Entrevista a David M. Rivas, profesor titular de estructura económica en la Universidad Autónoma de Madrid (por Agustín Mera)

Usted fue uno de los firmantes del manifiesto “¿Qué educación superior europea?”, ya en el 2006, un verdadero alegato contra el acuerdo de Bolonia. ¿Cuál era el contenido del manifiesto?.

Más que un manifiesto contra un acuerdo, se trataba de poner en claro las hondas preocupaciones que nos producía el llamado “espacio europeo de educación superior” en el mismo proceso de integración. Y esa preocupación la sigo teniendo. El papel de la universidad es crucial en ese proceso de integración. Por eso a muchos nos preocupa cuál es el tipo de universidad que se quiere construir. La Unión Europea se está enfrentando a muchos retos. El más importante es su propia definición. ¿Qué Europa queremos?. La respuesta está, en buena medida, en el modelo del que nos dotemos para nuestro sistema de ciencia y conocimiento.

¿Quiénes firmaron aquel manifiesto?.

Miembros de la comunidad universitaria europea, básicamente profesores e investigadores.

¿Cómo se redactó y luego se firmó?.


Llevábamos bastante tiempo trabajando en ello. Fuimos aprovechando los congresos internacionales, las redes de investigación, algunas publicaciones, internet y otros medios. Yo, concretamente, comencé a meterme en este embrollo desde la red de desarrollo sostenible en la que trabajo desde hace años, con compañeros de Alemania, Polonia, Italia, Gran Bretaña, Finlandia y Eslovenia. Esa es la razón por la que mi presencia tardó mucho en conocerse aquí, ya que no participé en casi nada en las universidades españolas. De hecho sigo al margen de los debates de mi entorno. La discusión en España es la de siempre: que si el PP, que si un sindicato de estudiantes apegado a Izquierda Unida, que si los socialistas… Eso a mí no me interesa ni mucho ni poco.

Sin embargo, es la voz de los estudiantes la que más se está haciendo oir durante todo este tiempo. De hecho, llevan convocadas varias huelgas en toda la unión y mantienen encierros en varias universidades.

Seguramente es cierto que a los estudiantes se los oye más. Es algo lógico. Para que las posturas de los profesores que estamos en esa línea, que somos muchos pero no todos evidentemente, y seguramente ni siquiera una mayoría, sean conocidas deberíamos organizar una muestra de fuerza que saliera en los informativos de televisión. A los estudiantes se los oye porque recurren a manifestaciones, encierros o conciertos de música. Nuestra forma de trabajar es distinta. Además los profesores y los investigadores de la universidad venimos organizándonos en toda Europa, no desde cada facultad o cada universidad. Lo cierto es que los estudiantes también lo hacen pero sus redes son más débiles y temporalmente limitadas. Sólo se es estudiante durante unos pocos años de tu vida. Por eso es importante que sus luchas salgan bien. Llevan con ello desde la reunión de Bakaiku, que tuvo lugar, creo recordar, a finales del 2005. Otra de las cosas que explica el ruido de los estudiantes es que ellos se ven amenazados en sus vidas profesionales a corto plazo, mientras que nuestras preocupaciones van más allá. Que un estudiante tenga que trabajar un año gratis, que pague casi dos mil euros para un segundo grado o que tenga que recurrir al préstamo bancario para poder estudiar y luego devolverlo con lo que obtenga de salario es, en muchos casos, una barbaridad. Pero se trata de una barbaridad modificable en cualquier momento. Sin embargo, si orientamos la educación hacia puertos exclusivamente mercantiles, si destruimos gran parte de las humanidades o si convertimos lo económico en contable, es muy posible que los efectos sean irreversibles.

¿Se unió usted a las huelgas estudiantiles?.


No. Son huelgas de estudiantes. Si los profesores no fuéramos a clase ese día la huelga sería un éxito pero los estudiantes serían incapaces de conocer el alcance de su convocatoria. Además, para ser libre hay que ser responsable y la responsabilidad de los estudiantes consiste en no ir a clase sabiendo que, tal vez, sufran algún contratiempo. Yo siempre expliqué en clase mi posición, dije que estaba de acuerdo con las convocatorias pero que acudiría al aula y continuaría con el temario. Ellos deben decidir.

De todos modos no parece que haya mucho debate sobre los acuerdos de Bolonia.

Ese es uno de los grandes problemas. Se están planeando modificaciones sustanciales de un modo completamente alejado del debate público. Ha existido un debate publicitado, pero no público. Sólo se han tenido en cuenta las opiniones de los euroburócratas, de algunas autoridades académicas, de políticos –muchos de ellos ignorantes en el sentido más estricto de la palabra- y de agentes empresariales. No ha existido prácticamente participación de la comunidad científica ni, mucho menos, de otros agentes sociales con cuyo futuro están jugando en Bruselas.

Pero el espíritu de Bolonia trata de poner la universidad al servicio de la sociedad porque muchas veces está alejada de ella.


Hace catorce o quince años, cuando la primer gran reforma de la universidad española, apareció el llamado “Manifiesto de los Cien”, que firmamos, más o menos, cien profesores. Y que conste que lo de los manifiestos no es algo en lo que yo me meta mucho. No piense que es mi hobby. De hecho, nunca he sido un abajofirmante habitual. Entonces, además de muchas otras cosas, decíamos que la universidad vivía de espaldas a la sociedad, muchas veces en otro mundo. Pero entonces no se arregló nada ni se va a arreglar ahora. Tanto entonces como ahora los dirigentes políticos y la tecnoestructura, sobre todo esta última, entienden la sociedad como un conjunto de instituciones extrauniversitarias que suelen estar dominadas por el partido de turno o por poderosos grupos de presión de la propia universidad.

¿Puede darme un ejemplo?.

Le puedo dar un ciento de ellos. De la erosión y la desertificación se lleva hablando desde hace bastantes años y una de las cuestiones más controvertidas es la de la reforestación. Bien, en esa discusión, la cuestión de los eucaliptos fue particularmente importante. Se realizaron –que yo sepa- dos estudios sobre el eucalipto, uno en la Universidad Autónoma de Madrid y otro en la Universidad de Oviedo. El de Madrid, realizado en la facultad de biología, finalizó desaconsejando completamente la plantación de eucaliptos en áreas forestales. El de Oviedo, realizado por la facultad de economía, llegó a una conclusión totalmente opuesta. La diferencia fundamental estaba en que el primero contaba con financiación exclusivamente pública y se basaba en criterios científicos. El segundo iba cofinanciado por la industria y se basaba en criterios mercantiles. ¿Cuál de ellos se hizo como servicio a la sociedad?. La respuesta parece clara: el de Madrid. Otro ejemplo: cuando empezó la reconversión industrial, la universidad estuvo callada. Las facultades de economía de las zonas que iban a ser reconvertidas no hicieron prácticamente estudios. Nunca hubo financiación para ello. Sólo hubo una excepción: el País Vasco. Allí el gobierno nacionalista sí financió estudios, estudios que sirvieron, directa o indirectamente, para producir líneas que amortiguaron los efectos indeseables y abrieron caminos hacia una nueva estructura industrial. No pasó eso en Asturias, ni en Galicia, ni en Andalucía. ¿Dónde estaba aquí el servicio a la sociedad por parte de la universidad?.

O sea, que su preocupación es que la universidad sea controlada por las empresas.

Sí. Pero las cosas pueden ser peores. Que las empresas colaboren con la universidad es una buena cosa. Cada vez los sistemas de información y de innovación están interrelacionando más a la universidad –especialmente las ramas de ciencias aplicadas y de economía- y a la industria. Esa cooperación es buena para todos. En ese desarrollo es normal que algunas empresas pretendan poner a su servicio a los universitarios. Eso forma parte de las leyes de la competencia. Pero lo grave es que sea la propia universidad la que, con la cantinela de que hay que servir a la sociedad, se ponga voluntariamente al servicio de los intereses industriales. Y eso es lo que está sucediendo, ese es el discurso de Bolonia.

Pero eso es, en cierto modo, una necesidad social.

En cierto modo o hasta cierto punto sí, pero no caigamos en peligrosos reduccionismos. La sociedad no es el mercado, ni mucho menos la sociedad debe estar al servicio del mercado. Cuando Smith, Mill o Marx estaban fundamentando la ciencia económica, estaban tratando de explicar los problemas que existían y porqué sucedían determinadas cosas. Si hoy levantaran la cabeza se morirían de nuevo al ver que es la economía, precisamente, el gran problema, el origen de la mayoría de las catástrofes que amenaza a la humanidad. ¿Ha dejado de ser el arte o la música una necesidad social?, ¿ha dejado de ser la filosofía una necesidad social?. ¿Cómo entra esto en el espíritu de Bolonia?. ¿Qué rentabilidad nos produce Nietzsche?. Pero es que hasta la religión será expulsada de la investigación porque no parecerá muy rentable. ¿Quién va a financiar investigaciones sobre la iglesia fuera de las universidades católicas?. Nadie. Y si hablamos del budismo, sin universidades budistas, ya me dirá usted.

De todos modos, al margen del proceso de Bolonia, lo cierto es que siempre se ha dicho que la universidad prepara mal para el ejercicio de una profesión.

Eso se dijo siempre en España, pero no en los países que son considerados punteros en la educación superior, como los Estados Unidos, por ejemplo. Lo que pasa es que en España se desprestigió de un modo miserable a la formación profesional y todas las familias querían –y quieren- que sus hijos vayan a la universidad. Yo imparto la materia de estructura económica mundial en el primer ciclo de los estudios de administración de empresas y les pregunto a los estudiantes cuáles son sus aspiraciones profesionales. Pues resulta que son las propias de un buen graduado de formación profesional. Ahí debería establecerse una relación fructífera entre la industria y la enseñanza: en la formación profesional. Pero la universidad es otra cosa o debería ser otra cosa. En la universidad se debe generar conocimiento, no profesionalización.

Pero si el modelo educativo fuera ese que usted dice estaríamos ante una élite universitaria frente al común de los mortales. Sólo llegaría a la universidad una minoría.

Efectivamente. Pero sería una minoría interesada por el saber, por la ciencia, por el conocimiento. Una minoría que, tal vez, tendría menos posibilidades de vivir de su título que las que tendrían bachilleres o titulados de FP del suyo. Sería posiblemente una universidad elitista pero lo que, entonces, habría que evitar es que fuera una universidad clasista. Es muy diferente una cosa de la otra. Lo que habría que hacer es dotar a la universidad de mecanismos financieros para no perder a nadie que pudiera llegar a pertenecer a una élite científica por el hecho de que procediera de una clase humilde.

Los estudiantes que se oponen, como usted, al proceso de Bolonia, plantean otra cosa.

El problema es que las palabras, a veces, en vez de servir para entendernos sirven para confundirnos. Agarrarse a una palabra, “élite” en este caso, y dotarla de un contenido que no tiene es costumbre antigua. Francis Bacon escribió en su día que las palabras son la moneda que corrientemente se acepta en vez de las ideas, lo mismo que las monedas se aceptan en vez de los valores. Lo que sucede es que algunos sectores de estudiantes, también de profesores, mantienen un discurso tan clásico dentro de la izquierda como estúpido por lo general. Decir que la universidad es cada vez más elitista es un error. La universidad no sólo no es más elitista, sino que es cada día más ramplona. Pero siempre ha sido bastante clasista y lo sigue siendo. Conozco muy pocos estudiantes que procedan de familias que no sean, como mínimo, de una clase media más bien acomodada. Además se equivocan quienes creen que la misión de la universidad es amortiguar las diferencias sociales. Esa misión es la de otras instituciones y la de otras políticas. La misión de la universidad es la ciencia y el conocimiento y, si fuera posible, allanar el camino hacia la sabiduría. Podría ponerle varios ejemplos. En Guatemala tal vez necesiten un profesor universitario que les hable de la teoría del imperialismo pero lo que sí es seguro es que necesitan cien especialistas de FP o diplomados medios que les expliquen cómo se lleva una contabilidad de costes en una cooperativa o cómo se trabaja en las redes comerciales con la Unión Europea. Y en Palestina es posible que necesiten un profesor universitario que les hable, también, de la teoría del imperialismo pero, a la vez, necesitan cien especialistas de FP o diplomados medios que les expliquen cómo potabilizar agua o cómo maximizar la efectividad del riego por goteo. De igual forma, tampoco la universidad tiene como misión el desarrollo regional o la amortiguación de las crisis, ni mucho menos la de satisfacer a sátrapas locales. La creación de universidades por toda la geografía, la implantación de un campus en un municipio y otro en el de al lado, la desmenbración de las universidades clásicas… todo eso es una barbaridad. En pleno XVIII mi paisano Jovellanos –nacimos con doscientos años de diferencia y trescientos metros de distancia- hablaba de un programa de pocas universidades y bien dotadas. Hemos ido para atrás creyendo que íbamos hacia adelante.

El nuevo espacio europeo pretende también incrementar la calidad de los estudios universitarios.

Eso está muy bien. Hay que tratar de ser mejores cada día en nuestro trabajo. Pero el problema está en quién y bajo qué criterios juzga la calidad. Si, como parece, la calidad se medirá según la adaptación al mercado, lo más probable es que la universidad acabe siendo gestionada como una empresa y considerada como un negocio del sector servicios, donde el conocimiento será mercancía y los estudiantes clientes.

Luego queda el asunto de quién evalua.

Quién y con qué criterios. El quién esta ya resuelto en la actualidad: grupos endogámicos que son potentes lobbies universitarios. Hay ramas en la universidad que jamás reciben un complemento porque se considera que su línea de trabajo no es necesaria. Y los criterios serán, en buena lógica, criterios empresariales. La educación de mayor calidad será la que dote mejor de instrumentos para el mercado. Y eso llevará aparejada otra cuestión: la selección de los futuros profesores se hará teniendo más en cuenta su habilidad técnica que sus conocimientos. En estas circunstancias, las facultades de humanidades e incluso las de economía que no sean de administración de empresas tienen un futuro muy negro. ¿Cómo medimos la calidad de la enseñanza del pensamiento económico?, ¿cómo medimos quién enseña mejor la teoría neoclásica?, ¿con qué criterio de mercado?.

En definitiva, que usted discrepa de ese lema del proceso de Bolonia: “de la educación al aprendizaje”.

No sólo discrepo sino que me parece un lema inmoral e hipócrita. Realmente eso significa que los estudiantes no van a ser educados sino adiestrados, como los perros o los caballos. Recordemos que ya Epicteto decía que sólo los educados son libres. Y los antiguos entendían muy bien la diferencia entre educación y adiestramiento. Un hombre diestro no es un hombre educado y mucho menos un hombre sabio. Además, bajo ese lema se pretende decir que hasta ahora los profesores se limitaron a enseñar mientras que los estudiantes no aprendían nada. El futuro es el de un profesor realizando un trabajo burocrático, ocupado en programar, hacer cronogramas, inventarse fichas, realizar guías docentes, cosas de ese tenor. El profesor dejará de serlo para dedicarse a archivero. Desaparecerá de la universidad cualquier posibilidad de magisterio. El conocimiento será sustituido por la mera información, cosa que ya está sucediendo en otros sectores de la sociedad. En este contexto es muy preocupante que el profesorado vaya a ser seleccionado y valorado por su capacidad de adaptación a las nuevas tecnologías y no por su capacidad de reflexión o por su actividad investigadora. Muchos de los mejores profesores que yo he tenido a lo largo de mi vida, que son verdaderos maestros, tienen dificultades con el power point y siguen explicando de forma extraordinaria con sólo una pequeña ficha de cartón escrita a mano. Y los maestros son muy importantes porque, como nos cuentan todos los clásicos, de Platón a Kant pasando por Tomás de Aquino, incitan al alumno a buscar dentro de sí, a buscar el david que se esconde en el interior de un bloque de mármol. Lo dice muy bien Helvetius: “la educación nos hace ser como somos”. Con el sistema que se pretende implantar un ignorante en ciencia podrá resultar excelente con tal de que sepa valerse bien de los recursos de internet y aprovechar en todo su potencial un buen ordenador. Ahora, desde luego, que con este modelo se logrará abaratar considerablemente los costes educativos, con lo que el peso de la educación en los presupuestos públicos será decreciente. Esto se une a que la reforma se está haciendo sin unos estudios financieros paralelos y bajo la idea del coste cero, es decir, sin aportación complementaria de los estados.

Pero hay un planteamiento financiero cuando se habla de los precios públicos de las especializaciones o de la contribución de las empresas.

Eso es una falacia. Lo que hay es una serie de criterios, muy simplistas por otra parte, sobre el coste de los cursos. Pero eso nada tiene que ver con una política presupuestaria para la educación universitaria. Creo que el primer ciclo será poco más que un trámite para que los estudiantes tengan un papelito para poder optar a un mercado de trabajo de baja calidad, mientras que el resto dependerá, no ya de que los estudiantes paguen, sino de que las empresas aporten financiación. De hecho, para decidir los actuales programas de doctorado que son “de calidad” ya utilizan como criterio el de tener financiación externa, que es un eufemismo en eso de lo “externo”. Se trata, efectivamente, de una externalización, pero no de los costes educativos, sino de los costes empresariales. Si una empresa láctea contribuye a un programa de pasteurización y esterilización de la leche de una universidad, ¿quién se beneficia?. Evidentemente la empresa, que se evita grandes costes de laboratorio a cambio de una pequeña aportación a la universidad. Con todo, esto no sería un problema si la universidad siguiera con sus otras líneas, pero es que el proceso de Bolonia desembocará en que la única línea posible será la financiada desde la industria.

Hay quien dice que la oposición al proceso de Bolonia, a parte de los izquierdistas disconformes de siempre y los estudiantes radicalizados, está centrada en los profesores inmovilistas que temen al futuro y a los cambios. A veces se dice que, perdóneme la sinceridad, son los peores profesores los que más miedo tienen a esta reforma.

Voy a dejar de lado lo de los izquierdistas y lo de los estudiantes. Es cierto, es una constante en todo proceso, que los cambios asustan y asustan más a los que están más cómodos en el modelo. Eso es verdad. A mis años, con ventiocho cursos impartidos en la universidad, me cuesta más aceptar una modificación que, tal vez, a quien lleve cuatro o cinco años. Pero esa dificultad tiene dos orígenes quizás con el mismo peso. De una parte voy siendo más reacio al cambio, voy siendo más acomodaticio. Pero, por otro lado, llevo tres décadas perfeccionando mi magisterio, preocupándome por cómo hago las cosas, tratando con estudiantes de todo tipo. Toda mi vida docente he intentado ser mejor. Y ser mejor no es ser más listo. Ser mejor significa dos cosas simultáneas: dar lo que debes dar e intentar que tu alumno encuentre lo que puede encontrar. Por otra parte, a mí lo de Bolonia no me asusta. Entre aplicaciones, prórrogas, excepciones y mil cosas más, me llegará casi el tiempo de la jubilación. Además, los métodos parvulistas de Bolonia me permitirán trabajar menos. Pero, se lo digo de verdad, a mí eso no me hace dormir bien. El hecho de que esté seguro de que yo, yo personalmente, no vaya a tener problemas, no me deja mejor anímicamente. Por mí, ya pueden los de Bolonia hacer lo que quieran. Pero yo soy un docente vocacional. Tenga en cuenta que la vocación docente no es muy grande entre los economistas. Se gana muy poco. Un economista de cualificación media que tenga mi edad y trabaje en el sector privado ingresa bastante más que yo, cosa que también sucede si me comparo con otros funcionarios de mi nivel pero en destinos no docentes.

El proceso de Bolonia no es un elemento único sino que es un eslabón de una cadena de reformas, no sé si el último, uno más o el primero de una nueva fase.

Es uno más. Se trata de otra vuelta de tuerca a las reformas neocapitalistas –prefiero este concepto que el de “neoliberal”- que vienen llevándose a cabo en Europa desde hace años. En el caso de España, las distintas leyes de UCD, PSOE y PP (las LAU, LOU, LOCE y LOE), trataron, todas ellas, de someter a la universidad pública a la tiranía del mercado y de los grandes lobbies empresariales y universitarios. Por volver a lo que hablábamos antes, están elevando, paralelamente, el clasismo de un sector y el esclavismo de otro mientras que extienden la mediocridad científica. La universidad es un claro ejemplo de lo que Galbraith, muerto hace poco más de un año, llamaba “atmósfera de miseria pública y opulencia privada”.

No quisiera salirme de mi guión pero, antes de meternos en reformas, ¿tendríamos que discutir previamente sobre qué es y qué no es la educación?.


Sin duda. Pero, como yo tampoco deseo salirme por la tangente porque aquí se trata del caso concreto del proceso de Bolonia, me acuerdo de una frase muy traída y llevada que no sé de donde procede pero que la leí en un artículo de Skinner cuando yo era estudiante. Él decía que la educación era lo que permanecía después de olvidar lo aprendido. Fíjese bien en la terminología. Es la de Bolonia pero al revés. Pues si lo que se aprende es a manejar información inmediata y a adaptarse a determinadas tecnologías, cuando eso se olvide, ¿qué quedará?.

Es usted muy pesimista.

Tal vez. Decía la actriz Ingrid Bergman que la única manera de ser feliz era tener buena salud y mala memoria. Yo de salud ando bien pero es que de memoria también. En la actualidad, enfermedades como la lepra o la malaria se curarían con poco esfuerzo, pero como son enfermedades de pobres no se hace nada. Lo mismo sucede con algunas enfermedades infantiles o con síndromes poco corrientes. Por el contrario, aquellas patologías propias de clases altas, que conllevan tratamientos muy caros o una cirugía tremendamente especializada están siendo investigadas por las más prestigiosas universidades. Claro, la industria química, farmacéutica y otras están financiando aquello que les interesa. Pero eso no es nuevo. El mismo Eisenhower, cuando abandonó la presidencia, alertó de que esa dominación industrial era la mayor hipoteca a la que se enfrentaba el pueblo de los Estados Unidos. En este contexto, si las universidades quieren sobrevivir tendrán que especializarse en aquellas mercancías que las empresas quieran comprar.

Nos jugamos mucho.


Más de lo que se cree. Con frecuencia recuerdo a Herbert G. Wells cuando escribía que la historia es una carrera entre la educación y la catástrofe. Con ese criterio de “cada uno para sí y el mercado para todos” no sólo nos estamos jugando el futuro del conocimiento o de la universidad. Nos estamos jugando muchas de las bases del estado de derecho. Sobre esto, hay un libro muy interesante de Jacques Sapir, titulado “Economistas contra la democracia”. Es muy recomendable. Si los padres del liberalismo levantaran la cabeza se llevarían un gran disgusto viendo lo que hacen en su nombre quienes se consideran herederos suyos. Y no digamos ya si quienes salieran de sus tumbas fueran los socialistas y miraran a los ministros de educación de los reinos de Gran Bretaña y de España. Bueno, en el caso español aún es peor: la universidad está gobernada por una ministra depredadora con bastantes intereses en la empresa privada del sector de la innovación industrial. Y es que Rodríguez Zapatero, “el ilustrado radical”, sacó a la universidad del sistema educativo para colocarla directamente en el productivo. Y eso, eso precisamente, es el espíritu de Bolonia. Por cierto, ¡pobre ciudad!. Una ciudad culta e ilustrada, con una universidad varias veces centenaria, con la vanguardia política de Italia y el mejor urbanismo del siglo XX, acaba dando nombre a este despropósito. Es que, guiños del destino, yo siempre fui un enamorado de Bolonia. Además participé en una ceremonia en su claustro medieval que me produjo una de las más hondas impresiones de cuantas tuve en mi vida.
Imprimir

Comentarios

  1. David, tienes qu'escribir más. Los tos comentarios son de lo meyor.

    ResponderEliminar
  2. Muy bien David. Estoy totalmente de acuerdo.
    No hay duda de que, bajo los aspectos positivos de homologar los títulos universitarios en toda Europa, facilitar la movilidad de los estudiantes, etc., se trata de ocultar que lo que realmente se pretende es supeditar las univer-
    sidades a los intereses de las grandes empresas y formar profe-
    sionales con los conocimientos mínimos para que sean unos peones dóciles del sistema neocapitalista del que, por cierto, estamos asis-
    tiendo desde hace año y medio a su estrepitoso fracaso.
    Sin embargo, ¿este modo de "refor-mar" la universidad es exclusiva-
    mente español o también se da en países como Alemania, Gran Breta-ña, Francia y otros de cuyas uni-versidades han salido personalida-
    des conocidas de todos por sus fun-
    damentales aportaciones en los te-
    rrenos de las ciencias, las huma-
    nidades y el pensamiento en gene-
    ral?
    Saludos.
    Un profesor.

    ResponderEliminar
  3. Es una entrevista muy interesante y clarificadora.
    Leyendo esta y otras declaraciones de profesores y de estudiantes es como uno se da cuenta de lo que se pretende que sea realmente el Espacio Europeo de Educación Superior y no lo que dice la propaganda oficial.
    EL TERCERO EN TRES DEL TRES.

    ResponderEliminar
  4. Norabona pola entrevista. Como profesor universitariu que soi soscríbola d'arriba abaxo, sacante una cosa: dices que los nuevos métodos basaos en babayes tecnolóxiques van facer que trabayemos menos, pero na mio opinión van facer que trabayemos más y, pa encima, en pih.aes técniques y burocrátiques. Tamién ye verdá qu'al que nun-y importa la docencia nin la ciencia igual quier más dedicase a chatear colos alumnos, al Poewr Point y too eso... Y esti va ser el tipu de "profesor" que va acabar dominando la universidá...

    ResponderEliminar

Publicar un comentario