Cuando un estudiante de economía se enfrenta a sus primeros días de formación académica recibe una definición categórica de la disciplina: “la economía es la ciencia que estudia la asignación racional de recursos escasos susceptibles de usos alternativos para la satisfacción de necesidades”. Acto seguido, el profesor continúa con el desarrollo del temario, que se corresponde con la microeconomía. Pero no suele apuntar algo fundamental: éste no es el concepto de economía que rubricarían Ricardo o Marx, ni Keynes o Schumpeter, ni Robinson o Galbraith. Esa definición que se presenta como “la definición” tiene autor, época y escuela concretos: se trata de una definición de Robbins, acuñada en los años cincuenta del siglo XX y enmarcada en la teoría neoclásica. Por lo tanto, los aprendices de economistas arrancan ya, cuando menos, con un razonamiento falaz, pero, con frecuencia, como algo parecido al engaño. Con ello se inician en una epistemología donde las ideas son hurtadas y las palabras y los silencios utilizados con finalidad ideológica.
Pero no queda solamente en esto el problema. Aún admitiendo aquella definición, cosa que haríamos si perteneciéramos al neoclasicismo, deberíamos puntualizar una cuestión importante. Ningún estudiante hace la pregunta más elemental y pertinente. Tampoco yo la hice en su día. Pero el asunto más trágico es que cuando estos estudiantes se encuentran a punto de acabar sus estudios tampoco se han interrogado acerca de ello nunca. La pregunta es la siguiente: “si la economía asigna recursos escasos para satisfacer necesidades, ¿podría, profesor, explicarme qué entienden los economistas por “escasez” y por “necesidad”?. Más de un profesor se quedaría muy sorprendido por no haberse detenido en semejante reflexión. Otros muchos, evidentemente, podrían explicar, pero ya desde un punto de vista en el que tiene que recurrir a una aproximación extraeconómica. Estos conceptos no pertenecen al ámbito de lo económico –como sí lo pertenece el concepto de “asignación”- sino al ámbito filosófico o ético, cuando no ontológico.
De este modo entendemos cómo el lenguaje economicista, fuera de toda crítica y autoalimentado en un sistema cerrado no sólo productivo sino también lingüístico, se incardina en el modo de pensar de los economistas, quienes acaban considerando que su terminología es la única que tiene precisión. Y, de otro lado, este lenguaje se encripta para ser completamente ajeno al lenguaje común, hasta el punto de llegar a constituir una jerga muy útil para la dominación social y la descalificación de la crítica y de la disidencia. Todos lo hemos leído u oído alguna vez: “¡es la economía, estúpido!”.
Pero este asunto no dejaría de ser una mera discusión académica si se quedara encerrada en las facultades de economía. Mas ello no es así. El lenguaje críptico y sacerdotal de los economistas ha penetrado en las últimas dos décadas en todos los ámbitos de la vida y bien podría decirse que con frecuencia, lejos de ser ellos quienes se han arrogado el derecho a gobernar, han sido los políticos y muchos grupos sociales los que les otorgaron tal poder. El ejercicio de la política ha desaparecido y sus principales representantes, habiéndose quedado sin argumentario “político” se han entregado a aquellas racionalidad económica a la que se refería Robbins.
Sigamos con la forma de razonar y la dogmática que se enseñan en nuestras facultades de economía y que, para mayor mal, ha calado entre unos ciudadanos que han puesto sus esperanzas –y con ellas su libertad- en manos de los técnicos. Si preguntamos en el aula cuál de las dos tendencias contrapuestas existentes en nuestra especie, la tendencia a cooperar y la tendencia a competir, muy pocos serán los que opten por la primera. La inmensa mayoría y, ¡atención!, independientemente de su ideología y opción política, considera que la competencia es una de las características más definitorias de nuestra naturaleza. Entonces se les pide que pongan ejemplos de su vida cotidiana en los que compitan y ejemplos en los que cooperen, con la condición de que no tratemos de cuestiones de mercado. Resultará que casi nadie encuentra ejemplos de competencia y sí muchos de cooperación: la familia, los amigos, la iglesia… Y los pocos ejemplos de competencia suelen ser de carácter deportivo, situaciones en las que, mayoritariamente, se juega en equipo, por lo que para salir victorioso frente al adversario hay que saber cooperar muy bien con el compañero. Pero los conceptos de aquella economía ortodoxa –convencional, si lo preferimos- han calado tanto en nuestro quehacer cotidiano que, aún ante la evidencia, muchos siguen aferrándose a unas ideas que, como escribirá Blaug, “están caídas del cielo?. Es lo más parecido a la fe ciega.
Sigamos en esta línea de argumentación. La psicología y la antropología, ciencias a las que los economistas no tienen la costumbre de acudir, pese a que la economía trata, en definitiva, del comportamiento individual y colectivo, nos enseñan muchas cosas útiles para desmontar el entramado lingüistico y conceptual construido. Podemos afirmar que los gatos tienen cuatro patas porque sabemos que todos los gatos del mundo tienen cuatro patas; pero, además, porque también sabemos que todos los gatos de la historia tenían cuatro patas. Del mismo modo, para aceptar que la racionalidad económica es la que se deriva de definiciones como la de Robbins hay que poder afirmar que todos los seres humanos del planeta deciden con los mismos criterios y, además, que así lo han hecho en todos los momentos de la historia. De este modo, un bróker de Nueva York, una campesina de Camboya y un prejubilado de Mieres deberían tomar sus decisiones con los mismos criterios. También encontraríamos los mismos criterios en un campesino asturiano del tiempo de Alfonso II, un sacerdote veneciano del renacimiento y un comunista ruso de los años de Lenin. Y sabemos que ninguna de las dos cosas es cierta.
Por otra parte, la racionalidad económica, entendida, para simplificar, como realizar el esfuerzo menor para obtener el máximo beneficio posible, no pasa de ser una conjetura. Aceptando que lo del esfuerzo sea percibido de forma similar por todas las personas, no sucede lo mismo con el beneficio. Lo que es beneficioso para el empresario puede no serlo para el trabajador y lo que es beneficioso para la empresa puede no serlo para la nación. El mantra de que “lo que es bueno para la General Motors es bueno para los Estados Unidos” –acuñado tras la segunda guerra mundial- es una falacia y ha sido precisamente el sector del automóvil, y muy concretamente la General Motors, quienes mejor han ejemplarizado el hecho de que lo que era mejor para la empresa no lo fue para los Estados Unidos, para el pueblo de los Estados Unidos.
Sigamos con el psicologismo implícito en la teoría microeconómica. Todo el edificio se asienta en que las personas identificamos opciones, jerarquizamos objetivos y, después, tomamos decisiones. Que identificamos opciones parece evidente en la mayor parte de los casos, pero que sabemos jerarquizar ya no está tan claro. La psicología nos demuestra que muchas veces preferimos “A” frente a “B” y “B” frente a “C”, pero no “A” frente a “C”. Y para finalizar, la mayoría de las personas no toma una decisión relevante en toda su vida, cosa que queda para los príncipes y los magnates y, si acaso, para algunos rebeldes y revolucionarios. Excluyendo la decisión de tener hijos, ¿qué otra decisión relevante toma la gente normal a lo largo de su vida?. Y si agregamos las decisiones individuales para construir una hipotética decisión social nos encontramos con las divertidas paradojas del “public choice” anglosajón, que solamente sirven para triviales entretenimientos académicos y discusiones divertidísimas entre profesores de economía.
Para redondear el razonamiento, el último componente de la racionalidad económica es la tendencia del hombre a acumular. Pero, paralelamente, la teoría marginalista de la utilidad nos dice que la utilidad producida por cada unidad añadida de producto o de dinero es menor que la producida por la anterior. Esto quiere decir que la utilidad es decreciente, hasta poder llegar a ser nula en muchos casos. Si la utilidad puede llegar a ser nula, ¿cómo se compagina esto con la tendencia constante a la acumulación?. ¿Para qué vamos a acumular lo que no nos ofrece ninguna utilidad?.
En definitiva, todo el psicologismo de la economía convencional está tejido con hilos muy vistosos pero poco consistentes. Es más, si aceptamos que basta el mercado para asignar correctamente y que la intervención pública es necesaria solamente en casos muy concretos, ¿para qué estudiamos economía?, ¿para saber cómo se comporta el consumidor ante los precios?. ¿No es mejor que eso lo estudien los psicólogos?. Es más, ¿para qué pagamos carísimos ministerios de economía, secretarías de estado y negociados varios?. ¿No sería suficiente con una agencia tributaria que se dedique a los impuestos y a las transferencias?. Pero esas instituciones son necesarias y son, a la vez, la prueba de los fallos del mercado y la endeblez de muchos de los fundamentos economicistas.
Podríamos decir que cuando se critica una ciencia, una técnica, una metodología, se tiende a poner sobre la mesa todos sus defectos e inconsistencias. No obstante, es necesario recordar que la ciencia económica, en sus casi trescientos años de existencia, ha ido aportando interpretaciones muy útiles que mucho contribuyeron a entender mejor el mundo. Incluso la economía convencional nos aporta buenos elementos para el análisis. Es cierto. El problema radica en que el razonamiento economicista ha salido de su ámbito y ha impuesto su racionalidad a todo lo existente, como si fuera la única racionalidad posible. En el sistema cerrado de lo económico las cosas funcionan automáticamente, pero nuestra civilización tiene historia, un medio ambiente natural y un medio ambiente social. Es decir, vivimos en un sistema no solo económico, sino abierto sincrónica y diacrónicamente.
¿Y teniendo xente asina, tamos condergaos a ser gobernaos por esta banda o pola que venga? ¿Qué país ye esti?
ResponderEliminarSentí cuantayá qu'aprender entama pola capacidá que tengamos pa facenos preguntes. Lleendo artículos como esti, ún siéntese afaláu poles preguntes... y aprende.
ResponderEliminarDavid, que yá te tuteo desde que mos vimos nes fiestes de Pion: yes sorprendente. La to radicalidá ye tremenda, unida a una claridá d'esposición tamién tremenda. Nun puedo dicir nada porque sé mui poco d'estes coses pero agradézote muncho que espliques coses complicaes d'una forma tan sencilla. Seguro que lo dixe otres veces pero ye que ye verdá. Esti blogue debería tar financiáu pola conseyería d'educación. Ye chiste.
ResponderEliminarVaya, profe, ya entamamos el cursu. Tien razón Palos. Contigo faese fácil entender de custiones económiques. Tienes tola razón cuando dices que la economía ye una jerga incomprensible. L'otru día tuve viendo na tele a un secretariu d'estáu desplicando los presupuestos y nun entendí nada
ResponderEliminarDavid, una pregunta. Es retórica, no pretendo que respondas. ¿Cuántos profesores de economía se plantean estos interrogantes? A mí me parece que la incultura es una de las características de los economistas actuales. No saben nada. Por mi trabajo trato con profesores de diversas disciplinas y pocos conozco más incultos que los economistas. Por no conocer no conocen ni a sus propios clásicos. En tu propia facultad solo sé de dos o tres (tú entre ellos) que hayan leído, por ejemplo, a David Ricardo. Y de los clásicos grecolatinos ni los títulos. Nada saben de geografía, ni de historia, nio de religión... Y esta gente juega con nuestro bienestar y con nuestro dinero. Además hay que aguantarles su prepotencia y su complejo de superioridad. Menos mal que hay profesores de economía como tú, como Tamames, como Sampedro... La mayoría jubilados. En activo quedais cuatro. Una pena. ¿Qué dirían los Keynes, los Galbraith, Marx, los clásicos liberales? ¿En qué quedó su inteligente herencia?
ResponderEliminarRecomiendo un llibru que David recomendó nesti blogue hai unos meses: Los economistas contra la democracia. Claru y acoyona. Ye un bon manual pa defendenos d'esi economicismu que tan bien denuncia David. Esti blogue ye mui útil.
ResponderEliminarDavid: sígote desde un cursu que disti con José Alba nel auditoriu Príncipe Felipe d'Uviéu. Fuiste'l meyor profesor d'aquel cursu. Rigurosu y divertidu. Yo namás te conocía de lo político. La verdá ye que nunca te voté. Nun cambié de votu por eso pero sí d'opinión sobre tí. Yes un lujo pal asturianismu.
ResponderEliminar¡Buf! esto ye muncho pa mi. Prefiero les historietes d'Andecha, la xunidá y eses coses. Ye simple y fácil. Basta conm tener maníes y prexuicios. Un saludu, Davizu. En serio: mui bien, gustome muncho esti artículu.
ResponderEliminarPara el anónimo que dejó un comentario en español.
ResponderEliminarEs verdad que las nuevas formas de estudio y las prioridades marcadas por las instituciones académicas y por el mercado están dejando de lado importantísimas áreas de conocimiento y potenciando una especialización quizás excesiva. Hay un viejo chiste que dice que los profesores de teoría económica acaban sabiendo casi todo de nada, mientras que los de estructura económica acabamos sabieno nada de casi todo. También es verdad que muchos economistas desconocen por completo las humanidades y las letras, pero no creo que sean muchos los bioquímicos que puedan mantener una conversación muy rigurosa sobre la crisis económica o sobre los ritos de paso en la sociedad rural. Tiene usted razón en lo que dice pero creo que hace una crítica demasiado centrada en los economistas, cuando el problema es de orientación general. Sí es verdad que a los economistas, puesto que trabajan en la sociedad y su trabajo afecta directamente al bienestar de la gente deberían sentirse más obligados a conocer otras cosas a parte de sus propias técnicas. Personalmente conozco bastantes profesores de economía que no se ajustan a ese perfil tan cruel que usted describe, pero quizás son minoría. Ahora bien, históricamente, la ciencia económica ha dado cabezas brillantes y de un gran contenido enciclopédico. Hoy quizás no tanto, pero no menos que entre los profesores de física del estado sólido o de cardiología.
David creo que no es buen momento para contarte que estoy impartiendo un curso de Microeconomía aquí en Chile, jejeje... Aunque para arreglarlo un poco te cuento que también imparto Economía de los Recursos Naturales (llamarla Economía del Desarrollo Sostenible era demasiado "filosófico" para la Universidad).
ResponderEliminarAdemás de las clases sigo en CEPAL en la Unidad de Desarrollo Agrícola con el proyecto sobre innovación en biocombustibles.
Un gran abrazo y te deseo un buen inicio de curso.
Sofía
Una cosina. La definición de Robbins nun yera novedá daquella, dende'l sieglu XIX que los marxinalistes falaben d'esos mesmos conceptos. El primeru que pintó les curves d'ufierta y demanda, que ye no que de verdá se basa la economía anguañu, nel conceptu d'equilibriu, foi Marshall, pero eso nun cayó del cielu. Yera l'amestadura de tol saber económicu dende Adam Smith, cola teoría la ufierta ricardiana y l'utilitarismu de Bentham que más llueu desendolcaríen los marxinalistes. L'orde nes preferencies de les persones necesitóse pa matematizar la economía, enantes qu'aportaren Jevons y Menger o Edgeworth, Pareto, etc. la llinde ente filosofía y economía nun taba clara. Ye tamién verdá que dende los neoclásicos otres alternatives como los socialistes utópicos, Sraffa o marxistes más modernos como Sweezy o Baran quedaren más a la solombra. Yá dellos años depués pue dicise que xurdieron crítiques al métodu económicu, vienme a la cabeza el pernomáu Los tontos racionales de Sen. Dende l'entamu acéptense los supuestos y el ceteris paribus, y pue criticase hasta qué puntu esto supón un problema. Por embargu esto nun ye lo mesmo que cuando güei Krugman fai por siguir dexando n'evidencia lo que Galbraith alcuñó como "saber convencional". Paezme qu'esti artículo quier dir nesa mesma llínia, y toi en parte d'alcuerdu. Salú.
ResponderEliminarPréstame pola vida esti comentariu, Hele. Tienes muncha razón. Pero qué poco sabemos los que tenemos obligación de saber dalgo... Munches gracies. Esta intervención tuya da xacíu a esti blogue na so vertiente económica o filosófica.
ResponderEliminarAmi paezme que lo de Hele ye un recorríu pol índice d'un llibru d'economía. Rivas da tres nomes en doscientes llínies y Hele trenta nomes en doce llínies. Pero, en fin, paez bono que se discuta d'estes coses y que l'asturianu s'emplee con normalidá pa cuestiones como esta. Un saludu pa Rivas y pa Hele, con perdón pol comentariu.
ResponderEliminarLa mio intención nun yera que'l mensaxe resultare escuru nin rucar a naide, sinón contribuyir con un matiz. Por ellaborar más: dellos supuestos típicos enantes d'analizar un fenómenu n'economía puen ser: 1- competencia perfecta 2- información perfecta 3- axentes que masimicen utilidá y beneficios, ye dicir, racionalidá 4- economía zarrada (ensin comerciu). Esto nun esiste, ye una simplificación de la realidá y d'ehí la entruga de si nun sedrá muncho suponer. N'ocasiones sí, pero ye una ferramienta cola fin del estudiu y l'análisis d'un determináu fenómenu, yo entiéndolo asina, y paezme que tien de reconocese la so importancia na evolución de la economía dende entós. Agora, nun ye un mediu pa probar sigún qué coses, que ye la conclusión d'esti artículu tamién o paecía, coses como que'l laissez faire ye meyor qu'otra cosa o responsable de la nuesa felicidá. La idea n'orixe nun yera valir pa que dalgún "fundamentalista del mercáu" aportare a conclusiones interesaes nin xustificar idioloxíes polítiques, nin enseñá-ylo a los estudiantes como verdá divina. Ye por eso qu'absuelvo a Marshall, que foi brillante. La verdá que nun ye daqué nuevo l'apropiase d'idees pa usales como consignes. Díxolo Keynes, de xuru que somos esclavos de dalgún economista defuntu, pero atristaya y ye cafiante cómo puen descontestualizase les palabres mesmes d'un economista pa cuntales como argumentu, y la facilidá cola que puen escaecese otres idees y otra xente d'un bon méritu. N'Asturies por exemplu y ensin dir más lloñe, naide s'alcuerda yá de Flórez Estrada, verdá? Saludinos candiales.
ResponderEliminarSoy asturiano y entiendo bien la lengua pero me cuesta mucho escribir en ella. Te pido disculpas. Hele (supongo que eres una mujer), tu intervención está muy bien pero para entendidos. Caes en el error que denuncia Rivas: una jerga incomprensible. Precisamente, todos los que entramos en este blog y que somos profanos en economía agradecemos sobre todo la claridad de los artículos. Se dice que la claridad es la cortesía de los sabios.
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