“El primero de noviembre entra el año de la mano del dios de los muertos, que vienen a comulgar con los vivos”


Estíbaliz Urquiola: ¿Cómo se celebraba antiguamente el día de difuntos en Asturias?
David M. Rivas: Más que un día de difuntos era la noche de los muertos. En Asturias, como en todos los países de raíz celta, se celebraba el samaín. Era el inicio del año, el año nuevo, que los romanos, de cultura solar, trasladaron a la fiesta del solsticio de invierno, cosa que el cristianismo mantuvo con la navidad, el nacimiento de Cristo. En estos primeros días de noviembre, en el equinoccio de otoño, los asturianos celebraban a sus muertos. Fíjese que en los concejos occidentales y muy claramente entre los vaqueiros llaman a noviembre “mes muortu”. No era una fiesta como hoy lo entendemos pero sí una celebración, un encuentro con los antepasados, con los dioses domésticos. Los asturianos siempre tuvieron un culto a la estirpe familiar. Los antepasados son espíritus protectores del clan, de la familia. Aún hoy se aprecia: los asturianos hablamos de nuestros abuelos y de nuestros bisabuelos como personas que siguen entre nosotros. Es que las estructuras latentes de las que hablaba Lévi-Strauss siguen ahí, por mucho que queramos darle vueltas a lo que queramos.

E.U.: Es decir, que ya existían estos ritos en Asturias antes de la llegada del cristianismo.
D.M.R.: Evidentemente. Todo ello es la huella del samaín del que antes le hablaba. Nuestro actual primero de noviembre era cuando entraba el año de la mano del dios de los muertos. Nuestros antepasados creían que esa noche los muertos salían de sus tumbas, a las que llamaban “shides”, y comían con ellos.
E.U.: ¿Había un banquete con los difuntos?
D.M.R.: Sí, había una comunión. Los muertos comulgaban con los vivos.
E.U.: ¿Iba la gente al cementerio?
D.M.R.: Sí, pero es que sigue yendo, aunque con modificaciones propias de la sociedad actual. Somos una sociedad urbana y bastante secularizada, no aquella sociedad rural y religiosa de siglos anteriores. Aunque, es importante señalarlo, la sociedad rural tradicional asturiana sobrevivió hasta los setenta del siglo XX. Yo mismo, que soy un profesor de universidad y cosmopolita, tengo muchos registros tradicionales del mundo rural en el que me crié. Esto, un tipo como yo, es muy difícil de encontrar en una universidad alemana o inglesa. El caso es que, antiguamente, la gente iba al cementerio para pedir protección, para que los muertos familiares velaran por los vivos. El cristianismo le dio la vuelta al asunto y ahora la familia va a rezar por el alma de sus muertos. Pero en Asturias aún se ven claras reminiscencias de la vieja cosmovisión. Mire, le voy a hablar en primera persona. Cuando tuvimos que remover los restos de mi abuelo, en el panteón familiar, yo bajé al sepulcro y cogí con mis manos la calavera, que estaba desplazada del cuerpo. Ví a mi abuelo con vida, con sus chistes y sus canciones. No tuve miedo ni congoja, no, sentí alegría. Él me estaba protegiendo, como había hecho cuando estaba vivo y yo era un niño. Ese es la vieja tradición asturiana del primero de noviembre. Y que conste que soy un positivista, que no soy ningún crédulo. No soy ni materialista dialéctico.
E.U.: ¿Se comía en el cementerio?, ¿había un banquete de difuntos?
D.M.R.: Sí. Hasta los años treinta del XX era normal comer sobre las tumbas, aunque la iglesia lo había prohibido ya en el siglo V, como sabemos que decretó el obispo Guevara. Hablamos de quince siglos de, digamos, “insumisión”. Yo mismo participé en una cena ritual en el cementerio de Cudillero. Le hablo de los años ochenta del siglo XX. Las castañas eran el centro de la comunión. Y no era algo “neocéltico” de jóvenes. Allí estaban los vecinos, los “pixuetos”.
E.U.: La iglesia persiguió esas prácticas de una forma terrible.
D.M.R.: La iglesia y la corona castellana. También después la austríaca y la borbónica. Los borbones fueron los más crueles. Por lo que respecta a las tradiciones y a las viejas costumbres, incluyendo las formas de admistración, nada fue tan mortífero y aniquilador como la casa de Borbón. Pero, yendo concretamente a la noche de los muertos, hay un documento del siglo VI, firmado por Martín, obispo de Braga, en el que condenaba esas prácticas de los que hoy somos portugueses, gallegos y asturianos, como diabólicas. Un poco más tarde, en el XIII, Alfonso X de Castilla, al que llaman El Sabio, decretó que no se cubrieran las fosas con manteles ni comer y beber sobre ellas. Pues bien, a finales del siglo XX yo comí y bebí sobre una tumba en Cudillero.
E.U.: ¿Se dejaba agua o alimentos en las tumbas después de terminar el ceremonial?
D.M.R.: Eso no lo sé. Desde luego yo nunca lo ví. Nunca lo ví en Asturias, pero sí en Centroamérica. Los mayas, curiosamente, tienen una cosmovisión muy parecida a la nuestra, al menos en estos asuntos.
E.U.: ¿Tenía la sidra algún papel importante en estos rituales?
D.M.R.: No, como sidra no. Era importante porque en la comunión con los muertos se bebía y, por tanto, se bebía sidra. Pero eso pasaba en lo que hoy es el oriente de Asturias, del Nalón al Deva. Pero al occidente seguramente, aunque tomaban sidra, era el vino la bebida más importante. Me va a permitir una licencia: yo sólo creo en una Asturias occidental y otra oriental, partidas por el Nalón. Lo de la central es cosa de ingeniería política. Y, ¡mire qué cosa!, tengo una hija criada en el oriente y otra en el occidente. También debe ser cosa telúrica. Pero sí hay una cosa muy interesante del mundo de la sidra que tiene relación con la noche de los muertos. La manzana se “maya” precisamente en estas fechas y, lógicamente, se celebran los “magüestos”. El proceso de la sidra comienza con los muertos y se prolonga hasta san Andrés, el último día de noviembre. Es decir, que el mes de los muertos es el mes de “mayar” y de llenar los toneles. Y, si es posible, hay que hacerlo con la luna menguante. Esto también ha ido cambiando, en parte por el cambio climático y en parte por el incremento de variedades de manzana que están en sazón más tarde. Ahora las operaciones de la sidra se prolongan hasta bien mediado diciembre.   
E.U.: ¿Había en esa noche juegos con calabazas? Lo que vemos en las películas norteamericanas, ¿pasaba en Asturias?
D.M.R.: Las tradiciones norteamericanas que vemos hoy proceden de los viejos ritos de Escocia y de Irlanda, que son los mismos que los de Asturias. Son tradiciones celtas que los anglosajones han edulcorado, desvirtuando su sentido. El paganismo celta es ajeno a la dicotomía del bien y del mal, no es semita. El diablo es terrible… o liberador. Depende. La cultura tradicional asturiana no es dicotómica, no es dialéctica. Nuestra cultura, si pudiéramos definirla en dos patadas, es más bien positiva, material. En los cuentos tradicionales de esta vieja nación hay de todo, pero la moralidad brilla por su ausencia. Ahora, eso sí, hay una gran carga ética. Es que entre moral y ética medra gran distancia. 
E.U.: Pero, ¿se jugaba con calabazas?
D.M.R.: Sí. Yo mismo lo hice en los años sesenta y setenta. Y no le hablo de los Picos de Europa o de los Oscos. Le hablo de una aldea de Villaviciosa a doce quilómetros de Gijón. Vacíabamos calabazas y las iluminábamos. En mi aldea rodeábamos una fuente de calabazas iluminadas, una fuente muy lúgrubre y sombría, y allí éramos iniciados como hombres. ¡Fíjese si era importante la noche de los muertos! Y le hablo de anteayer, no de cuando reinó Carolo.
E.U.: ¿Y se pedía algo así como el aguinaldo?
D.M.R.: Todo es fruto del inicio del año. Para los celtas el año empezaba en noviembre, para los romanos republicanos en febrero, para los romanos imperiales ya cristianizados en enero. Por eso lo del aguinaldo se extiende en el año. ¿No ve que los carnavales, el año nuevo del “guirria”, los “zamarrones” y esto de la noche de los santos es todo lo mismo? Es el fruto de las sucesivas oleadas culturales, con sucesivos inicios de año. La noche de los muertos se pedía por las casas. Yo, que voy a cumplir 60 años, lo hice. Y era “truco o trato”, como en la tradición anglosajona, aunque para nosotros era “¿quiés o non?”, pero era lo mismo. Yo lo viví, en Quintueles, en el concejo de Villaviciosa. No le estoy contando una historieta y le hablo de los años sesenta y setenta, anteayer como aquél que dice.
E.U.: Pero, con tan rica tradición, hoy los niños celebran el “halloween”.

D.M.R.: Porque, normalmente, son los profesores de inglés los que organizan estas fiestas en las escuelas. Además, la mayor parte de los padres ignoran la tradición de sus abuelos. Asturias está olvidando su esencia, su tradición, su propia historia. Y estamos muy influidos por el cine, por películas estúpidas protagonizadas por adolescentes medio gilipollas. La noche de los muertos nada tiene que ver con los vampiros, ni con los zombies, ni con la sangre y los esqueletos. Es la noche en la que nuestros abuelos extienden sus brazos para protegernos, para bendecirnos. Es una noche religiosa en el sentido más estricto del verbo “religare”, es decir, volver a ligar, restablecer el orden. Yo soy de poco creer pero esa noche, tras comer castañas asadas y beber sidra dulce, prendo siete velas rojas y me siento a esperar la llamada de mis dioses domésticos, de mis antepasados. Sé que no vendrán físicamente pero me siento unido a un hilo ancestral que no debo romper.

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