Una tesis sobre la agricultura ecológica de Andalucía


Hace unos días se leyó en la Universidad Autónoma de Madrid la tesis doctoral de Sofía Boza, titulada “La agricultura ecológica como parte de la estrategia de desarrollo rural sostenible en Andalucía” y que tuve el honor y el placer de dirigir. El tribunal estaba compuesto por Ramón Tamames (Universidad Autónoma de Madrid), Jesús González Regidor (Universidad Autónoma de Madrid), Pepe Alba (Universidad de Oviedo), Carmen Pérez González (Universidad de Cádiz) y Manolo Villa (Universidad Politécnica de Madrid). La tesis obtuvo la máxima calificación: sobresaliente “cum laude” por unanimidad.
Quisiera, antes de entrar en los pormenores de la valoración que el tribunal hizo de la tesis y de los contenidos o metodología de la propia tesis, hacer unas breves referencias a cuestiones que, pareciendo propias de un ámbito personal, son pertinentes para la discusión sobre el quehacer científico y, concretamente, sobre la realización de tesis doctorales.
En la universidad hay dos tipos de director de tesis doctorales. De una parte está el profesor que sigue todos los pasos del doctorando, incluso los más nimios, de forma que ambos llevan una vida casi marital mientras se realiza la investigación. Este tipo de director se preocupa por todo, busca hasta el más recóndito artículo, allana el camino a su pupilo hasta lo indecible. Este modelo se corresponde con el de la tesis doctoral hecha en comunión entre el autor y su director.
El segundo tipo es el de un profesor que deja mucha libertad al doctorando, que entra muy poco en las cuestiones empíricas y que sólo se preocupa de verdad por lo metodológico y epistemológico. Este tipo de director no busca lo último publicado para ofrecérselo a su pupilo y le deja hacer lo que, casi casi, le venga en gana. Pero se trata de un director que puede sorprender al doctorando con un rechazo total a los cuatrocientos folios que, cuando éste cree finalizado el trabajo, le presenta.
Evidentemente, no hay ningún profesor que pertenezca a uno de los dos tipos con exactitud. Todos los que hemos dirigido tesis doctorales fuimos una mezcla de ambas especificidades, pero siempre hemos caído hacia un lado o hacia otro.
Yo pertenezco al segundo tipo de profesor. No vivo con el doctorando ni me preocupo por su cotidianeidad. Aunque muchas veces el cariño que tengo hacia él o ella se hace evidente, procuro mantener una distancia que creo muy conveniente. Sin embargo, justo es decir que entre un director de tesis doctoral y quien la está realizando existen lazos de amor, porque sólo desde la más honda perversión un profesor puede ignorar la ilusión que un doctorando pone en su trabajo. Y esa empatía necesaria lleva, a poco que la relación dure, al aprecio más cálido y cercano.
Como yo soy un director “tipo segundo” nunca quise comprometerme con un doctorando muy joven. Eso es propio del director “tipo primero”, muy preocupado por todo y que, por lo general, se arriesga a una tesis de poca calidad o a una tesis hecha prácticamente por él mismo. Por eso todas las tesis que dirigí fueron de personas maduras y metodológicamente bien asentadas, personas que sabían trabajar solas y que tenían solamente en su director un “ogro” con criterios epistemológicos.
Así fue como llevé a buen fin tesis sobre el desarrollo sostenible en Somiedo (Asturias), la labor “ambiental” de los sindicatos de Vizcaya durante la segunda república, la sustentabilidad del desarrollo forestal de Asturias en la segunda mitad del siglo XX o la política hídrica en Jordania. Y tengo el orgullo de que todas ellas fueron calificadas como sobresaliente “cum laude” por unanimidad. Y, por si alguien sospecha, bueno es decir que en mi departamento hace tiempo que la calificación más alta viene siendo la de notable.
Cuando Sofía Boza me pidió que le dirigiera la tesis, no lo dudé. Estaba rompiendo mi vocación de hacerlo solamente con personas maduras, puesto que Sofía tenía entonces venticuatro años. No pensaba cambiar mi forma de trabajar pero decidí, por vez primera, arriesgarme. Había sido una brillantísima alumna de posgrado en mi asignatura de “Economía política del desarrollo sostenible” y había realizado su trabajo de graduación sobre los agrocombustibles en Brasil bajo mi dirección. Luego había conseguido una beca para un curso de la Comisión Económica para América Latina (ONU) en Chile y había trabajado en temas de agricultura ecológica en aquellas tierras. Creía que Sofía Boza, casi una niña, era capaz de soportar una dirección como la mía, una dirección distante, un tanto caótica, duramente metodológica y repugnantemente epistemológica. Además, para gustazo de políticamente correctos, era la primer mujer que me solicitaba apoyo para un trabajo tan importante. Total, que, como ya dije, acepté su propuesta. Y acerté.
La tesis de Sofía Boza es extraordinaria y así lo vieron los cinco doctores –todos ellos bien conocedores de lo que se discutía- que la juzgaron. Vieron en el estudio una aproximación a un tema relevante muy poco estudiado, un estudio que dejaba –como debe hacer una buena tesis doctoral- puertas abiertas, unas puertas que podría traspasar la propia Boza u otro doctorando posterior, cuestión en la que insistió Carmen Pérez (Cádiz).
Particularmente importante fue la anotación de Pepe Alba (Oviedo), cuando recorrió los últimos doce años de las tesis doctorales defendidas en mi departamento, Estructura Económica y Economía del Desarrollo, nombre –por cierto- que yo propuse en su día y que mis compañeros aceptaron. Decía el profesor asturiano que había ya un hilo conductor que ponía a este departamento entre los más importantes de Europa en estas materias, no tanto por los logros materiales –difíciles de evaluar- sino por la extraordinaria preocupación desde un departamento de economía por el medio ambiente y el desarrollo comunitario. Y recordó los hitos para él más importantes, desde la publicación de “Estructura económica de España” de Tamames hasta la introducción que yo hice de las materias ecológicas en la Facultad de Economía de la Universidad Autónoma de Madrid. No voy a ocultar que me sentí más ancho que alto.
Manolo Villa (Politécnica de Madrid) trató un tema muy complicado para los que estamos en posiciones como la mía y la de Sofía Boza: la caza. A los sensibles con el medio ambiente lo de la caza les resulta como un sarpullido. Pero yo, que pertenezco a un mundo rural atlántico, de rebecos, jabalíes, corzos y ciervos, no lo tengo tan claro. De hecho, estoy rodeado por estos animales en la pequeña aldea en la que vivo. Sin ir más lejos, el año pasado los corzos se llevaron por delante toda mi plantación de guisantes. Por su parte, Sofía Boza hizo lo que tenía que hacer: reconocer que sabía poco de la caza y que se guardaba la opinión moral.
Jesús González Regidor fue bien discreto. El que fuera mano derecha de varios ministros de agricultura, técnico de la OCDE en cuestiones agrarias, redactor oculto de los programas de desarrollo rural durante más de diez años y una de las “almas españolas” del “Acuerdo de Cork”, se limitó a cuestionar la rentabilidad contable de la agricultura ecológica, tras reconocer que nunca había visto mejor análisis del estado de la cuestión.
Tamames, como es lo propio, tuvo una intervención brillante. No obstante, pareció defender los transgénicos, a lo que Sofía Boza –pura valentía- le contestó con total seguridad: ella rechazaba totalmente los cultivos transgénicos. Ramón Tamames, para mi satisfacción, dijo que veía en la tónica general de la tesis la impronta de su director. Algo hay de eso, pero no tanto.
La tesis de Sofía Boza pertenece a lo que podríamos llamar “tercera generación” del desarrollo sostenible. La primera, a la que yo pertenezco, es la de los ochenta del siglo pasado, cuando el desarrollo sostenible era un paradigma emergente. Epistemológicamente esto es discutible porque el concepto de “paradigma”, tal y como Kuhn lo fijó, responde a la creencia común de la comunidad científica en un momento determinado. Pero, para no ponernos pijoteros, veamos el paradigma como una percepción.
La segunda generación es la de el “Informe Brundtland” y la Cumbre de Río de Janeiro. A partir de aquí el desarrollo sostenible era ya una política económica y todos los países, o casi todos, apostaban –al menos sobre el papel- por este nuevo tipo de desarrollo.
Hoy entramos en otro escenario. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, acuñadora del “desarrollo sostenible” en 1981, renuncia a ello por economicista y defiende el concepto de “vida sostenible”. Además, el concepto de “desarrollo sostenible” está puesto en cuarentena por las nuevas teorías del “decrecimiento”.
En esta vorágine se encuentra la excelente tesis de Sofía Boza. Siendo la obra ideológicamente ecocéntrica, acaba en una sustentabilidad media porque es muy sensible al desarrollo local y comunitarista.
El triángulo revolucionario se corresponde al triángulo sostenible. Entre la igualdad, la libertad y la fraternidad, los franceses optaron por poner su base en la igualdad mientras que los norteamericanos optaron por la libertad. Ahora pasa lo mismo en el desarrollo sostenible. Unos ponen la base en lo ecológico, otros en lo socioeconómico. Sofía Boza, ecocéntrica como yo, se dio cuenta de que en su país, Andalucía, aún es necesaria la visión socioeconómica, comunitaria, socializante. Y yo, un asturiano de cultura noratlántica, gracias a Sofía Boza, entendí muchas cosas
El “sobresaliente” estaba más que justificado. El “cum laude” era inevitable. El “cum laude” por unanimidad era de razón.
Ese “cum laude” fue la calificación para Sofía Boza, pero también lo fue para mí y para los heterodoxos que se reconocen como practicantes de la “estructura económica”, denominación de la que incluso abominan los que hoy bien que viven –modelitos econométricos mediante- de nuestra herencia estructural. Porque, por lo que hace a las universidades españolas, somos herederos de Valentín Andrés Álvarez, de José Luis Sampedro, de Juan Velarde, de Ramón Tamames, de José María Vidal Villa, de Xosé Manuel Beiras y de Rafael Martínez Cortiña. Alguno me olvidaré, seguro, pero ninguno de estos sobra.
Se ha convertido en lugar común entre muchos el desprecio de la corriente estructural. Tal vez tengan sus razones pero la teoría de la ciencia nos señala que nada se puede romper si no se puede construir con otros criterios. Y, atendiendo a lo que hay, no encuentro criterios científicos ni demarcaciones epistémicas –mucho más delimitaciones gnoseológicas- que me inviten a romper con aquella visión estructural, que no “estructuralista”. Vaya por delante la diferenciación para que no se pierdan los intelectualmente perezosos.
La tesis de Sofía Boza forma parte de un nuevo andamiaje cuyo método es deudor del viejo enfoque estructural. Y es que en tiempos de crisis se hace muy necesaria la revitalización del pensamiento crítico.
Felicidades, Sofía.
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Comentarios

  1. Menos mal que llego a dalgo razonable. Llevo "navegando" mediu domingu peles páxines asturianes y quedé cansadísimu. Entro equí pa descansar la cabeza y dir pa la piltra. Como siempre, Rivas, nun teo nada que dicir. Tóo esto ye mui complicao pa mi. Pero norabona por esi "cum Laude". Y espero que los zotes nun t'echen en cara que trabayes n'Andalucía. Porque igual pasa.

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  2. asturiano infiltrado5 de mayo de 2010, 11:50

    Aaaaag!
    Rivas trabaja para Andalucia.
    ye un axente camborio

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  3. Muchas gracias David. Acabo de leer tu entrada en el blog y creo que no podía hacerse narración más completa de lo que tanto esfuerzo nos costó lograr.
    Yo salgo para Chile el 14 de mayo. He conseguido las prácticas por seis meses en CEPAL. Espero que podamos vernos antes para tomar algo sin tener, al fin, que hablar de nada académico.
    Un abrazo.
    Sofía

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  4. Hola Sofia
    como no tengo otra forma mas privada de de ponerme en contacto contigo nte lo digo desde este post
    cuando estes en chilito pidele a David Rivas el contacto de mi buena amiga Rosita Martinez en Valparaiso.
    ella estara encantada de recibirte en nuestra Perla del Pacifico y discutir contigo hasta la extenuación.

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