Hacia la tormenta perfecta

Cuando un barco se ve sometido a una tempestad, sus ocupantes reaccionan de dos maneras distintas. Quienes se encuentran dentro del casco se preocupan de no golpearse contra las cuadernas y, de vez en cuando, de colocar y volver a colocar los muebles y los utensilios, los cuales, balanceados brutalmente por una mano invisible desconocida, se desplazan de un lado a otro, resistiendo mejor o peor según su factura. Pero quienes están en cubierta no tienen la más mínima preocupación por la mesa de caoba, el arcón de las monedas o el retrato de la abuela. Quienes conocen la mar y, además, la están viendo en toda su enfurecida majestad, saben que sólo pueden hacer una cosa: posicionar la nave a favor de los elementos y tratar de aprovechar la fuerza de los mismos para hacer de ella su propia fuerza y, así, resistir y salir con bien.
El sistema económico no es otra cosa que el interior del barco, donde todo está aparentemente ordenado. Las embestidas de la mar en que navega son interpretadas como desajustes del mobiliario, desajustes que, cuando el ciclo cambia, se van amortiguando hasta alcanzar un nuevo equilibrio en el que tal vez haya que cambiar algunos muebles, pero donde se navegará cómodamente hasta la próxima tempestad. Y, con ese convencimiento, ¿para qué preocuparse de la mar?.
La nave de la economía mundial lleva zozobrando desde hace más de treinta años. El enorme crecimiento de los años cincuenta, sesenta y setenta, la llamada edad dorada del capitalismo, fue posible, sobre todo, por la baratísima explotación de los recursos naturales. Con incrementos muchas veces exponenciales de los costes laborales y de capital, solamente el descenso sostenido de los costes de las materias primas y muy especialmente de los combustibles fósiles, hizo posible alcanzar unas tasas de crecimiento que nunca iban a ser superadas. Entonces, 1973, la llamada crisis del petróleo dio un primer aviso a los despreocupados pasajeros. No quisieron ver la realidad y se limitaron a volver a recolocar los muebles y los utensilios. Por su parte, los tripulantes de cubierta y, sobre todo, el capitán y el contramaestre, se mantuvieron callados y siguieron navegando a cambio de unas buenas subidas salariales por parte del armador.
Frente a una escasez energética que mostraba con toda su crudeza la vulnerabilidad del sistema económico, éste, en vez de revisar sus usos se lanzó, conforme a la regla de la captura, a apropiarse de más y más recursos energéticos. El comportamiento era como el de ratas ciegas en un laberinto, corriendo hacia todos lados, sin orden ni concierto. La innovación tecnológica, la puesta en explotación de reservas en Arizona y una oportuna aparición de bolsas de crudo en el mar del Norte hicieron posible capear el temporal. El interior del barco se reordenó, se tiraron por la borda unos cuantos utensilios y se compraron otros nuevos, basados en una metodología distina, en el primer puerto al que se arrivó. Y la navegación continuó.
Treinta años después la adicción del sistema a la energía sólo puede ser catalogada como patológica. Algunos pasajeros empiezan a sospechar que algo pasa y ciertos tripulantes comienzan a estar incómodos. Pero el armador incrementó de un modo espectacular los emolumentos de los oficiales, hasta el punto de asegurarles su completo futuro si el barco seguía navegando, aunque encallara en las arenas del cercano oriente.
La tormenta perfecta ya viene con rachas simultáneas de sureste y noroeste y los oficiales siguen siendo los mismos. O la marinería toma el mando y ofrece banda favorable a los elementos, o el naufragio es seguro. Mientras tanto, los pasajeros siguen colocando en su sitio el baul de mister Hayek.

Comentarios

  1. Siempre un placer lleete y/o escuchate. Un saludu collaciu

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  2. N'español a les cuadernes dizse-yos "costillas". A les que tan enriba la cubierta, "barraganetes ". Al espaciu que ta ente les cuadernes, que los playos dicimos "traste" y los pixuatus "llama", onde se coloquen los piescaores cuandu entama la xera, nun tien nome n'español, Pué que seya por que solo ye a dar nome a les coses aquelli que les conoz daveres, por tener enriba les sos costielles más d'una bagamar...
    Un saludu, Davicín, y camuda la botella d'augua de la semeya por una de sidre'l País, (¡o polo menos que seya de Fonsanta o Cuevas!) Puxa Asturies!

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