Entrevista en El País de Cataluña (febrero 2009)

Alberto Barbieri: Soy un periodista italiano que trabaja para el diario El País en su sección de Cataluña. Lo que está pasando en los Estados Unidos, ¿se puede parangonar de alguna manera a la crisis de 1929?.

David M. Rivas: Podríamos decir que se parecen por su virulencia y su capacidad de extenderse con gran rapidez, pero se trata de fenómenos diferentes. Estamos enfrentándonos a una crisis vaticinada pero que los grandes poderes financieros y especuladores negaron una y otra vez durante la última década. La economía de los últimos años creció artificialmente sobre la especulación urbanística y sobre una práctica tan obscena como es la llamada “ingeniería financiera”. Esta crisis nace en los Estados Unidos y se extiende por Europa a través de estos sectores. Y por seguir con el símil ingenieril, cabe decir que cuando un puente se cae en el mundo subdesarrollado tal vez la culpa sea de su diseño –corralito argentino, masa monetaria suadasiática, efecto tequila mexicano-, pero cuando se cae en el centro del sistema hay que revisar el modelo teórico.

A.B.: Hoy en día, la globalización, ¿es un factor reforzador de la crisis o puede mitigar sus efectos?.

D.M.R.: La globalización es un hecho irreversible sobre el que de nada sirve defenderlo o anatematizarlo. Lo que sí es evidente es que una economía globalizada requiere instrumentos globales de regulación. En los últimos años asistimos a una auténtica orgía desreguladora, con una confianza mesiánica en el poder del mercado. Esta crisis es el resultado. Ahora bien, si las organizaciones internacionales multilaterales son capaces de construir un nuevo orden económico más justo y en el que la economía real, de base productiva, sea el objetivo, las tendencias globalizadoras podrían ayudar a solucionar muchos problemas.

A.B.: Después de la idolatría del libre mercado hay quien empieza a evocar medidas keynesianas para una intervención más fuerte del estado en la economía. ¿Cuál considera que es la mejor estrategia?.

D.M.R.: Algunas medidas keynesianas pueden ser positivas en algunos casos y para remediar situaciones extremas, aunque sólo funcionarían en los países desarrollados. Auxiliar a las familias o establecer políticas de demanda entre quienes tienen una renta de un euro al día no me entra en la cabeza. Pero, además, no creo que el keynesianismo sea una solución. La única estrategia es la de enfrentarse al problema central con decisión. Y ese problema no es otro que la existencia de un sistema económico caduco, irracional y suicida. En los años setenta del siglo XX recibimos el primer gran aviso: “el modelo es insostenible”. Se pusieron parches, se volvió a crecer después de unos años de estancamiento y se siguió la misma senda de hiperconsumo y de especulación financiera. Y puede que ahora suceda lo mismo, que en un par de años todo se arregle aparentemente y se vuelva a las andadas. Y así, de aviso en aviso, hasta el colapso, no ya del sistema económico, sino de nuestra propia especie.

A.B.: ¿Se puede consignar un factor determinante para la situación que estamos viviendo y que vamos a vivir?.

D.M.R.: Hay dos elementos centrales: la especulación financiera y la corrupción política. Esta situación es el fruto del comportamiento deshonesto de las instituciones financieras y de la incompetencia de quienes deberían regular la economía. La verdad es que se trata del haz y el envés de una misma hoja. Hasta hace unos años los mercados de capitales captaban financiación para fabricar bienes de equipo, energía o productos de consumo. Hoy el sistema financiero se dedica a obtener dinero para ganar más dinero. Es lo más parecido a una estafa piramidal: los nuevos inversores hacen ganar a los anteriores y así sucesivamente… hasta que estalla el tinglado. Por lo que respecta a la corrupción, no sólo me refiero a su lado más conocido –el administrador que cobra de un inversor- sino a la corrupción moral. Los gobiernos son los crupieres de este casino global donde sus dueños nos obligan a jugar. No conozco a ningún empresario neoliberal, aunque conozco a muchos que planifican sus “pelotazos” en función de las subvenciones más o menos amañadas. Pero sí conozco muchos neoliberales en la universidad –todos ellos funcionarios, como yo también lo soy-, que nunca se han querido someter a las divinas virtudes del mercado. Lo que no sé es dónde están ahora, cuando los grandes empresarios piden ayuda al estado para enjugar unas pérdidas –o unos menores beneficios en muchos casos- que se originaron en un modelo de ganancias obscenas de las que no hicieron partícipe a la sociedad.

A.B.: Varios decenios tras la segunda guerra mundial se caracterizaron por una sucesión de ciclos de crecimiento alternados con breves periodos de recesión controlada. ¿Este modelo ha caducado y vamos hacia una exasperación de los fenómenos económicos?.

D.M.R.: El modelo viene caducado desde hace tres décadas. Nuestro modelo es inviable porque es insostenible ecológicamente. Nos empeñamos en hablar de crisis energética y con esa terminología nos están o nos estamos engañando. La palabra exacta es la de crisis de recursos naturales. Muchos conflictos, armados o diplomáticos, del presente tienen como transfondo el problema del agua, que será cada día más peliagudo. Otros muchos se asientan en la escasez de pescado, ya que en 1984 se rebasó la capacidad de reproducción de las especies de interés comercial. Otros tantos se centran en la biodiversidad para uso farmacéutico o en la biomasa para combustible. Y sobre ellos y entre ellos, todo el entramado financiero y especulativo que nos ha llevado a esta situación.

A.B.: ¿Qué economías, de qué países, serán las más afectadas, las desarrolladas o las que están en vías de desarrollo?.

D.M.R.: No tiene sentido esta dicotomía. Entre los países subdesarrollados hay enormes diferencias. No es lo mismo una economía emergente y rica –aunque con una distribución de la riqueza repugnante- como China, India o Brasil, que otra con las mismas desigualdades pero pobre y con poco peso en el concierto internacional, como Senegal, Guatemala o Camboya. Estos últimos países seguirán siendo los grandes sacrificados de nuestro modelo y sus poblaciones poco van a notar las oscilaciones del Dow Jones o del Nikei. Sencillamente, seguirán en la miseria. Por su parte, los países desarrollados sí van a sufrir cambios más o menos dolorosos y sus ciudadanos dependerán mucho de qué tipo de políticas hayan desarrollado sus gobiernos. Si los gobiernos han resguardado los resortes básicos del estado de bienestar, las cosas serán más llevaderas. Si por el contrario, el que yo llamo “liberalismo de los que nunca leyeron a Smith y a Mill” se hizo con las riendas del poder, veremos situaciones muy difíciles. Por último, esta crisis puede beneficiar a las economías emergentes, especialmente a China, que está creciendo a fuerte ritmo sobre una base productiva y que no participa en los movimientos financieros especulativos, además de estar extendiendo sus redes comerciales por todo el mundo. Es muy probable que China acreciente su peso en la estructura económica mundial al mismo tiempo que la reduzcan la Unión Europea y los Estados Unidos.

A.B.: ¿En qué punto nos encontramos?, ¿acabamos de entrar en el túnel de la crisis, estamos en el medio o ya se empieza a ver la luz?.

D.M.R.: Esta crisis será larga y se irá deteniendo a medida que, aunque la globalización financiera va a continuar, los estados recuperen poder de regulación. Ahora bien, esto es así si creemos que la crisis es solamente financiera, con lo que puede que estemos a mitad de camino. Ya están los estados inyectando liquidez, salvando bancos y subsidiando empresas constructoras. Pero yo pienso que la situación actual no es sino un episodio de una crisis global y completa, provocada por la propia naturaleza de nuestro sistema económico, hoy casi totalmente mudializado. Estamos traspasando los límites de sustentabilidad del planeta, si es que no los hemos traspasado ya. Ahora bien, si esta coyuntura sirviera para iniciar un camino de desarrollo diferente, con mecanismos fiscales que desalienten la especulación y la corrupción, con políticas de obras públicas de escala humana y no de grandes infraestructuras faraónicas, con mejoras de los servicios públicos, con nuevas políticas rurales y un largo etcétera, podríamos ver un horizonte más optimista. De no ser así, esta crisis pasará, dejando en la cuneta a muchos pero pasará; pero llegará otra y otra hasta la definitiva, la que no sólo acabe con este sistema económico sino con la propia humanidad.

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