfico maravilloso, en un país extraordinario, en este, en Asturias, entre playas, acantilados, praderías, bosques y duras montañas. Mi infancia no es la del patio machadiano sino la del verde luminoso, la nieve, la mar bravía, las manzanas y el canto del cuco en abril. Y sigo viviendo así, en una pequeña aldea en la que los ciclos naturales condicionan la vida de la gente, por más que la tecnología y la modernización hayan modificado muchas cosas.

J.S.: Debe ser verdad eso que dice porque cuando lo llamé hace unos días su hija me dijo que había subido a caballo a no sé dónde porque una vaca se había extraviado.

D.M.R.: Era de un vecino. No pudimos salvarla. Era una “xata”, una vaca muy joven. Puede que la asustara un jabalí. Se despeñó. 

J.S.: Pero usted es profesor en la Universidad Autónoma de Madrid.

D.M.R.: Sí, soy profesor de la Autónoma desde 1985. Y entre 1980 y 1985 lo fui de la Complutense. Soy profesor desde los ventidós años. Voy y vengo. Soy un cliente excelente del ferrocarril y de los aviones. Estoy muy agradecido a la deferencia que siempre han tenido mis compañeros del departamento de la universidad. Como saben que aquí están mi mujer, mi familia, mis animales, mis árboles, siempre me han permitido concentrar todas las clases en el primer cuatrimestre. El caso es que ando a caballo entre la aldea y la gran ciudad, entre veinte habitantes y unos cuantos millones. Siempre digo, con cierta sorna, que en Asturias vivo y en Madrid sobrevivo. Pero me encuentro muy bien en Madrid e incluso lo echo de menos cuando estoy mucho tiempo sin ir. No es un mal lugar pero prefiero estar aquí.

J.S.: ¿Es usted un romántico?

D.M.R.: No, en absoluto. Estoy mucho más cerca del materialismo que del idealismo, pero tengo también una visión simbólica y mistérica de las cosas. En el fondo soy un panteísta.

J.S.: La preocupación ambiental es muy temprana en su vida.

D.M.R.: El primer trabajo que podríamos llamar “de investigación” lo hice en el colegio. Trataba de la contaminación en Asturias, era el año 1973 y yo tenía quince años. Aún lo conservo: nueve hojas a máquina que mi madre mecanografió en una vieja Underwood, ya vieja entonces. Andando el tiempo fui presidente de Amigos de la Tierra. También fui miembro del Consejo de Medio Ambiente de España y de la Comisión de Parques y Espacios Protegidos de la UICN. Realicé la primer tesis de una universidad española sobre temática ecológica desde un punto de vista económico. No era el primer estudio ni el primer libro y ya había cosas muy interesantes, de Naredo, de Martínez Alier, de Pedro Costa y de algunos más. Lo cierto es que estos autores estaban muy por encima de mí. Pero sí era la primer tesis doctoral. Fue calificada con un “cum laude” por unanimidad de un tribunal compuesto por economistas y ecólogos. El otro día la estuve hojeando y me pareció malísima. Luego vinieron muchos estudios, entre los que resalta el cálculo de la huella ecológica de la Unión Europea, en la que participamos investigadores de una decena de universidades. Trabajé también en proyectos en América Latina, unos veinte, sobre desarrollo sostenible. La verdad es que tuve unos años muy activos. Ahora estoy un poco más tranquilo y me prodigo menos, pero tengo en marcha un par de proyectos y algunos libros.

J.S.: Están entrando gallinas ahí abajo.
D.M.R.: Es la hora en la que se les da maiz en grano, que les encanta. Es “pita pinta”, una raza autóctona. El gallo es un poco belicoso, pero pase del asunto. No lo van a molestar. Nunca suben hasta aquí.

J.S.: Su primer “investigación” coincide con el impulso dado a la problemática ambiental por la Conferencia de Estocolmo.

D.M.R.: A mí me llevó a interesarme por la contaminación un “dossier” sobre esta problemática en Asturias que publicó una revista muy importante entonces que se llamaba “Asturias Semanal”. Mi padre la compraba todas las semanas y yo la leía. Seguramente ese monográfico venía impulsado por el “espíritu de Estocolmo”, pero yo no sabía nada de esa conferencia.

J.S.: La Conferencia de Estocolmo es el primer hito de la preocupación ambiental.

D.M.R.: Se puede afirmar eso. No obstante, encontramos dos hitos importantes un año antes: la aprobación de la primer ley ambiental, la norteamericana “Clean Air Act”, y la fundación de Amigos de la Tierra. La ley abría el camino hacia la política ambiental y sería el ejemplo para otras, tanto en Estados Unidos como en otros países. Por su parte, nacía la primera organización ecologista internacional que, al mismo tiempo, añadía a la tradicional política naturalista de “espacios y especies” una visión global sobre las relaciones entre el desarrollo económico y la salud de los ecosistemas. Asímismo, ya en 1957 el Tratado de Roma, en su artículo 2, recogía el “desarrollo armónico” y la “expansión equilibrada”, mientras que en el 35 hacía lo mismo con la salud pública y la protección de los seres vivos.

J.S.: La conferencia se celebró en plena guerra fría.

D.M.R.: Participaron los países comunistas y tuvo como fruto, entre otros, el primer acuerdo de cooperación entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Conforme a los problemas más agudos de la época, la conferencia abordó principalmente el asunto del medio ambiente urbano, aunque no dejó de ocuparse de la crisis de materias primas que comenzaba a aparecer en el horizonte y que se vería agravada un año después por el primer choque petrolífero. De todas formas, el gran éxito de la Conferencia de Estocolmo fue la creación del PNUMA, que instaló su sede en Nairobi, en un doble gesto hacia los países subdesarrollados y hacia la conservación de la naturaleza.

J.S.: Los años siguientes van a estar marcados por la crisis energética.

D.M.R.: Era el final de la “edad dorada” del capitalismo y la peor situación económica desde la depresión de los años treinta. Pero la crisis supuso también una gran aceleración de las políticas energéticas y un gran adelanto tecnológico en un intento de los países industrializados de reducir sus costes y su dependencia. Ello supondría la puesta en marcha de políticas de ahorro energético que, entre otras cosas, permitieron superar las pesimistas previsiones ambientales que el equipo de Meadows había plasmado en el informe al Club de Roma “Los límites del crecimiento”. Fíjese, por ejemplo, que un coche medio que hoy consume seis litros cada cien kilómetros consumía entonces unos veinte. Si hoy llegáramos a una gasolinera con un Seat 1430 e incluso con un Mini Cooper, no digamos ya con un Dodge Dart, coches que tuvimos en casa, nos recibirían con alfombra roja y banda de gaitas. También en este momento de crisis energética y económica y de políticas ambientales inspiradas en las directrices de Estocolmo, por vez primera una constitución, la española de 1978, consideraba como derechos fundamentales el medio ambiente y el uso racional de los recursos naturales.

J.S.: En la década del ochenta tuvo lugar un salto adelante de vital importancia y que iba a condicionar todas las políticas y, sobre todo, todas las cumbres y conferencias internacionales hasta el presente: la aparición del concepto de “desarrollo sostenible”.

D.M.R.: Este concepto aparece en la Estrategia Mundial para la Conservación que la UICN presenta a finales de 1980. A partir de este momento los estudios e informes se multiplican, todos ellos sobre la premisa de que el problema no es la degradación sino el modelo de desarrollo existente. Así, en 1982, el Environmental Protection Council, un grupo creado “ad hoc” desde la Casa Blanca, presenta “El mundo en el año 2000”, conocido genéricamente como “Informe Carter” por ser este el apellido del presidente que lo encargó. El impacto del estudio fue de tal envergadura que su traducción al japonés fue la de “Biblia del ambientalismo”. El informe tuvo una secuela, “Futuro global”, que vio la luz años después porque el nuevo presidente, Reagan, bloqueó su publicación y disolvió al grupo de expertos, por lo que tuvo que ser editado en Europa, concretamente por el Öikoinstitut de Friburgo. Este episodio muestra que la problemática ambiental estaba entrando en el centro de los grandes conflictos y que en torno a la política ambiental se iban a producir duras luchas y agrias controversias.

J.S.: Fue la Unión Europea la primera en dar un paso importante, con la aprobación del Acta Única Europea en 1987.

D.M.R.: A pesar de las disfunciones y los errores, la Unión Europea siempre ha estado en la vanguardia de la política ambiental. En el articulado del acta aparecen con claridad las prioridades ambientales, muy bien detalladas. Además, las políticas ambientales preexistentes fueron unificadas y se configuró una política ambiental “de iure” allí donde hasta entonces solo era “de facto”, creándose una dirección general dotada de personal y presupuesto, aunque fuera en ambos casos con un escaso 1 por ciento de los recursos comunitarios.

J.S.: ¿Y este gato?

D.M.R.: Es Tomasín. Es un tipo cojonudo. Va a su historia. Es raro que aparezca a estas horas. Tal parece que usted tiene un imán para todo tipo de animales. Ande con cuidado cuando se vaya, que por aquí hay corzos, jabalíes, zorros, martas y hasta lobos algunas veces.

J.S.: No me asuste, profesor, que yo soy muy urbano. En los noventa se aceleró la cosa con el “Informe Brundtland”.

D.M.R.: Así fue. En 1989 la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo hace público “Nuestro futuro común”, conocido popularmente como “Informe Brundtland” por estar presidida por la primer ministra de Noruega, Gro Harlem Brundtland. En el informe, muy amplio y muy detallado, se adopta el concepto de “desarrollo sostenible” que la UICN había acuñado casi diez años antes, dando del mismo la definición más extendida de entre las múltiples definiciones que existen: un desarrollo sostenible es aquel que satisface las necesidades de la generación presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades. Por otra parte, en su capítulo cuarto, considera a las especies y a los ecosistemas como recursos para el desarrollo. Por lo que respecta a la asumción de este concepto por parte de las organizaciones políticas, la primer iniciativa se tomó en Europa cuando, en la Declaración de Dublín de 1991, se recogieron la definición y las líneas maestras del desarrollo sostenible.

J.S.: Y el Banco Mundial creó el Fondo para el Medio Ambiente Mundial.

D.M.R.: Eso fue en 1990. Lo conozco muy bien porque sobre ello dirigí una tesina entonces, realizada por un estudiante asturiano, Xustu Rodríguez. La idea era poner condiciones de carácter ambiental a las solicitudes de préstamos y ayudas para programas de desarrollo. El Fondo se estructuró en cuatro grandes áreas, reflejo de los cuatro principales problemas presentes en el momento: cambio climático, diversidad biológica, aguas internacionales y agotamiento de la capa de ozono. Pero el funcionamiento fue muy ineficaz y sus logros escasos, siendo uno de los principales fracasos de las políticas que pretenden acercar los objetivos económicos y los objetivos medioambientales. En primer lugar, el Banco Mundial financiaba con cantidades muy superiores a programas energéticos convencionales con respecto a los proyectos ambientalmente sostenibles, con lo que el objetivo de combatir el cambio climático quedaba prácticamente anulado. En segundo lugar, la aplicación del “principio de adicionalidad” llevaba a que los proyectos sólo recibían ayuda por su porcentaje dedicado a medio ambiente, con lo que, en muchos casos, era más barato no introducir criterios ambientales. Y, en tercer lugar, los países menos desarrollados soportaban menos costes si no se preocupaban del medio ambiente, dado que, por lo general, no estaban obligados a ello por sus propias legislaciones.

J.S.: La UICN vino, poco después, a aguar la fiesta, cuando puso en cuestión el mismo concepto de “desarrollo sostenible” que ella había acuñado.

D.M.R.: Tiene usted razón. En 1991 veía la luz el documento “Cuidando la Tierra”, en el que la organización repasa lo acaecido en una década, plantea nuevos objetivos y realiza duras críticas hacia la instrumentalización de aquel concepto. La UICN marcaba una serie de objetivos básicos para la década del noventa pero la gran sorpresa vino de la crítica al uso del concepto de “desarrollo sostenible”, proponiendo como alternativa el de “vida sostenible”. A juicio de la UICN, la conceptualización del “desarrollo sostenible” había adquirido una vertiente extremadamente economicista. No era una crítica aislada, sino extendida entre algunos científicos y entre casi todos los ecologistas, destacando en ello Amigos de la Tierra, precisamente la organización internacional que ya había dado el paso hacia un “nuevo ecologismo” a principios de los setenta. Sé muy bien de lo que estoy hablando porque entonces presidía Amigos de la Tierra en España y estaba en la Comisión de Parques y Espacios Protegidos de la UICN. Como ejemplo y objeto de esas críticas podemos detenernos en una de las conceptualizaciones del desarrollo sostenible más utilizadas en ese momento, la de Herman Daly. Para que exista un desarrollo sostenible, Daly dice que deben cumplirse tres condiciones: consumir recursos no renovables a una tasa inferior a su tasa de renovación, consumir recursos no renovables a una tasa inferior a la tasa de su sustitución por recursos renovables, contaminar a una tasa inferior a la tasa de asimilación del medio. Evidentemente, se diluyen completamente todas las referencias a los aspectos sociales, esto es, a la equidad. No obstante, dado que estamos hablando de un concepto transdisciplinar que, por tanto, requiere para su aplicación del concurso de científicos de diversa formación, una definición como la de Daly habría que entenderla desde un punto de vista estrictamente operativo. Creo que la UICN se puso excesivamente quisquillosa, aunque no le faltaba razón.

J.S.: ¿Debemos olvidar entonces ese concepto?

D.M.R.: En el fondo da lo mismo. Yo sigo con ello porque hay un amplio consenso social y no podemos andar mareando a la gente con nuestras pijadas academicistas. La verdad es que con la palabra “desarrollo” bastaría porque, ¿cómo puede existir un desarrollo “insostenible”?. A mí me gusta dar en clase una definición del “desarrollo sostenible” que no es muy rigurosa pero sí es muy descriptiva. El desarrollo sostenible consiste en que algunos vivan más sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir.

J.S.: La equidad.

D.M.R.: Efectivamente, la equidad, la justicia, el reparto razonable de unos recursos que son de todos, que deberían ser de todos.

J.S.: En 1992, el Tratado de la Unión Europea ya hablaba del desarrollo sostenible.

D.M.R.: Modificaba el artículo 2 de 1957, pero hablaba de un “crecimiento sostenible”. El uso del término “crecimiento” en vez del de “desarrollo” fue fruto del intento de consenso entre los estados más progresivos (Suecia, Finlandia, Holanda, Alemania) y los más regresivos (Bélgica, Reino Unido, Italia, España), terminología que iba a ser matizada a favor del “desarrollo” en el posterior Tratado de Amsterdam.

J.S.: Ese mismo año de 1992 se celebró la Cumbre de Río de Janeiro, la conocida como “Cumbre de la Tierra”. Hubo la participación más amplia de cuantas conferencias y reuniones habían tenido lugar hasta entonces y se consagró el paradigma del desarrollo sostenible.

D.M.R.: También hubo notables ausencias. Mi maestro y amigo Ramón Tamames, que estuvo en la cumbre, escribió un artículo de mucha enjundia en el que hablaba de la ausencia de los dos principales actores de la escena mundial, el papa Juan Pablo II y el presidente de los Estados Unidos, George Bush, el primer Bush. En Río se adoptó la Agenda 21, a modo de programa global para el siglo que estaba a nueve años de entrar. Asímismo, se firmaron dos importantes documentos: el Convenio de Biodiversidad y el Convenio sobre el Cambio Climático. Paralelamente, la Cumbre de Río estuvo acompañada del Foro Global, formado por un heterogéneo movimiento social. Tuve la suerte de participar en ese foro.

J.S.: ¿Cómo fue aquello?

D.M.R.: Fue algo colosal. Era un verdadero plante al ambientalismo oficial, aunque se valoraba positivamente el mero hecho de la Cumbre de Rio. Andaban por allí viejos guerrilleros de todas las revoluciones fracasadas de América Latina, esotéricos de todos los colores, ecologistas, anarquistas y autogestionarios de todo pelaje, hippies anclados en los sesenta, budistas y franciscanos, comunistas decimonónicos, chiflados, profesores muy sesudos, ruralistas antiprogreso, ingenieros brillantísimos, ufólogos, nacionalistas de países pequeños sin estado… de todo. Era un mosaico espléndido. Fue el anticipo de los movimientos que surgieron una década después: el género humano en ebullición y diciendo “no nos representáis”.

J.S.: En esos momentos el Club de Roma, al que usted pertenece, encargó un estudio que impactó mucho en el ámbito científico, otro estudio de Meadows.

D.M.R.: El Club de Roma encargó a Meadows un estudio que iba a llevar por título el de “Más allá de los límites del crecimiento”, en clara referencia al que el propio Meadows había realizado veinte años antes y que, afortunadamente, había resultado tremendamente pesimista, pero que ya era un hito fundamental y fundacional de la nueva visión del desarrollo. En este nuevo estudio se realizó una crítica radical al estilo de crecimiento, hasta el punto de que su versión en francés no fue otra que “¡Alto al crecimiento!”. En el fondo, Meadows volvía a sus viejos planteamientos, poniendo sobre la mesa la realidad de que el “desarrollo sostenible” no es sino una nueva versión del “crecimiento cero”, planteamiento que su equipo del Massachusset Institut of Technology había defendido en 1973.

J.S.: ¿Comparte ese planteamiento?

D.M.R.: Hasta cierto punto sí, pero solo hasta cierto punto. Tuve la enorme suerte de hablar de ello con el propio Meadows, ya muy mayor, en Boston hace unos años. Comparto su idea en términos generales y hay que agradecerle su honradez epistemológica. Meadows nunca trató de engañar a nadie. Para mí el desarrollo sostenible viene a ser el crecimiento cero perfumado por Channel, una estrategia para no asustar demasiado al capitalismo porque, en el fondo, cuestiona el capitalismo. Pero también pienso que, por la propia naturaleza humana y su capacidad de innovación, un cierto crecimiento siempre se producirá. Además, los recursos naturales que vayan a utilizar nuestros descendientes no serán los mismos que utilizamos nosotros. Es todo mucho más complicado de lo que parece. No obstante, conforme a un principio de prudencia, es necesario llevar a efecto una política lo más ecológicamente sostenible que sea posible. Y si dentro de cincuenta años no llega el holocausto planetario, nuestros nietos y bisnietos se alegrarán de que sus viejos fuéramos tan prudentes.

J.S.: Entonces las teorías del decrecimiento, que tan en boga están en estos momentos…

D.M.R.: Quisiera explicarme con la mayor corrección posible. En principio, yo soy partidario del desarrollo sostenible, del crecimiento cero y hasta del decrecimiento, pero tengo serias dudas sobre esta última tendencia. Y hablo de “tendencia” porque, si somos estrictos, no es una “teoría”. Tuve la satisfacción de poder discutir de ello con Latouche, seguramente el principal impulsor de la política de decrecimiento, cuando fue invitado por el Ateneo de Madrid hace algo menos de un año. No me gustan demasiado los profetas del decrecimiento, como no me agrada mucho desde hace tiempo el ecologismo “izquierdista”. Me parece que la mayoría de sus practicantes, aunque no querría generalizar, tratan de lavar la cara a viejas y caducas concepciones marxistas en las que se ha cambiado la dominación económica por el deterioro ambiental como objeto de análisis y a la clase obrera por los ecologistas como sujeto del cambio. Además, creo que algunos autores que llevan estas etiquetas tan novedosas no hacen otra cosa que copiar sin citar a pensadores antiguos, como Say, Kropotkin, Podolinski, Jevons o el mismo Quesnay. 

J.S.: Por cierto, que el Club de Roma no está muy bien visto entre la gente más cercana a las posiciones políticas e ideológicas que usted mantiene.

D.M.R.: Ya lo sé. Algunos hablan de que detrás está un gobierno mundial clandestino inspirado por la masonería, incluso por los famosos iluminati. Vivimos un momento complicado y difícil de analizar, donde todo está entrelazado. Un viejo amigo mío, un ecologista de primera hora, Esteban Cabal, acaba de publicar un libro muy bueno sobre estos temas. Me parece un tanto conspiranoico pero no demasiado erróneo. Conviene leerlo. ¿Podría ser el Partido Comunista de España un peón de la CIA? Hay quien afirma que lo viene siendo desde los años sesenta del pasado siglo. ¿Podría ser Greenpeace un aliado de Estados Unidos que se dedicó toda una década a obstaculizar la política nuclear francesa, la gran competencia de los norteamericanos? También se afirmó esto.  ¿Y…? Este mundo es muy complejo y de vez en cuando se entrecruzan intereses de grupos muy contrapuestos. Pero es que salvo que aspiremos a morir vírgenes o a dedicarnos a cuidar geranios en el balcón de casa, en el momento que nos movamos podemos vernos metidos en cualquier berenjenal. Cuando la campaña contra los clorofluorcarbonados que destruían la capa de ozono muchos vieron la mano de alguna multinacional que ya tenía una alternativa a esos productos. ¿Fueron las organizaciones ecologistas cómplices de la Dupont, pongo por caso? Hay incluso quien afirma que el 15M es un invento del neoliberalismo contra el estado intervencionista y la propia democracia. Hay conspiraciones, sin duda, pero no todo es una gran conspiración.

J.S.: Sobre esas metodologías de las que hablábamos, sobre todas estas bases, usted trabajó tempranamente, en los ochenta y en los noventa.

D.M.R.: En la década de los noventa realizamos varios estudios bajo el epígrafe genérico de “Project Sustainable Europe”, en un intento de calcular el espacio ambiental o la huella ecológica de Europa. Los estudios se desarrollaron en el Wuppertal Institut, presidido por el nobel Ernst von Weizsäeker, una persona impresionante. Se hizo muy famoso cuando reconoció que, de joven, había pertenecido a las SS. Su hermano había sido presidente de la República Federal de Alemania. Aquello fue una conmoción en media Europa. Yo, que andaba por allí entonces, sentí por él una mayor admiración. Nadie lo acusaba, nadie sospechaba, no había cometido delitos, pero consideró que le debía esa confesión a las nuevas generaciones de alemanes, a sus alumnos. El caso es que conformamos un equipo de Wuppertal y las universidades de Edimburgo, Tampere y Autónoma de Madrid. Tuve la suerte y el privilegio de participar en su comité coordinador al lado de científicos de la altura de Fritz Hintenberger, Jyrki Lukaannen, Joachim Spangberger, Mary King y Malcolm Slesser. Las conclusiones fueron llevadas a la Conferencia de Heidelberg, donde estuvieron presentes científicos, gobernantes, ecologistas, sindicalistas y empresarios. De esta reunión salió un decálogo en el que se exponían las disfunciones de la política ambiental europea y las prioridades para una futura reforma del Tratado de Maastricht y para una hipotética constitución de la Unión Europea. Las cosas quedaron varadas por la rocambolesca historia de la propia constitución europea. Pero ahí están los estudios y sus directrices. Nuestros estudios no estaban encerrados en una torre de marfil sino que, como debe ser, marcaban líneas de actuación. Fueron momentos felices, en el sentido que Rostand daba a la felicidad que disfrutan aquellos que viven los tiempos de la revolución. Pero llegó la oscuridad de los gobiernos reaccionarios en Europa y en los Estados Unidos, que lo primero que hacen es reducir protección ambiental y presupuesto para ello. Nunca pudimos acabar el estudio. Más tarde el gobierno de Merkel lo cambió todo y aquella metodología tan trabajada reposa en los anales de la ciencia o, por lo menos, en algún anaquel prusiano.

J.S.: Un lustro después se celebró la Cumbre de Nueva York.

D.M.R.: Y los que trabajábamos en esto nos reimos pero con un oculto dolor. En la cumbre se reconoció de forma palmaria que, lejos de mejorar, los indicadores ecológicos estaban mostrando una degradación acelerada en todo el planeta.

J.S.: Pero se pactó el Protocolo de Kioto.

D.M.R.: Fue un acuerdo para hacer frente al calentamiento global y, especialmente, a los gases de efecto invernadero que lo provocan o aceleran, muy especialmente el CO2. Pero desde un principio los sectores ecologistas y un buen número de científicos hicimos patente nuestras dudas, confome al algoritmo inglés TL2: “too little, too late”.

J.S.: Quizás es mejor no hacer nada.

D.M.R.: No, radicalmente no. Esas reticencias puede que acaben por convertirse en realidad. Pero, pese a ello, cumplir las directrices del Protocolo de Kioto es vital, aunque acabe por no resolver el cambio climático. El cumplimiento del protocolo permitirá mejorar la calidad de vida en las regiones hoy más contaminadas, una mayor eficiencia energética, un mejor aprovechamiento de los recursos naturales y una consideración de los bienes comunes como bienes globales, que dejan de ser “propiedad de nadie” y pasan a ser “propiedad de la humanidad”. No aplicar las directrices de Kioto con la excusa de que ya es tarde sería lo mismo que no aplicar tratamientos paliativos a un enfermo con la excusa de que su mal es irreversible. Y, además, siempre existe una posibilidad, por remota que parezca, de que pueda darse la reversibilidad.

J.S.: Por cierto, es curiosa esa tranquilidad que mantiene su perro. Con lo grande que es y lo poco amistoso que parece no se ha movido desde que nos hemos sentado.

D.M.R.: Es una hembra y se llama Dobra. Le partiría la tibia con solo un movimiento de su mandíbula, pero no lo hará si no es estrictamente necesario. Le basta casi solamente con sus setenta quilos puestos en pie. No recurrirá a una violencia innecesaria. Es una mastina, una raza autóctona, con una estabilidad de carácter única. Criará, si hay suerte, este año. Son perras difíciles de preñar pero cuando se prenden paren diez o doce cachorros y los sacan a todos adelante. Si alguno es muy débil lo que hace es comérselo. Es una raza estupenda y Dobra viene de una estirpe potentísima que luchara contra los lobos en los montes de allí enfrente desde hace décadas. 

J.S.: Interesantísimo. ¿Qué me dice de la Cumbre de Johannesburgo?

D.M.R.: Otro fracaso. Sólo parecía interesarle al secretario general de la ONU, Kofi Annan. Los cometidos asumidos fueron demasiado amplios y complejos pero sin acompañamiento financiero y sin medios organizativos suficientes. Por eso, cuando se llegó a la Conferencia de Nueva York en el 2007, salvo para hacerse la “foto de familia”, los dirigentes mundiales solamente pudieron certificar que todo estaba peor y que el deterioro del planeta se aceleraba de forma galopante.

J.S.: Pero vino la Conferencia de Bali.

D.M.R.: Intentaron poner en marcha un nuevo protocolo que sustituyera al de Kioto, cuya expiración estaba fijada para este 2012. De esta reunión de Bali salió una “hoja de ruta”, con un calendario claro y preciso, con el fin de alcanzar un acuerdo definitivo en la cumbre que se iba a desarrollar en Copenhague dos años más tarde. Esta reunión en Dinamarca se presentaba, a juicio de casi todos, como “la última oportunidad”. Y se desperdició.

J.S.: La Unión Europea respondió con su “20-20-20 por 100”. 20 por ciento de consumo energético de fuentes renovables, 20 por ciento de mejora en la eficiencia energética y 20 por ciento de disminución de emisiones de CO2-

D.M.R.: Esa es una iniciativa estupenda. Y todo ello estaba planteado en el horizonte del año 2030, un horizonte creible. Pero soy escéptico. De poco sirven estas iniciativas si Estados Unidos y China, los principales emisores de gases de efecto invernadero, no se comprometen con los objetivos.

J.S.: Y ahora, cuando una de las prioridades de la Unión Europea es el desarrollo sostenible, particularmente en la universidad y en los centros de investigación, como muy bien ha reafirmado en la reciente reunión de Praga, su facultad suprime esa disciplina.

D.M.R.: Me costó mucho, y hablo en primera persona porque es verdad, introducir hace veinte años una asignatura de economía del medio ambiente. Solamente yo estaba dispuesto a asumir el reto. Más tarde, contando ya con otros compañeros, la transformamos en otra de desarrollo sostenible. Se trataba de la asignatura optativa que primero cerraba la matriculación, dada la enorme demanda, con tres grupos en el segundo ciclo de economía. Yo pensaba plantear a mi departamento, con motivo de la reforma de los planes, una nueva denominación, adoptando precisamente las sensibilidades de la UICN. Pero no fue posible. Decidieron suprimir cualquier referencia a estas cuestiones, en un gesto de irracionalidad y corporativismo economicista. La facultad de economía se empobrece y se enriquecen otras. Hoy, en la Autónoma, el desarrollo sostenible se explica en los grados de ciencias ambientales, en la facultad de ciencias. La facultad de economía se queda fuera de la historia y entra en el autismo, con programas ajenos a la realidad. 

J.S.: Pero su departamento es de estructura económica, más global, más sistémica, con gran preocupación por los problemas emergentes. Es su herencia: Sampedro, Tamames, Velarde, Berzosa, Martínez-Cortiña, Fuentes Quintana…

D.M.R.: Eso era antes y esa es la herencia que yo considero mía. Hoy es un departamento sin paradigmas y sin epistemas, donde se confunde “desarrollo” y “crecimiento”, en un retroceso a los años cincuenta del siglo XX. Si mira usted el actual programa de estructura económica mundial creería que es el propio del área de mercados financieros. No hay referencias, por ejemplo, a la población, a la alimentación o a las comunicaciones. Tampoco al subdesarrollo ni al medio ambiente. Yo me encuentro tan extraño que me mantuve al margen incluso de la estupidez de suprimir el desarrollo sostenible. ¿Para qué pelear? En el juego de poder de mi facultad yo soy un marginal. Seguramente por eso las asignaturas que yo impulsé acabaron siendo marginales, aunque la ONU y la Unión Europea estén de acuerdo conmigo. La última directriz europea de educación sobre esta materia plantea que las cuestiones ambientales entren en los programas de todas las áreas docentes y mi  facultad, que lo lleva haciendo desde cuando la Cumbre de Río, decide retirarlas. No es posible defender ninguna posición epistemológica y todo es un juego de poderes. Hace unos años me indignaba y me batía en las reuniones. Hasta algunos llegaron a tildarme de “enfant terrible”. Hoy voy a pocas reuniones y prefiero dedicar mis esfuerzos a otra cosa. Me conformo con hacer lo que creo correcto, con atender lo mejor posible a mis alumnos y con trabajar en lo que me interesa, me lo premien o no, que tanto me da.

J.S.: Habrá responsables de estas cosas…

D.M.R.: No lo sé muy bien, pero ahí está la decana Ana López; la directora y el secretario de mi departamento, Maribel Heredero y Luis Collado; los responsables de la programación, Antonio Vázquez Barquero y Javier Alfonso Gil. Quienes dirigen y coordinan la docencia son los responsables, pero no todos van a tener el mismo rango de culpabilidad, supongo. Como yo conozco muy poco de los entresijos de las negociaciones y de las componendas establecidas, prefiero ser prudente. Además algunos de ellos son buenos compañeros desde hace mucho tiempo y no me gustaría dañar su imagen de un modo frívolo. Pregúnteles a ellos.

J.S.: ¿Y qué va a hacer usted ahora?

D.M.R.: Lo que la universidad me pida. Soy un funcionario público, me debo a los ciudadanos  y sé muy bien cuál es mi obligación. No obstante, tampoco me quedo al margen de todas estas cuestiones. Seguiré siendo profesor de desarrollo sostenible en un master-doctorado de políticas públicas, bastante bien estructurado, en el que mi asignatura es la materia optativa más demandada. Y recalaré en la facultad de ciencias, donde podré seguir con mi trabajo y hasta es posible que en mejores condiciones. Bueno, salvo que alguien que lea esta entrevista decida aplicar una política represiva contra mí y me relegue a sabe dios qué. La libre opinión no está muy vista en la universidad, aunque, la verdad, en mi departamento nunca se ha obviado la discusión ni perseguido la disidencia. Pero el caso es que, como en épocas anteriores, la “secta de los economistas” huye para dejar sitio a los contables, a los archiveros y a los burócratas. Las materias de economía ambiental, economía ecológica y desarrollo sostenible, afortunadamente, siguen impartiéndose. Pero lo que es una aberración es su supresión en una licenciatura de economía, sobre todo en la nuestra, pionera desde hace veinte años. Es un triunfo de la sinrazón muy bien apoyada por el caciquismo. Y lo que es más lamentable, al menos para mí, que tengo una visión del mundo un tanto aristocrática, en el sentido clásico, es que determinadas personas han caído en el ridículo.

J.S.: ¿No es lo suyo un pataleo?

D.M.R.: Seguramente sí, la verdad. Mi opinión es irrelevante en mi facultad. Tal vez manifiesto un deseo que está muy lejos de cualquier posibilidad. Pero también es verdad que las cosas dan muchas vueltas.

J.S.: Ya veremos.

D.M.R.: Lo iremos viendo. Y empezaremos en la próxima conferencia del programa europeo de desarrollo sostenible, el próximo mes de noviembre, donde presentaré la parte que me corresponde para el informe bianual. Allí sí habrá referencias a quién, cómo y cuándo. Habrá referencias a cuanto sea menester. Y no conviene olvidar que esa conferencia de la red que lleva trabajando desde 1994 es pieza fundamental en la calificación de los centros de investigación. Y yo le aseguro que no tengo “patriotismo” en estos casos. Si hay centros excluidos de los proyectos de desarrollo sostenible, prioritarios hoy en la Unión Europea, que responda quien deba responder.

J.S.: La perra se ha incorporado y mueve los dientes de forma inquietante.

D.M.R.: Esté tranquilo. No pasa nada. Tal vez notó mi cambio de tono. Me notó un poco irritado. Es mucho más inteligente que algunos catedráticos.

J.S.: No sé si creerlo, pero es impresionante.

D.M.R.: No me crea. Soy un cuentista. Tengo una gran capacidad para inventar cosas. Acérquese sin ningún miedo. Dobra interpreta muy bien lo elemental. Y mientras pose mi mano detrás de sus orejas se quedará firme. De todas formas, vayamos a lo importante. Abramos otra botella.

J.S.: Ya me lo parecía cuando me dio clase de estructura económica mundial hace unos años, pero es usted un tanto raro para estar en una universidad madrileña. Me recuerda un poco al típico profesor inglés, al de las películas.

D.M.R.: No me diga… Lo tomo como un cumplido.

Comentarios

  1. De acuerdo en lo de enorme. Le sobra una cuarta parte por lo menos.
    Pero a ver... lo de entrevista no, hombre de Dios. Esto es un monólogo a dos voces bastante teatralizado. Que hay que decíroslo todo. ¿Qué os enseñaron en el instituto?

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    1. Vaya parece que tenemos a un partidario de quitar la palabra Nevertheless del diccionario Oxford. (vid el Mundo Today)

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